Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

viernes, 1 de junio de 2012

Mahammed el mulo y los siete ogros

Se cuenta que un hombre, un pobretón que vivía en la miseria, tenía tres hijos y una hija. Un día su mujer concibió de nuevo. En la época en que las mujeres encinta tienen sus antojos, un día que ella iba por la calle, se le antojó tener un mulo. Llegado el momento del parto, ella dio a luz un niño que tenía en ciertos aspectos la naturaleza del mulo, y por eso le llamaron Mahammed el mulo.
¡Cuando su madre le fajaba, arrancaba los pañales! Cuando le daba el pecho, quería comérselo. A los cuatro meses ya caminaba. Cuando tuvo un año comenzó a romper todos los platos; iba a la fuente donde la gente cogía agua y rompía todos los cántaros. Todos los que lo veían decían:
-Tendrá como diez años -y en realidad sólo tenía uno.
Todos se quejaban de él y por causa suya su padre tenía continuas preocupaciones.
Cierta vez un grupo de personas se pusieron de acuerdo y le ataron fuertemente con una cadena, pero él rompió la cadena. En una palabra, con él no había forma de estar nunca tranquilo.
Un día se presentó a la puerta de aquella familia el Rey de los ogros, que bajo el aspecto de un mendigo les pidió un trozo de pan. La joven her­mana de Mahammed salió para dárselo. El ogro la cogió y la raptó. Cuan­cío Mahammed volvió a casa, al no ver a su hermana, le preguntó por ella a su madre, pero ésta no se atrevió a revelarle lo sucedido y le dijo que la joven se había ido a buscar leña. Mahammed, adivinando que se le escon­día la verdad, montó en cólera y la tomó con sus padres, que huyeron y tic refugiaron en el bosque.
Un día que estaba en la fuente donde todos cogían agua, rompió el cántaro de una vieja, que le dijo:
-Tú que vienes aquí a molestar a las mujeres y a romperles los cán­taros, más te valía que fueses a liberar a tu hermana que ha sido raptada por el Rey de los ogros.
-¿Quién ha osado en el mundo entero raptarme a mi hermana, mien­tras yo estoy vivo?
-Mira, pues ya ves -respondió la vieja-, eso es lo que ha sucedido.
Mahammed se dirigió inmediatamente al herrero y le ordenó que hi­ciera una camisa de hierro, una clava de hierro y una marmita de cobre. Luego se dirigió a sus hermanos y les dijo:
-¿Cómo puede ser que nosotros seamos cuatro y nuestra hermana haya sido raptada por el Rey de los ogros? Armaos y vamos a descubrir dónde está nuestra hermana, y allí donde esté, la traeremos aquí.
Rápidamente se armaron y se surtieron de provisiones para el viaje. Mahammed se puso la camisa de hierro, se ató a la cintura la marmita, em­puñó la clava y partió tras las huellas de sus hermanos que le habían pre­cedido. Se encontró a un hombre que cuidaba las ovejas.
-La paz sea contigo -le dijo.
-Contigo sea la paz -le respondió el otro.
-¿A quién pertenece este rebaño? -preguntó Mahammed.
-Al Rey de los ogros -respondió el pastor.
Mahammed alargó una mano y cogió una oveja.
-Déjala -ordenó el pastor, y estaba para quitársela de la mano, cuando Mahammed le dio un golpe con su clava y lo mató. Se llevó el animal, lo de­golló, lo desolló, lo puso en la marmita, encendió el fuego, lo hizo cocer y luego comió hasta saciarse. Después cogió la marmita y continuó su viaje.
Encontró a otro pastor que estaba cuidando los bueyes que pastaban v le dijo:
-La paz sea contigo.
-Contigo sea la paz -dijo el otro.
-¿De quién son estos bueyes?
-Son del Rey de los ogros.
-¿Le has visto pasar por acá?
-Sí, ha pasado hace poco y llevaba una joven.
-¿Y no has visto pasar a tres jóvenes?
-Sí, han pasado hace un rato.
Mahammed el mulo cogió a uno de los toros de la manada. El pastor dijo:
-Déjalo, ¿no te he dicho que esta bestia es del Rey de los ogros?
Mahammed golpeó al toro con la clava y lo mató. El pastor dio un paso adelante para golpear a Mahammed, pero éste le asestó un mazazo con la clava que lo mató al instante. Mahammed degolló al toro, lo desolló, lo puso a cocer en la marmita y luego comió de él hasta saciarse. Luego volvió a colocarse la marmita a la cintura y continuó su viaje.
Caminando, caminando, encontró otro pastor que estaba cuidando a los camellos que pastaban. Mahammed le dijo:
-La paz sea contigo.
-Contigo sea la paz.
-¿Has visto cuándo ha pasado el Rey de los ogros?
-Ha pasado por aquí hace poco con una joven... ¡Bendito sea el que la ha creado y la ha formado!
-¿Y no has visto pasar tres hombres por este camino?
-Sí, han pasado después del Rey de los ogros.
-¿De quién son estos camellos?
-Son del Rey de los ogros.
Mahammed golpeó un camello con la clava y lo mató. El pastor quiso golpearlo, pero Mahammed alzó su maza y lo dejó muerto en tierra. De­golló el camello, lo desolló, lo coció en la marmita y comió de él hasta sa­ciarse. Luego se puso la marmita a la cintura y continuó su viaje.
Caminando, caminando, encontró un jardín al lado del camino. Entró en él y vio que estaba lleno de sandías. Mahammed dijo al jardinero:
-La paz sea contigo.
-Contigo sea la paz.
-¿Has visto pasar al Rey de los ogros?
-Pasó hace muchos meses con una joven... ¡Bendito sea Dios que ha creado y formado tal hermosura!...
-¿Y no has visto pasar a tres jóvenes?
-Pasaron después de él.
-¿De quién es este jardín?
-Es del Rey de los ogros.
Mahammed empezó a coger sandías y a amontonarlas. El jardinero le ordenó:
-¡Déjalas!
Pero Mahammed alzó la clava y le dio tal golpe que lo dejó muerto. Recogió las sandías, se las comió todas y a las que no pudo comerse les dio un puntapié. Luego se puso a la cintura la marmita y continuó su viaje.
Caminando, caminando, llegó a un jardín lleno de melones. Entró y comenzó a hollar los arriates de melones. Encontró un jardinero.
-La paz sea contigo.
-Contigo sea la paz.
-¿De quién son estos melones?
-Son del Rey de los ogros.
Empezó a recogerlos y a amontonarlos. El jardinero le ordenó que los dejase, pero Mahammed alzó la clava y le dio tal golpe que lo mató. Mahammed el mulo comió melones hasta que se sació, luego pisoteó todos los melones que quedaban y continuó su viaje.
Caminando, caminando, llegó donde había una era; los campesinos estaban trillando el grano.
-La paz sea con vosotros.
-Contigo sea la paz.
Mahammed cogió el plato de cuscús, que estaba preparado para el al­muerzo.
-¿De quién es este grano?
-Es del Rey de los ogros.
-¿Le habéis visto cuando ha pasado?
-Pasó hace muchos meses.
-¿Su castillo está muy lejos?
-Necesitarás un mes para llegar a él.
-¿Iba alguien con él?
-Iba una joven... ¡Bendito sea Aquél que la ha creado y la ha mode­lado!
-¿Y después de él, no ha pasado nadie?
-Sí, tres hombres.
Al llegar a este punto, Mahammed se acercó al plato para comer.
-Vete de aquí -le dijeron los campesinos, pero él se puso a golpearlos con la clava hasta que al fin los mató a todos. Luego se apoderó del plato y lo vació y a continuación prendió fuego al grano y continuó su viaje.
Caminando, caminando, encontró por el camino un huerto con fruta­les de todas las clases. Dejó en el suelo su marmita y comenzó a ir de árbol en árbol comiendo las frutas. De pronto vio que venían a su encuentro los tres jardineros del jardín, que le dijeron:
-¿Quién te ha dado permiso para entrar en este jardín, tu padre o tu madre?
Pero él se arrojó sobre ellos, los golpeó con la clava, mató a dos y al otro le dejó medio muerto. Comió fruta hasta saciarse, y luego despojó a todos los árboles. En aquel momento el guardián que sobrevivía se incor­poró e imploró a Mahammed.
-Te conjuro en nombre de Alá el Altísimo, dime si eres un hombre o un genio.
-Soy un hombre -le respondió-. ¿De quién es esta fruta?
-Es del Rey de los ogros.
-¿Has visto cuándo ha pasado?
-Pasó hace mucho tiempo, con una joven... ¡Bendito sea El que la ha creado y la ha modelado! Y luego pasaron tres personas que seguían al Rey de los ogros y que decían que aquella joven era su hermana. Yo traté de disuadirlos, pero no quisieron volver sobre sus pasos. Estoy seguro de que si le dan alcance, el ogro les comerá.
-Aquéllos eran mis hermanos, pero seré yo quien la llevaré a casa.
Le saludó y continuó su viaje. Caminando, caminando, vio un casti­llo. Estaba lleno de ogritos, y se oía gritar: «¡Wakh, wakh!». De un golpe­tazo tiró la puerta y entró. Los mató a todos con la clava y luego continuó su viaje.
Siguió adelante un buen trecho hasta que en lontananza vio unos cas­tillos. Se encontró al pastor que cuidaba de unos caballos y le preguntó:
-¿Cuál es el castillo del Rey de los ogros?
Aquél se lo indicó. Mahammed caminó hasta que se encontró con una mujer, a la que dirigió la misma pregunta.
-Hijo mío -le respondió ella-, el Rey de los ogros no tiene sólo un castillo, sino que tiene trescientos sesenta y tres, tantos como días del año, y en cada castillo tiene encerrada a una joven de belleza extraordina­ria. Hace poco trajo una nueva.
-¿Sabes cuál es el castillo de la joven que vino la última?
-Sí, lo sé, pero no puedo enseñártelo.
Mahammed le suplicó que lo hiciese. Entonces la mujer le dijo:
-Mira, arrancaré un trozo de mi vestido, tú sígueme desde lejos y yo dejaré un pedazo de tela delante de la puerta de aquella joven.
Así Mahammed la siguió desde lejos hasta que vio que la mujer tiraba en tierra el pedazo de tela. Ella continuó su camino y Mahammed se detu­vo delante de la puerta donde aquélla había dejado la tela. Golpeó la puerta y vino a abrirle su propia hermana. Al reconocerlo se echó a llorar y le hizo entrar, temblando de miedo de que el Rey de los ogros entrase y lo devorase, como ya había hecho con los otros tres hermanos.
-Yo estaba aquí sentada cuando sentí golpes a la puerta, creí que fuese el ghul, pero vi que eran nuestros hermanos. Durante un instante fui feliz, pero luego comprendí que el ogro podría comerlos y entonces los escondí en la bodega. Cuando el ogro volvió y se puso a olfatear, se dio cuenta de que había alguien. Yo le dije que no había nadie, pero él descendió a la bodega, les sacó de su escondite y los mató a los tres. A uno se lo comió aquel mismo día, como almuerzo, el otro le sirvió de cena y al tercero se lo comió al día siguiente. Yo lo he visto todo con estos ojos míos.
Y derramando lágrimas continuó su relato.
-Yo he completado el número de las trescientas sesenta y tres jóvenes que el ogro ha raptado a sus padres, y desde que me raptó para venir aquí hasta el castillo, no hemos hecho más que caminar sobre sus propiedades. Ahora ven, hermano mío, trataré de esconderte en la parte más profunda de la bodega. Si Dios te protege, bien, pero si el ogro te reserva la misma suerte que han tenidos nuestros hermanos, sólo podré confiar en la ayuda de Alá.
-No, no quiero esconderme de él -dijo Mahammed-. Yo le haré a él que sufra esa suerte. Y luego te llevaré conmigo.
-¡Ah, salir de la casa de este monstruo! Es como decir que los muer­tos puedan salir de sus tumbas.
Mientras así hablaba, llegó el Rey de los ogros. Cuando entró, Maham­med el mulo se levantó, fingiendo saludarlo respetuosamente.
-¿Quién te ha traído aquí? -le preguntó el ogro.
-Esta es mi hermana y yo soy tu cuñado.
-Sé bienvenido -dijo, entonces, el Rey de los ogros.
Salió y ordenó que degollasen una oveja. Una vez hecho esto, la her­mana de Mahammed les preparó el cuscús y lo puso en un gran plato de madera para que el ghul lo comiese con su cuñado.
Cuando llegó la hora de la cena, Mahammed le dijo al Rey de los ogros:
-Levántate y vete a lavarte las manos.
-Vete tú a lavarte las manos.
-¿Por qué? Mis manos están limpias, eres tú el que comes carne hu­mana y tienes las manos sucias.
El Rey se levantó y fue a lavarse las manos. Cuando volvió vio que Mahammed el mulo tenía en la mano el plato de madera ya vacío, como se tiene un tambor y que lo golpeaba con la otra mano.
El ogro se quedó estupefacto ante tanta voracidad y al final prefirió salir e irse a otro castillo.
Mahammed pasó la noche hablando con su hermana hasta que salió el sol, así es que ninguno de los dos durmió.
A la mañana siguiente el Rey de los ogros volvió con sus hermanos, que querían saludar, según decía, al cuñado de su hermano. Así pues, le saludaron y le invitaron a cenar con ellos. Mahammed aceptó la invitación. Cada uno de ellos había preparado para cenar un gran plato de cuscús. Llegada la hora trajeron todos los platos y los sirvieron. Cuando estaban para empezar a comer, él dijo:
-Levantaos e id a lavaros las manos.
-También tú debes lavarte.
-No, yo no como a los hombres como hacéis vosotros.
Aquéllos tuvieron que levantarse y fueron a lavarse las manos. Termi­nada la comida dijeron a Mahammed:
-¡Duerme aquí!
-¡No! -respondió él.
Se había dado cuenta de que proyectaban cogerlo a traición para ma­tarlo. Mahammed no dejaba nunca su clava de hierro y la tenía siempre en la mano.
Entonces aquéllos le invitaron a dar un paseo, y él salió a pasear con ellos. Pero mientras caminaba no les perdía de vista.
-Ahora voy a irme a dormir -dijo al llegar a cierto punto-. Pasaré la noche con mi hermana. Tengo muchas ganas de volver a verla.
Por entonces el Rey de los ogros se había retirado al castillo donde vivía la hermana de Mahammed el mulo. Los otros ogros se pusieron a re­flexionar cómo atacarlo y matarlo. Cuando él comprendió que querían combatir con él, les desafió:
-Por Alá -dijo- ¿lucha a mano abierta o con el puño cerrado? ¿Con cuchillo o con la espada? Pero ninguno sabe combatir como yo con la maza de hierro.
El primero de los ogros se acercó a él para batirse, pero Mahammed lo mató. Se presentó otro ogro y tuvo la misma suerte. Uno detrás de otro los fue matando, los dejó tumbados en tierra y volvió al castillo donde es­taba su hermana. Se encontró al Rey de los ogros que había venido a pasar la noche. Mahammed se puso a espiarlo. A mitad de la noche el Rey salió y entró solo por la mañana. Llevaba consigo a una joven que se llamaba Estrella del Norte... ¡Bendito sea Aquél que la había creado y modelado! Mahammed el mulo se dirigió al Rey de los ogros, que desconocía la muerte de sus hermanos, y le dijo:
-Hoy me voy con mi hermana.
-Prueba a repetir otra vez eso -respondió el ogro- y verás lo que te hago.
Después de una breve disputa los dos se levantaron decididos a com­batir con la espada. Combatieron con armas iguales durante tres días, des­de la mañana a la noche, pero ninguno de los dos resultó vencedor. Luego pelearon con la maza de hierro durante otros tres días, desde la mañana a la noche, pero tampoco esta vez ninguno de los dos fue superior al otro. Lucharon luego con las manos desnudas durante otros tres días, y ninguno fue superior al otro.
Entonces el Rey de los ogros fue a buscar un puñal para apuñalar a traición a-Mahammed el mulo, pero Estrella del Norte lo vio, fue donde la hermana de Mahammed y le dijo:
-El Hediondo ha cogido un puñal, creo que puede herir villanamen­te a tu hermano.
El Rey de los ogros se dirigió donde Mahammed fingiendo querer re­conciliarse con él, se sentó a su lado y de improviso le apuñaló. Pero Mahammed se había puesto la camisa de hierro, de modo que el puñal sal­tó hacia atrás. Mahammed saltó como un león enfurecido, le golpeó con la clava de hierro y lo tiró a tierra muerto.
Estrella del Norte se puso a gritar de alegría. Mahammed le cortó el cuello al Rey de los ogros, metió la cabeza en un saco y lo apartó. Estrella del Norte empezó a contar a Mahammed cómo el ogro la había raptado del jardín de su padre, que era el Rey de la China.
Sin demora alguna Mahammed pasó por todos los castillos del Rey de los ogros. Entraba y decía a las mujeres que encontraba:
-Si alguno matase al Rey de los ogros, ¿cómo le recompensarías?
La primera respondió:
-¡Ay de mí, no tengo nada, Dios le dará su recompensa!
Así fueron diciendo todas las demás, hasta que llegó a la sesenta.
-Si alguien lo matase y me trajese su cabeza y me la dejase ver, yo le daría mi cofre de plata y el anillo que está dentro.
-Ven conmigo, yo haré que veas su cabeza.
-Tengo miedo de ir contigo, temo sólo de pensar que el ogro pueda verme.
-No temas nada -le respondió Mahammed- ni de él ni de mí.
La joven fue con él al castillo de la hermana de Mahammed y vio un cuerpo sin cabeza. Mahammed sacó la cabeza del saco y se la mostró. La joven dio gritos de alegría. Estrella del Norte la oyó, la oyó también la hermana de Mahammed y todas juntas empezaron a dar gritos de alegría. Todas las jóvenes que el ogro había raptado a sus padres se reunieron en el castillo de la hermana de Mahammed, empujándose unas contra otras para ver la cabeza del Rey de los ogros. Luego Mahammed las condujo donde estaban los seis hermanos ogros muertos en el suelo.
La joven que le había prometido el cofrecillo de plata y el anillo se alejó del grupo para ir a buscarlo. Abrió el cofrecillo y sacó el anillo. Este anillo tenía poder sobre siete genios, o mejor dicho, sobre siete de los genios más potentes, los que se llamaban `afarît. Mahammed ordenó a los siete `afarît que llevasen a cada joven a su país. Apenas había ter­minado de dar vueltas al anillo que todas las jóvenes se encontraron en su casa. Sólo Estrella del Norte, que se había negado a irse, permaneció con él.
-Por lo que a mí se refiere -había dicho-, iré donde vaya aquél que me ha liberado del Hediondo.
Entonces Mahammed ordenó al afarît que cogiese a Estrella del Nor­te y a Aisha, su hermana, y todos los objetos de valor que se encontraban en el castillo del ogro, y que los transportara todos a casa de Mahammed el mulo.
Su madre se había quedado ciega a fuerza de llorar y su padre se había tenido que poner a pedir limosna. Los tres hicieron su aparición felices y triunfantes, acumulando montañas de oro y de plata. Sin tardar un segun­do Mahammed ordenó a los genios que devolvieran la vista a su madre y luego hizo que les construyeran un Palacio revestido de oro y de seda. Después hizo venir los rebaños de ovejas, de bueyes y de otros animales y todo aquello que había poseído el Rey de los ogros. En fin, se casó con Estrella del Norte. Se hicieron grandes festejos y después de seis días y seis noches de celebración, la víspera del octavo día, ella entró en la cámara nupcial.
Vale la pena decir algo del cofre del anillo. Sabemos que pertenecía a una de las jóvenes que el ogro había raptado a sus padres, pero no hemos dicho que la joven pudo lograr quitárselo, y que por todo el oro del mun­do no se lo hubiera vuelto a restituir, habría preferido la muerte, que al menos la hubiera liberado de la presencia del ogro, ya que gracias a aquel anillo, el ogro podía raptar a las hijas del Rey.
Y si aquel anillo estuviese aún en las manos del ogro, jamás Maham­med el mulo habría podido triunfar sobre él.


Contado por Mustafá Ben Sidi Hallu, de Blida.

 006. Anónimo (arabe) 

No hay comentarios:

Publicar un comentario