Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

lunes, 4 de junio de 2012

La tetera de la fortuna


Una mañana de los días en que el monte Fuji era adorado como un dios y como el más divino de todos los hijos de la naturaleza, un joven tejón, lleno de la alegría y del calor del primer sol de primavera, brincaba a sus anchas por un tejano brezal. Empezó a hacer piruetas, a dar saltos mor­tales, a brincar por encima de los matorrales sil­vestres y a gritar de placer al revolcarse por la alta yerba. A ratos se paraba para golpearse el estó­mago con sus dos patas delanteras como si fuese un tambor, un juego que los tejones gustan de practicar cuando están contentos. Tiene el alegre sonido del «pon-poko-pon-pon» y si hay niños alrededor éstos van a divertirse con el juego de los grotescos tejones.
El tejón de nuestra historia no se preocupaba de otra cosa sino de su propia felicidad, por lo que saltando una de las veces sobre un montón de mullida hierba, no vio que de una rama de bambú colgaba una cuerda de paja en cuyo extremo infe­rior había un lazo corredizo. El lazo se deslizó por los hombros del animal y éste se sintió atrapado fuertemente. Aterrorizado intentó escaparse, pero con ello lo único que consiguió fue que el lazo se le apretase más y cuanto más luchaba más fuerte se sentía cogido.
-¡Ay, ay! -gritaba-. ¡Ay, ay!
Sus chillidos llegaron a oídos de un calderero remendón que en aquel momento regresaba a su casa atravesando el brezal. Rápidamente se des­hizo de su gran cesta de bambú y fue corriendo a ver qué pasaba.
-¡Ahí va! -exclamó el calderero sorpren­dido-. ¡Un pobre tejón cogido en una trampa!
Y en seguida se dispuso a liberar al pequeño animal.
-Ahora, tejón Chan, vete rápidamente a tu casa antes de que caigas en otra trampa maligna -le advirtió bondadosa pero firme-mente el cal­derero.
Después alisó la piel del tejón herida porel lazo, le dio unas afectuosas palmaditas, y le dijo otra vez:
-¡Hala, ya te puedes ir!
El tejón se sentía tan emocionado por la bon­dad del calderero, que rompiendo a llorar agrade­cido, dijo:
-¿Cómo voy a poder pagarte lo que has hecho?
-Regresando sano y salvo enseguida a tu casa -replicó el calderero.
Y acariciando de nuevo al tejón, reemprendió su camino.
El tejón permaneció un rato viéndole marchary preguntándose qué podría hacer él para favore­cer a su salvador. De repente se le ocurrió una idea, y poniendo en práctica su poder mágico, empezó a transformarse en una bella y ornamen­tada tetera. Su cuerpo creció de volumen y se hizo más redondo, y su pelo se alisó hasta con­vertirse en el rico y lustroso color bronceado de una vieja tetera. Su rabo se curvó como un mango y sus cuatro peludas pezuñas se transfor­maron en las cuatro patas de la tetera. Y precisa­mente su puntiaguda nariz se proyectó adonde debía estar el caño de desagüe.
Luego, aprovechando una pausa que había he­cho el calderero, quien se había detenido para ajustarse la cesta en la espalda, el tejón-tetera brincó vivamente dentro de ella y el confiado calderero continuó su marcha.
-Esposa, ya he regresado -gritó el calderero cuando llegó a su casa.
Su mujer vino corriendo y se inclinó para salu­darle mientras que él ponía la cesta de bambú en la galería de madera que había delante de su pequeña cabaña. Cuando el marido se quitaba las sandalias ella se dio cuenta de la presencia de la tetera.
-¡Ahí va, ahí va! ¿Qué es eso?
Y ambos miraron asombrados la tetera.
La llevaron a su habitación y la pusieron en el suelo, donde su lánguido resplandor resaltaba contra la pobre y raída estera de paja. Se arrodi­llaron, junto al objeto y lo miraron fijamente con silenciosa admiración.
-¡Es verdaderamente un milagro, un milagro! -murmuró el calderero.
-No existe una tetera más hermosa en todo el Japón -respondió su esposa-. ¿Dónde la has encontrado?
-No tengo ni idea de donde procede -con­testó el calderero-. Antes de ahora nunca había visto este objeto.
Volvieron a callarse con los ojos extraños para todo menos para la deliciosa forma de la pequeña tetera.
-Es lo suficientemente exquisita como para ofrendarla al templo de Morin -pensó el cal­derero.
Y luego dijo en voz alta:
-¿Qué dices tú, mujer? ¿Debemos ofrecerla al templo de Morin?
-Es demasiado buena para nosotros y sé que el sacerdote se pondrá muy contento de recibir tal tesoro -replicó su esposa.
El calderero cogió con cuidado la tetera, la en­volvió en un trozo de tela, y partió para el templo. Cuando el sacerdote vio la tetera quedó grata­mente sorprendido porque a primera vista podía notar que era un valiosísimo tesoro y no po­día imaginar cómo un hombre tan pobre como el calderero la había, conseguido. Todavía le sor­prendió más la historia que le contó el calderero, y como por lo visto no había manera de encontrar a su dueño, la aceptó prestamente para el servi­cio de la vieja Ceremonia del Té que se celebraba en el templo.
Cuando el calderero se hubo marchado, el sa­cerdote examinó la tetera con más detenimiento y pensó para sí:
-Realmente es una tetera de exquisita rareza. Invitaré a algunos amigos y cambiaremos impre­siones sobre ella.
Llenos de curiosidad por lo que pudiera ser el nuevo tesoro del templo, los amigos llegaron. Se sentaron sobre un círculo de grandes cojines que había en el suelo. Las puertas y persianas de papel fue-ron bajadas y cerradas por completo y la habitación se convirtió en seguida en parte del jardín con sus cuidadas escaleras de piedra, su enorme lámpara de piedra y sus diminutos pinos. Era un día perfecto para tratar asuntos como aquél.
Después de tomar las primeras tazas de verde té que les había servido, el sacerdote trajo un delicado trozo de tela que extendió en el suelo. Sobre él colocó la tetera para que los invitados pudieran examinarla y alabar su simplicidad de líneas, su simetría y el lustre de su metal. Todos sintieron una grandísima curiosidad por saber dónde la había adquirido el sacerdote y escucha­ron alelados la histo-ria que les contó del cal­derero.
-Una tetera verdaderamente bella y digna de ser usada en el templo para la Ceremonia del Té -dijeron los invitados.
-En efecto, en efecto -contestó el sacerdote-. Esta tarde celebraremos la Ceremonia del Té y la utilizaré por primera vez. Contribuirá a la pureza y al refinamiento de nuestro ritual. Venid esta tarde, amigos míos, dos horas antes de que se ponga el sol, y celebraremos la Ceremonia del Té.
Aquella tarde, dos horas antes de la puesta del sol, los amigos se congregaron en la pequeña choza exterior de los invitados que había en el jardín. El sacerdote llenó la tetera de agua y la colocó en el brasero de carbón. Iba ya a colocar los utensilios de la Ceremonia del Té en el orden prescrito cuando oyó un agudo chillido que decía:
-¡Demasiado caliente, demasiado caliente!
Y para asombro de todos cuantos estaban allí, la tetera salió zumbando del fuego y saltó al suelo. De ella estaba surgiendo la puntiaguda nariz, el suave rabo y las velludas pezuñas del tejón. Brincaba y saltaba por toda la sala dejando, tras sí un rastro de vapor mientras seguía gri­tando:
-¡Demasiado caliente, demasiado caliente!
El sacerdote retrocedió atemorizado y farfu­llando:
-¡Es un fantasma! ¡Está hechizada!
Ya pretó a correr fuera de la habitación seguido muy de cerca por sus invitados. Sus jóvenes mo­naguillos, al oír los gritos, vinieron corriendo en seguida provistos de las escobas y plume­ros y con la intención de defenderlo mientras decían:
-¿Dónde está el fantasma? ¿Qué le han hecho a usted, padre?
Temblando de miedo, el sacerdote y sus invita­dos se asomaron al quicio de la puerta y miraron temerosos a la tetera que ahora había recuperado su forma y estaba reposando inocentemente en un rincón. Señalándola con el dedo, el sacerdote dijo:
-Puse esa tetera en el fuego para que se calen­tara el agua y de repente empezó a saltar y a gri­tar: «¡demasiado caliente, demasiado caliente!», y se lió a dar vueltas por la sala.
Los monaguillos cuchichearon entre ellos so­bre este milagroso suceso y cautelosamente pin­charon a la tetera con sus escobas y plumeros de largo mango. Uno de ellos se agenció una mano de almirez de piedra y con ella pinchó las redon­deces de la tetera diciendo:
-¡Vamos, fantasma! ¡Enséñanos tus cuernos y tus pezuñas!
Pero nada pasó y la tetera siguió tan inmóvil y tan inocente como antes.
El sacerdote empero había sufrido tan brutal conmoción que decidió devolver la tetera al cal­derero. Y uniendo la acción al pensamiento, mandó llamar al calderero, le explicó todo lo que había pasado y le rogó que cogiera la tetera y que se la llevara.
-Bueno, bueno, ésta sí que es una tetera nota­ble -dijo el calderero.
La envolvió cuidadosamente en la tela y se la llevó a su casa.
Aquella noche, después de que su esposa ex­tendiera en el suelo sus esteras de dormir, el calderero colocó la tetera junto a su almo-hada y se retiró a descansar. Durante la noche, el calde­rero oyó una voz que le despertó:
-Calderero San, calderero San, ¡despiértate!
Todavía medio dormido, se frotó los ojos y cuando los abrió vio con gran sorpresa que de la tetera había surgido la aguda y peluda cara de su pequeño amigo el tejón, así como su blando rabo y sus velludas pezuñas.
-Estaba tan agradecido por tu desinteresada salvación -dijo la pequeña criatura- que decidí ayudarte de alguna forma. Por eso me trans­formé en tetera y me escondí en tu cesta. Yo pensaba que probablemente tú me venderías y al menos por una temporada dejarías de ser pobre. Pero tu naturaleza ha demostrado ser más gene­rosa de lo que yo incluso había soñado y tú y tu mujer lo único que pensasteis fue en entregarme al sacerdote del templo. Pero mi único interés érais vosotros. Por eso inventé aquel truco con el fin de que el sacerdote me devolviera a vosotros.
El pequeño y peludo tejón sonrió para con­tinuar:
-Algún día espero terminar mi existencia en la segura protección de un templo; pero mientras tanto yo os aseguro que juntos pode-mos hacer muchísimo. Ahora os pido que abráis un espec­táculo público y yo actuaré para vosotros con el fin de que os hagáis ricos. ¡Os aseguro que soy un actor muy bueno!
Diciendo esto el tejón-tetera se lió a ejecutar tan asombrosas danzas y saltos acrobáticos que el calderero quedó encantado y comprobó que realmente había grandes posibilidades en lo que había dicho el tejón.
Al día siguiente compuso una barraca para es­pectáculos públicos y colocó carteles por todas partes que decían: «¡La tetera viviente!» «¡La única tetera viva que baila y anda por la cuerda floja!»
Las noticias se extendieron con la velocidad del viento a través de toda la comarca, y enormes multitudes acudieron de cerca y de lejos para fijarse en los llamativos carteles y en las brillantes y coloristas cortinas del tabladillo. El calderero se sentó en un alto escabel a la entrada y gritaba:
-¡Bienvenidos, bienvenidos honorables seño­ras y caballeros! Es vuestra única oportunidad de ver a una tetera viviente que baila con la gracia de una temblorosa hoja de bambú. ¡Bienvenidos, bienvenidos honorables señoras y caballeros!
Y ni él ni su esposa daban abasto casi a vender las entradas que la gente les pedía para entrar.
Dentro de la barraca la atmósfera estaba tensa de expectación. Las jovencitas iban vestidas con sus brillantes y coloristas quimonos, y las jóve­nes damas con el pelo peinado en moños que resplandecían de ornamentos parecían banda­das de estorninos. Las madres con sus hijos ata­dos a las espaldas cuchicheaban incesantemente con cualquiera que estuviese dispuesto a escu­charlas. Y los campesinos con sus cónicos som­breros de paja de arroz no charlaban, menos que sus esposas. Era un océano de colores y murmu­llos y el único tema de las charlas era el milagro de la tetera viviente.
«¡Kachi-kachi-kachi!» El timbrado sonido de los golpes que anun-ciaban el comienzo del espec­táculo silenció el excitado parloteo. La audiencia se hallaba tensa de anticipaciones cuando se corrió el telón que mostraba al calderero arrodillado en el centro del pequeño escenario. Estaba ves­tido con un delicioso quimono nuevo para la oca­sión,y se inclinó saludando a la audiencia. En ese momento el tejón-tetera llegó corriendo hasta el escenario, se colocó junto al calderero y saludó profundamente con la gracia y los modales de una dama. Un susurro parecido al ruido que ha­cen los tallos secos de arroz corrió entre los espectadores.
-¡Mirad, mirad! i La tetera nos está saludando!
Con un gesto, el calderero pidió silencio a sus complacidos parro-quianos, y con la voz altiso­nante y digna de un presentador, anunció:
-¡Honorable pueblo! ¡Esta rara, maravillosa y única tetera viviente va a danzar para ustedes!
Inmediatamente el tejón-tetera abrió un pe­queño abanico y ejecutó una antigua danza infan­til japonesa para deleite de los espectadores. Cuando terminó de bailar, el calderero tuvo que elevar la voz hasta el máximo para anunciar por encima de los aplausos:
-¡Y ahora, honorable pueblo, la principal atracción de la noche! ¡La única tétera viviente del mundo que camina por la cuerda floja!
El tejón-tetera se ató entonces una banda de algodón alrededor de la cabeza como señal de que iba a ejecutar algo realmente impor-tante y peligroso. El calderero lo izó hasta una cuerda que cruzaba a través de todo el escenario y le entregó un quitasol y un abanico. El tejón-tetera realizaba tales travesuras y saltos espectaculares sobre la cuerda floja, que la multitud rugía de placer y aprobación, al mismo tiempo que patea­ban y juntaban sus manos en un explosivo aplauso.
La tetera se hizo famosa y todos los días se reunía una multitud procedente de las ciudades y los pueblos, de las montañas y las costas, para verla actuar. Y el calderero y su esposa se hicie­ron pronto más ricos de lo que jamás hubieran podido imaginar.
Un día, el calderero, que cada vez apreciaba más a su pequeño amigo, le dijo:
-Mi querido y pequeño colega, ya has hecho demasiado por noso-tros y me temo que te estés cansando o que trabajes demasiado por nuestra causa. Puedes estar seguro de que ahora tene­mos más de lo que necesitamos para vivir, y aunque nos apenará muchísimo separarnos de ti, deseamos que vuelvas a tu forma primitiva, cual­quiera que fuese, y que regreses a tu casa con los tuyos.
Desde aquel día se cerró la barraca y no dieron más espectáculos. El tejón-tetera, que realmente se hallaba muy cansado, estaba contentísimo porque su plan de ayuda al calderero había resul­tado ser un completo éxito y ahora no deseaba otra cosa sino acabar sus días en la callada quie­tud del templo. Así que, con muchas reverencias y saludos, se despidió de sus amigos humanos y adoptó definitivamente la forma de tetera.
Con mucho cuidado el calderero transportó a su querido y pequeño compañero al templo de Morin, y allí narró al sacerdote con todo detalle todo cuanto le había acontecido desde su última visita.
El buen sacerdote estaba lleno de remordimientos por haber juzgado tan a la ligera al tejón­tetera, pero se alegró muchísimo de la buena fortuna que había traído sobre el bondadoso calderero.
-Ciertamente esta tetera es muy rara y valiosa -dijo el sacerdote- y nunca jamás la volveré a poner sobre el carbón ardiente del brasero.
Al contrario, la colocó en un sitio de honor en el templo donde permaneció durante muchísimos años. Y por lo que yo sé, es posible que aún continúe allí.

Traducción: Angel García Fluixá

040 Anónimo (japon)

No hay comentarios:

Publicar un comentario