Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 28 de junio de 2012

La raza de las serpientes

El principe Arjun había roto una promesa, por lo que se vio castigado con el exilio durante doce años. Partió entonces hacia los bosques, con un grupo de brah­manes. Llegó hasta Gangotri, las fuentes del sagrado río Ganges, y allí, en sus orillas, hizo un gran sacrificio al fuego, que duró varios meses.
Un día, el príncipe se encaminó al río, a tomar el baño ritual antes de comenzar sus ofrendas a los dioses. Pero cuando entró en el agua se sintió desfallecer e incapaz de volver a salir, como si algo o alguien le retuvieran allí. Pidió ayuda a sus compañeros, que se encontraban en la orilla, pero nada pudieron hacer por él. Arjun se fue su­mergiendo en el agua y perdiendo a la vez el conocimiento.
Cuando se recobró, estaba acostado en un suntuoso lecho, dentro de un inmenso palacio. Era una habita­ción grande y, en ella, había un fuego sacrificial con todo lo necesario para las ofrendas. Arjun se sentó ante él y lle­vó a cabo sus ritos con devoción. Cuando hubo acabado, alzó la vista y se encontró con un ser extraño. La parte superior de su cuerpo pertenecía a una hermosa mujer, pero la parte inferior era la de una serpiente.
-¿Quién eres? -preguntó el príncipe.
-Soy Ulupi -fue la respuesta. Pertenezco a la raza de los naga, las serpientes semidivinas, y soy hija del rey Kauravya. Te encuentras en nuestro reino, en la ciudad de los naga.
-¿Y para qué me has traído aquí contra mi voluntad?
-Te ruego que me perdones por ello. La razón es que te amo desde hace tiempo. He visto tu retrato, conozco tu linaje, he sabido de tus hazañas y anhelo que me ha­gas tu esposa.
-No es posible -exclamó Arjun-. Eres una mujer dul­ce y encantadora, pero yo sólo soy un príncipe exiliado.
-No me importa. Te he dicho que te amo y, si no me aceptas, moriré de pesar. Y el deber de los príncipes es proteger a los afligidos. No querrás causarme dolor, ¿no es así?
Arjun se sintió conmovido por las palabras de la mu­jer.
-Respeto tus sentimientos, pero mi sacrificio en Gangotri ha quedado inconcluso.
-Mañana te llevaré allí de vuelta. Pero quédate hoy conmigo.
El príncipe accedió a este ruego y permaneció esa no­che con la princesa de las serpientes, que le atendió y cuidó con todo amor.
A la mañana siguiente, Ulupi condujo a Arjun de re­greso a las orillas del río y, antes de que él pudiese decirle nada, desapareció.
Arjun completó el sacrificio y se dirigió en peregri­nación a varios lugares santos de la región.
Llegó hasta el reino de Manipur, donde, en un jardín, vio a una bella joven que le recordó a Ulupi. Se acercó a ella y se presentó. La muchacha resultó ser Chitrangada, la hija del monarca de Manipur. El príncipe se sintió muy atraído por ella y pidió su mano al rey. Éste acce­dió al matrimonio, mas indicó a Arjun que ella era su única hija, por lo que el primer hijo que tuviera sería su sucesor y heredaría el trono de Manipur.
Arjun y Chitrangada se desposaron y vivieron felices en la ciudad. Tuvieron un hijo, al que llamaron Babhruvahan. Cuando éste tuvo un año de edad, Arjun, para completar su penitencia, partió de nuevo a una pe­regrinación.
En el palacio de las profundidades del río, la bella Ulupi sentía enorme-mente la separación de su amado. Sabía que nunca gozaría del amor de Arjun, pero deci­dió marchar junto a Chitrangada y Babhruvahan, para sentirse de esta manera cerca de él.
Adoptando una forma totalmente humana, Ulupi se encaminó a Manipur y allí se presentó ante Chitrangada. Bendijo a su hijo, anunciando que sería un gran gue­rrero y, a partir de aquel momento, hizo frecuentes visi­tas al reino, tomándoles gran cariño a la madre y al hijo. Solía contarle a Babhruvahan historias sobre las haza­ñas de su padre y le incitaba a emularle en todo.
Pasaron los años y, a la muerte de su abuelo, Babhruvahan heredó el reino.
Por su parte, Arjun se hallaba en combate contra sus primos, para recuperar su reino, que éstos le habían arre­batado. El príncipe hirió de muerte en la batalla al cau­dillo enemigo, por lo que los seguidores de éste pidieron a la diosa Ganga, la personificación del río Ganges, que castigase a Arjun. La diosa decidió que el príncipe, tras su muerte, moraría en el infierno.
Ulupi, desde las aguas, escuchó la maldición de la diosa y, para evitarle mal a su amado, imploró a su pa­dre, el rey de las serpientes, que salvara a Arjun del in­fierno. Kauravya se dirigió con esta súplica a los dioses, que dijeron que únicamente se anularía la maldición si Arjun moría en combate a manos de su hijo, Babhruvahan.
La gran batalla por la recuperación del reino había concluido con la victoria de Arjun y sus hermanos, el mayor de los cuales ascendió al trono. Entonces, para celebrar la victoria, se decidió que se llevaría a cabo el de­nominado "sacrificio del caballo". Era ésta una antigua tradición que se llevaba a cabo durante la coronación de un rey. Era costumbre soltar a un caballo y dejarlo vagar a su antojo, siguiéndole de cerca. Si llegaba a algún lu­gar habitado, entonces el guerrero que seguía al caballo debía entrar en combate con los campeones del lugar y, si vencía, el reino pasaba a su poder.
Así se hizo y Arjun fue el encargado de efectuar el sa­crificio. Siguió al hermoso caballo blanco, combatió con­tra varios reyes, venciéndoles a todos e incorporando sus territorios a su corona. Finalmente, el caballo llegó has­ta el reino de Manipur.
Su hijo, Babhruvahan salió a recibirle con mucho agasajo.
-¡Bienvenido seas, padre! Me alegra mucho gozar de tu presencia -manifestó el joven rey.
Pero Arjun no estaba contento con la conducta de su hijo.
-¡Hijo, Babhruvahan! Has faltado a tu deber como guerrero. No has cumplido lo que como rey es tu obli­gación. El caballo de mi sacrificio ha entrado en tu rei­no y yo he de apoderarme de estos territorios. Tú debes procurar evitarlo. ¿Por qué no has tomado las armas contra mí, que soy en este momento un invasor en tus es­ta-dos?
Babhruvahan quedó anonadado por estas palabras.
-Pero, padre -balbuceó-, ¿cómo puedo combatir con­tra ti?
Y, abandonando el lugar, Babhruvahan se dirigió a sus habitacio-nes en el palacio.
En aquel momento, Ulupi se presentó allí y le habló de esta manera:
-Querido mío -le dijo: No dudes. Combate contra tu padre. Es ése el deber del guerrero y, además, eso es lo que él espera de ti. No le defraudes.
Las palabras de Ulupi, a quien Babhruvahan consi­deraba como una segunda madre, hicieron mella en él, por lo que se aprestó para el combate, decidido a ganarse de nuevo el respeto de su padre.
Tuvo lugar en aquel momento una descomunal bata­lla, pues tanto Arjun como su hijo eran guerreros fuer­tes y de gran habilidad en el manejo de todo tipo de ar­mas.
Una flecha, disparada por Babhruvahan, hirió a Arjun en un hombro, quien se sintió orgulloso de su hijo y le incitó a que peleara hasta el límite de sus fuerzas. El combate continuó durante varias horas, hasta que una flecha del joven rey atravesó el pecho de su padre, de­jándole sin vida en el acto. Babhruvahan, en ese mo­mento, cayó asimismo al suelo sin sentido, agotado por el esfuerzo realizado.
Junto a los dos cuerpos inertes estaba Ulupi, quien avisó a Chitrangada de lo que había sucedido. Ambas mujeres se encontraron en el campo de batalla y Chitrangada vio a Ulupi llorar sobre el cuerpo de Arjun y supo del amor que ella sentía por su esposo. Observó también que Ulupi había recobrado su forma primera y se percató de que no era una simple mortal, sino que pertenecía a la raza de los naga.
La reina se dirigió a la princesa de las serpientes y le suplicó que emplease su magia para revivir a Arjun.
Ulupi se negó en un principio, por lo que Chitrangada amenazó con darse muerte a los pies de su esposo, si Ulupi no hacía lo que se le suplicaba.
En esto, Babhruvahan recobró el sentido; miró alre­dedor y se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Se dirigió a Ulupi con estas palabras:
-¡Ulupi! Eres para mí como mi madre y conozco lo que hay en tu corazón. Sé que no podrás permanecer inerte ante el cuerpo de mi padre, Arjun, al que veneras y con­sideras como tu esposo. Mira a mi madre -y señaló en di­rección a Chitrangada. Ésta se encontraba arrodillada junto al cadáver de su esposo, con la intención de no abandonarle y de dejarse morir de inanición a sus pies-. Ella ha sido para ti una hermana. ¿Vas a dejarla sin con­suelo en su dolor?
Pero Ulupi se mantenía inflexible.
-Yo he hecho lo que me has dicho -continuó el jo­ven. He combatido contra mi padre para cumplir con mi deber de guerrero. Él se salvará de la maldición de la diosa Ganga, pero yo me condenaré al infierno, pues he cometido el pecado de matar a mi progenitor. Por eso te digo que, si no le vuelves a la vida, yo moriré con él. Dejaré de comer y de beber hasta que fallezca a su lado, junto a mi madre.
Viendo la determinación de Babhruvahan, Ulupi tomó la decisión de recurrir a los poderes de las serpientes. Cerró los ojos y se concentró en un rubí mágico que po­seía su raza y que tenía la propiedad de devolver la exis­tencia a los muertos. De inmediato, cayó del cielo a sus pies la preciada joya.
Con ella se dirigió hacia el cadáver de Arjun, le tocó y, en ese instante, el príncipe volvió a la vida.
Abrazó a su hijo, al que felicitó por su valor y su sen­tido del deber. Luego giró en derredor y se maravilló de ver allí a Ulupi, junto a Chitrangada. Preguntó por la ra­zón de aquello y Babhruvahan le contó todo lo que Ulupi había hecho por salvar el honor del hijo y la vida del pa­dre, y cómo había contrarrestado la maldición de los dio­ses.
Arjun quedó profundamente conmovido con aquello y, con el beneplácito de Chitrangada, reconoció a Ulupi como esposa.

(Del Mahâbhârata de Vyâsa)

Fuente: Enrique Gallud Jardiel

004. Anonimo (india),

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