Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 17 de junio de 2012

Una broma cara

El emperador de la Dinastía Zhou, You Wang, tenía una concubina favorita llamada Bao Si. Era preciosa y muy delicada, de incomparable hermosu­ra. Pero no sonreía nunca. Quizá precisa-mente por la eterna melancolía y la seriedad impasible de su ca­ra parecía más bella y eclipsaba a las demás damas del palacio que siempre trataban de congraciar al empe­rador con la sonrisa más dulce del mundo. El mo­narca estaba profundamente enamorado de la me­lancólica mujer, tratando de deleitarla con todo lo que podía, a fin de ver una sonrisa en su cara. Le re­galó seda y joyas, la acompañaba en suculentas cenas con música y baile, le contaba chistes de todos los colores, pero nada podía hacerle sonreír. En el es­fuerzo de llenar el abismo de su amargura, el monar­ca le concedió la mayor distinción nombrándola Pri­mera Dama del Imperio Zhou, pero resultó también en vano.
Obsesionado por ver al menos una moderada ex­presión de dulzura, el emperador hizo público el de­creto de pagar mil monedas de oro a quien lograra provocar, de la forma que fuere, una sonrisa de su enamorada.
Desfilaban entonces ante la inmutable seriedad de la dama los mejores cómicos que podían matar de risa a cualquiera, y los lisonjeros más hábiles que po­dían ruborizar las fibras nerviosas más insensibles. Pero nada ni nadie, ni siquiera la exposición de las cosas más exóticas del mundo, podían borrar la tris­teza de su expresión.
Al ver la desesperación del emperador, se presen­tó un día un ministro servil y adulador, diciendo que tenía una artimaña infalible para provocar la son­risa de la mujer más bella del mundo. Quería gastar una gran broma a los generales del ejército de los reinos y condados federados ante la presencia de la Primera Dama.
Había en aquella época unas atalayas a lo largo de unos altos muros de defensa, que servían para en­viar señales de emergencia ante cualquier invasión enemiga. Para convocar al ejército, se encendía leña en esas altas plataformas para que la luz del fuego comunicara la proximidad del enemigo. Si era de día, quemaban el excremento seco de lobos que pro­ducía una columna de intenso humo, cumpliendo el mismo objetivo. Las tropas del imperio acudían rápi­damente para combatir contra los agresores. Era un sistema de comunicación exclusivamente reservado en caso de guerra.
Pero esa noche, el emperador y su dama se sen­taron en la puerta este de la capital, en medio de lu­ces, manjares y música.
El ministro adulador ordenó prender fuego a la leña de la primera atalaya en señal de guerra. Pronto apareció fuego en otras atalayas, sucesivamente. Las tropas del imperio no tardaron en llegar, conducidas por veloces caballos y rápidos carros de guerra, al mando de enérgicos generales. Pero, cuando llega­ron, se extrañaron al comprobar que ningún ejército enemigo estaba atacando la capital. Mayor fue su sorpresa cuando vieron la sonrisa que iluminaba la bella cara de la complacida concubina y las carcajadas del monarca. Los generales se retiraron indignados.
Así logró el emperador Zhou ver la primera son­risa de su bella dama. Pero eso le costó todo un im­perio: se produjo una verdadera invasión enemiga al cabo de unos meses y ningún general acudió creyen­do que se trataba de otro capricho de la corte para hacer sonreír a la Primera Dama.

005. Anonimo (china),

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