Era el médico de un reino
en la frontera de la India
y el Tíbet. Llevaba más de treinta años ejerciendo su profesión y se jactaba
de su extraordinaria capacidad para descubrir una persona enferma nada más
verla. Hasta tal punto era así, que se había vuelto arrogante y fatuo.
Cierto día, una de las
más exquisitas bailarinas de la corte real fue a visitar al médico para
proponerle que acudiese a una representación de danza en palacio. Era una
mujer muy hermosa e iba con el rostro muy maquillado. El tono del maquillaje
era amarillo. Nada más ser vista por el doctor, éste, siempre presuntuoso,
aseguró:
-Está usted enferma.
La bailarina se
sorprendió. Ella se sentía estupéndamente y gozaba de una extraordinaria salud.
-Sí, usted está enferma
-repitió el médico, mirando minuciosamente su tez.
Tal era el convencimiento
de su voz, que la bailarina creyó al médico, aunque no sentía ningún malestar.
El médico le recetó unos medicamentos y le dijo que no dejara de tomarlos.
Aquella misma noche la
primorosa mujer ingirió los medicamentos. Enfermó de tal modo que ni siquiera
pudo bailar ante el monarca. El rey, enfurecido, hizo llamar al vanidoso médico
de la corte, y, vehementemente, le pidió explicaciones. El médico, con voz
temerosa y entrecortada, explicó:
-Señor, estoy
verdaderamente avergonzado. Llevo tantos años contem-plando personas enfermas,
que tomé por enfermo el rostro maquillado de la bailarina. ¡Tantos enfermos he
visto que he dejado de ver a los sanos como sanos!
El Maestro dice: La arrogancia es la peor consejera, y la
mente de aquellos que sólo ven lo negativo y enfermo terminará no disponiendo
de ojos para apreciar lo hermoso y saludable.
Fuente: Ramiro Calle
004. Anonimo (india),
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