Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 28 de junio de 2012

Los dos artistas

Un escultor afamado extendió una invitación a un célebre pintor para que viniera a visitarlo. Cada uno vivía en una localidad de la India. El pintor aceptó la invitación y viajó hasta la casa del escultor. Se saludaron muy cordialmente. Al llegar la noche, celebraron una copiosa y sabrosa cena. Quien servía los platos era una bellísima mujer, a la que, por cier­to, el escultor había esculpido. El pintor, enseguida, se sintió prendado por esa atractiva mujer, voluptuosa y sonriente. El escultor se percató de ello y, alejándo­se unos minutos de la cena con una disculpa, preparó una broma al pintor. En su cuarto, semioculta detrás de un biombo, colocó la escultura, de tamaño natu­ral, de la fascinante sirvienta.
Acabada la cena, ambos hombres se despidieron. El pintor se dirigió a su habitación y se acostó. Estaba apoyado sobre la almohada, pensando precisamente en los encantos de la sirvienta, cuando la vio tras el biombo. Comenzó a latirle el corazón de amoroso estremecimiento. ¡Qué dicha tenerla en la habitación! Se levantó y fue hacia ella, en la semioscuridad. Cuando delicadamente cogió su mano, se llevó un gran chasco al comprobar que era de madera. Al punto se dio cuenta de la estratagema del escultor. Entonces preparó la suya. Se pintó a sí mismo, per­fectamente, sobre una de las pare-des de la habitación, representándose ahorcado, con los pies en el aire, el rostro pálido y desencajado, la lengua fuera y los ojos extraviados.
Por la mañana, a la hora del desayuno, compro­bando el dueño de la casa que su invitado no bajaba, acudió a su habitación. Llamó a la puerta varias veces, pero nadie repondió. Sigilosamente, el escul­tor abrió la puerta y, horrorizado, vio a su invitado ahorcado. Comenzó a temblar presa de la angustia. En ese momento, sin querer prolongar más la agonía del escultor, el pintor salió del armario en el que se ocultaba y ambos hombres se abrazaron efusiva­mente. Comentaron que, del mismo modo que se habían engañado, la vida era una engañosa función. Decidieron dejar fama, honores y actividades sociales y se hicieron renunciantes en los Himalayas, dispues­tos a seguir la senda de la autorrealización hasta el final de sus días.

El Maestro dice: En la cenagosa ruta del samsara (mundo fenoménico) los engaños se suceden. Dirige tus pasos hacia la meta espiritual, porque cuando llegue el momento de dejar esta envoltura fisica sólo contarás con el Dharma (la enseñanza mística).

Fuente: Ramiro Calle

004. Anonimo (india),

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