Era un sabio
tan anciano que nadie de la localidad sabía su edad. Él mismo la había
olvidado, entre otras razones porque había trascendido todo apego y ambición
humana. Estaba un día sentado bajo un enorme árbol banyano, la mirada perdida
en el horizonte, la mente quieta como un cielo sin nubes. De repente, vio cómo
un hombre joven echaba una cuerda sobre la rama de un árbol y ataba uno de sus
extremos a su cuello. El sabio se dio cuenta de las intenciones del joven,
corrió hacia él y le pidió que desistiese de su propósito aunque sólo fuera un
par de minutos para escucharlo. El joven accedió, y ambos se sentaron junto al
árbol. El anciano se expresó así:
-Voy a
hacerte un ruego, querido amigo. Imagina una sola tortuga en el inmenso océano
y que sólo saca la cabeza a la superficie una vez cada millón de años. Imagina
un aro flotando sobre las aguas del inmenso océano. Pues más difícil aún que el
que la tortuga introduzca la cabeza en el aro del agua, es haber obtenido la
forma humana. Ahora, amigo, procede como creas conveniente.
Todavía
cuenta la gente del lugar que aquel joven llegó a anciano y se hizo sabio.
*El Maestro dice: Toda forma humana es preciosa, porque a través de ella podemos alcanzar
la realización definitiva. Habiendo podido tomar tantas formas, es una gran
fortuna haber tomado la humana.
004. Anonimo (india),
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