Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 1 de junio de 2012

La ogresa de las siete cabezas

La ogresa de las siete cabezas
Anónimo
(arabe)

Cuento

A propósito de los ogros y de su fealdad, la gente cuenta que hace tiem­po había una ogresa que tenía siete cabezas, siete bocas y siete pares de ojos, en resumen siete por cada uno de los miembros que tenemos nosotros. Su madre andaba buscando algún ogro de su raza, pero si alguno la acogía y le daba la bienvenida, otros hacían como si no existiese. Cuando ella se dio cuenta de que su hija era tan fuerte que ninguno podía vencerla, le dijo:
-No salgas de casa, voy a ir a dar una vuelta entre mis conocidos. Iré a ver al Rey de los ogros; si me acoge y me da hospitalidad, bien, pero si me dice algo desagradable, volveré aquí y tú entonces tírate sobre él, so­bre su mujer y sobre sus hijos.
Así pues, dejó a su hija y se fue directamente a ver al Rey de los ogros. Entró a su presencia y le dijo:
-Rey de los ogros, he venido a pedirte hospitalidad.
El respondió:
-Sé bienvenida, tú que tienes una hija con siete cuerpos y que le has dicho que si no te recibía como huésped que me la enviarías para que se arroje contra mí.
La ogresa, muy sorprendida, le dijo:
-¿Cómo lo sabes?
El Rey respondió:
-Te oí mientras hablabas con ella.
Realmente cuando esta ogresa hablaba, las montañas retumba-ban tan­to por su voz como por su tono, y todas sus bocas hablaban a la vez.
El Rey añadió:
-Te ofrezco hospitalidad a ti y a tu hija.
En realidad el Rey había comprendido que si la ogresa continuaba creciendo le mataría, y que también mataría a todos los suyos. La madre de la ogresa de las siete cabezas regresó a su casa y le dijo a la hija:
-Todo lo que hemos hablado, el Rey lo ha oído y se ha puesto muy contento por tener noticias tuyas y mías. Creo que está pensando en casar­se contigo.
-No estaré contenta -respondió la hija- hasta que no me haga con él. Quiero casarme con él, pero con una sola intención, que una vez cele­brada la boda, esperaré el momento propicio en que todo lo que haya co­mido se ponga a cantar en su panza, y entonces me arrojaré sobre él y le comeré. Y lo mismo haré con todas las personas que le rodean.
Su madre le dijo:
-Cuando sepas si te va a tomar por mujer, espera a que mande algu­no a buscarte, o que venga él mismo en persona.
Entretanto el Rey había ordenado a sus súbditos que se reunieran en asamblea para deliberar. Todos los ogros se reunieron en torno a su sobe­rano. Este dijo:
-Debo advertiros que entre nosotros ha surgido un castigo que au­menta su fuerza con los años, y no tendremos salvación alguna. Tenemos que buscar un sistema para librarnos de él.
Uno de los ogros sugirió:
-Tenemos que hacer que venga la ogresa y su madre.
El Rey respondió:
-No querrá venir a menos que nos valgamos de una estrategia. Vete a verlas y dile que el Rey está orgulloso de ellas y lleno de satisfacción des­de que su madre vino a verle, y que no hace más que decir: «Con esta pe­queña ogresa podremos apoderarnos de todo aquello que poseen los demás ogros».
Una delegación de cerca de mil ogresas se puso en camino. Llevaban consigo cien bueyes, cien seres humanos, cien ovejas, en resumen un cen­tenar de todas las especies. Estaban todavía lejos del lugar a donde iban, cuando oyeron como un batir de tambores. Entrando en la caverna, dije­ron a la madre:
-Hemos venido en busca de tu hija, para conduciros donde el Rey, que quiere que seáis sus huéspedes.
La ogresa respondió:
-Antes de que me naciese esta hija, no había nadie que mostrase de­seos de conocerme, y ahora que ha crecido, incluso el Rey me envía men­sajes y regalos. Exijo que vuestro Rey de los ogros venga a verme en per­sona.
Mientras intercambiaban estas palabras, la joven de las siete cabezas estaba escondida en el fondo de la caverna. Las enviadas del Rey hicieron toda clase de esfuerzos para convencerla, pero ninguna de las dos quiso poner los pies fuera de la gruta. Así es que algunas de las enviadas volvie­ron donde el Rey para informarle, y otras permanecieron allí para custo­diar los regalos que habían traído. Junto a las mujeres el Rey había enviado a sus emisarios, que apenas volvieron, le informaron.
-Lo que dijiste es verdad. Ellas nos matarán a ti y a nosotros. Es ab­solutamente necesario encontrar un medio de salvarnos.
-Antes de que yo la traiga aquí -dijo el Rey- tenemos que tomar precauciones. Yo iré en persona a invitarlas a las dos, pero no me pondré en camino con ellas hasta que no hayáis cavado una fosa y la hayáis llena­do de fuego. El día que partamos os haré llamar fingiendo que quiero te­neros como escolta, y cuando lleguemos donde está cavada la fosa, debe­réis de reuniros todos en torno a ellas y arrojarlas dentro.
El Rey de los ogros dejó su palacio real y partió junto a aquellos que habían venido a informarle. A su llegada él y su madre se pusieron a hablar con la madre de la joven a la entrada de la caverna. La madre preguntó:
-¿Habéis venido en busca mía o de mi hija?
-A buscarte a ti y a tu hija.
-¿Has traído a tu madre para que vea a mi hija? Dile que entre en la caverna.
Cuando la madre hubo entrado, la madre de la joven de las siete ca­bezas y el Rey de los ogros se quedaron hablando fuera.
-¡No has aceptado los regalos que te he mandado! -se lamentó el Rey.
-Sí, ahora los acepto.
Entonces el Rey hizo que entrasen los rebaños que le traía como re­galo. La joven se echó sobre ellos y se comió de una vez la mitad.
El Rey tuvo miedo de que al comer a los animales se comiese también a su madre, y le dijo a la ogresa:
-Tú no sabes a lo que he venido. He venido a pedirte que me des a tu hija como esposa.
Aquélla respondió:
-Entra en la caverna y háblale tú mismo.
El Rey entró y no encontró a su madre. Se apresuró a salir y no fue capaz de decir una sola palabra a la joven ogresa. Así es que se fue y regre­só a su país con todos los suyos. Todos estaban muy desencantados. El Rey dijo a los suyos:
-En el fondo no tenemos nada que temer de la madre, sólo de la hija. Basta con que la matemos y estaremos a salvo.
Hizo publicar en toda su provincia un edicto que decía:
«Quiero un ogro que sepa transformarse, por ejemplo, en topo. Cuando esté así transformado, deberá cavar un agujero y entrar en la ca­verna y escuchar lo que las dos digan de mí.»
Se presentaron, por lo menos, veinte ogros. Uno de ellos dijo:
-Yo puedo trasformarme en abeja, entrar en la caverna y pincharle un ojo, y así dejarla ciega de uno de los catorce ojos.
-Yo podré convertirme en escorpión, entrar en una de sus orejas y tapársela -dijo otro.
-Yo podría convertirme en mosca, entrar por su boca y luego trans­formarme en cuchillo y cortarle una lengua. Así sólo le quedarían seis. Otros amigos míos harían el resto.
Todos se apartaron y tomaron la forma que habían escogido. Se in­trodujeron en la caverna, pero aquellos que se habían transformado en topos vinieron cerca de la joven, pero ella se los comió; aquellos que se habían transformado en abejas, le entraron por los ojos, pero ella cerró los párpados y los aplastó; aquellos que se habían convertido en escor­piones entraron por las orejas, pero ella se frotó las orejas contra las pa­redes, y también se aplastaron; aquellos que se habían transformado en víboras entraron por sus narices, pero sus estornudos les hicieron caerse fuera muertos. En fin, aquellos que se habían transformado en moscas, entraron en sus bocas, pero ella les aplastó contra la lengua y murieron inmediata-mente.
Los demás ogros que estaban escondidos espiando lo que iba a suce­der, al no ver aparecer a ninguno de sus compañeros, no sabían qué hacer, si volver donde el Rey o quedarse donde estaban. La vieja en aquel mo­mento salió y les vio.
-¡Id, id a llevar la noticia!
Habían ya emprendido el camino de regreso, cuando la ogresa de las siete cabezas les encontró en el camino y antes de que pudieran darse cuenta se encontraron reunidos en el fondo de su panza con sus compa­ñeros.
El Rey, entretanto, esperaba su regreso, pero no volvió ninguno. El Rey envió otros, pero siempre con el mismo resultado. En fin, pidió ayuda a otro Rey, famoso por los ogros, de los cuales era señor.
-Debo informarte -le mandó decir- que sobre nuestro país se ha desen-cadenado un castigo. Si las cosas continúan adelante, tal como han comenzado, todos moriremos.
El Rey extranjero le respondió:
-Por lo que a mí respecta, esta ogresa de seguro que no me hará mo­rir. Deja que venga aquí, que en un momento me libraré de ella.
El Rey, que había perdido a todos sus ghul, lleno de cólera fue perso­nalmente contra ella, llevando consigo a todos las ogros que le quedaban. También se llevó toda la leña que se había amontonado en la fosa.
Cuando le vio acercarse, la ogresa salió de la caverna y gritó:
-Os concedo mi protección.
Ellos se acercaron y ella les hizo sentarse cerca. Y ellos pudieron oír a la madre del Rey de los ogros gritar desde el fondo de la panza de la ogresa de las siete cabezas. Los otros, aquellos que se habían transformado en víboras, en escorpiones, en moscas, en abejas, se pusieron a gritar al Rey:
-Nuestra astucia no nos ha servido de nada.
La madre de la ogresa de las siete cabezas dijo al Rey:
-¿Oyes qué cosa dicen?
Y luego volviéndose a la hija:
-Restitúyele su madre al Rey.
La hija estornudó y la echó por la nariz.
-Ahora vete -dijo la vieja al Rey- y llévate también la leña que has traído para hacer fuego.
Pero la ogresa de las siete cabezas resopló:
-No me iré de aquí sin haberme vengado de la sangre del Príncipe Ruhaniin.
El Rey le preguntó:
-Quisiera saber quién se ha comido al hijo del Rey y cómo ha suce­dido.
Ella respondió:
-Un día salió del mar para pasear por los campos. Los ogros lo vie­ron y fueron a darle caza. Era aún un niño. Lo capturaron. El suplicó y les amenazó. Dijo: «Os arrepentiréis», pero ellos dijeron: «Nosotros te re­partiremos entre nosotros, y tu familia hará lo que quiera». Así es que se lo comieron. Como el niño tardaba en volver, sus padres muy angustiados nos dieron el encargo de encontrar a aquellos que se lo habían comido y de vengarle.
La vieja madre de la ogresa de las siete cabezas, le dijo al Rey:
-Cuando he venido en tu busca te he pedido hospitalidad y te he dicho que tenía una hija y que la había traído conmigo. Luego lo hemos vuelto a repetir y tú has cavado una fosa para quemar a mi hija. Si vas al continente no temes a Dios, nosotros en el mar lo tememos, y no raptamos a nadie. Vosotros tenéis un proverbio que dice: «Todo lo que viene del mar, se puede comer», pero si conociérais a Dios, ¡no seríais antropófagos! Y ahora iros de aquí, porque pueden venir nuestros amigos del mar.
Los ghul se fueron bien contentos de poderse retirar sanos y salvos. El Rey preguntó a su madre:
-¿Qué tal te encontrabas en su panza?
-No estaba en su panza, cuando me tragó -respondió ella-, me he encontrado en el mar.
-¿Y a los que yo he enviado?
-Los ha soltado de cabeza al mundo.
-¿Y los rebaños que le di de regalo?
-Se han desleído en el agua.
-¿Y cómo han podido trasformarse en agua?
-La ogresa les ha soplado encima como una sierpe que silba, y de pronto se han convertido en agua.
El Rey de los ogros hizo una proclama a sus súbditos.
-¿Quién de vosotros ha ido del lado del mar y se ha comido un niño?
Uno de ellos contestó:
-He sido yo y conmigo cuatro de aquellos que se han transforma-do en escorpiones, víboras, etcétera. Pero ahora me he quedado solo.
-¡Arréglatelas con los del mar! -le dijo el Rey.
-¿Cómo voy a arreglármelas yo solo? ¿Qué Rey es el que habla así con sus súbditos y no se ocupa de protegerles? ¡No, no hagas nada, adiós, me iré con otro Rey!
-Vete -le respondió el Rey-. ¡Vete donde quieras, porque no debo perderme por tu culpa!
Este ogro que se había comido al niño hijo del Rey de Ruhanün, se trasladó al país de aquel Rey al cual el Rey de los ghul había pedido inú­tilmente ayuda. Fue a pedirle ayuda al soberano explicándole cómo la ogresa había sido un castigo para todos.
Cuando éste le vio llegar, le dijo:
-¿Por qué motivo has venido a verme?
El ogro le contó desde el principio hasta el fin. El Rey le escuchó con atención y finalmente exclamó:
-Vuestro Rey no sirve para nada. Que venga aquí que yo le borraré de la faz de la tierra.
Apenas había terminado de decir estas palabras, que se oyó un ruido como de un trueno. Todos los ogros de aquel país se asustaron mucho, so­bre todo porque no lograban saber de dónde venía.
Eran la ogresa y su madre que resoplaban en su caverna. Poco después la ogresa de las siete cabezas apareció junto a su madre. El Rey de los ogros fue a su encuentro con un séquito inmenso de súbditos y dijo:
-¡Sed bienvenidos!
Pero la vieja les respondió:
-Vete a dar la bienvenida a los huéspedes que han venido a pedirte socorro y protección. Nosotros, por nuestra parte, no aceptamos la hospi­talidad de aquellos que comen carne humana y capturan a traición a los hijos del Rey, como hacéis vosotros.
-Esta noche si tú te quedas aquí con tu hija -le amenazó el Rey-, coceremos tu carne y la comeremos. No somos como el Rey que te ha traído tantos regalos, mientras hacía cavar la fosa donde trataba de que­marte, mientras tú te ilusionabas con la esperanza de casarte con su hija. Nosotros somos siete valientes y os combatiremos a cara descubierta.
Unos días después se presentaron cuatro mujeres con la ogresa de las siete cabezas. Ellos la rodearon.
-¿Qué venís a buscar aquí? Ya os hemos dicho que si os hubiéramos encontrado os habríamos dado muerte.
Pero el Ruhaniin respondió:
-La tierra pertenece a Alá. ¿Cuál es vuestra pretensión?
-No sabemos quién es este Alá del que hablas.
-Si teméis a Dios, tenéis que renunciar a aquellos, que rechazados de país en país, se han refugiado entre vosotros , y os exigimos que dejéis de alimentaros de carne humana.
-Continuaremos haciendo lo que siempre hemos hecho y también os comeremos a vosotros -respondieron los ogros y su Rey.
Pero no pudieron acabar estas palabras pues los Ruhanün del mar so­plaron sobre ellos y todos los ogros y su Rey con ellos se prendieron fue­go. Acudieron otros ogros, la gente del mar sopló también contra ellos y se dispersaron como polvo en el aire. Los ogros que quedaron con vida obligaron al proscrito que habían acogido a irse a otro país.
Un día, también en este país se oyó un fragor fuerte como el trueno de enero. El Rey de los ogros de aquel país preguntó:
-¿Qué sucede?
Le respondieron:
-Quizá se trate del proscrito que se ha escondido en nuestro país y ha devorado al hijo del Ruhanün del mar. Los cómplices ya han sido cas­tigados y él huye de país en país.
-Quiero que lo busquéis, que lo atéis y que lo traigáis aquí -dijo el Rey-. No quiero que suceda eso que les ha sucedido a los otros ogros.
Le buscaron, y después de haberlo apresado con engaños, le llevaron delante del Rey. Apenas lo habían atado, el tronar cesó y se oyeron, a su vez, gritos de alegría. Los ogros se lo entregaron a la ogresa de las siete cabezas, con las manos atadas detrás de la espalda. Luego ellas soplaron sobre él y fue llevado por el aire y fue a juntarse con sus cómplices a la otra extremidad del mundo. Así fueron castigados los culpables, y la gente del mar junto a la ogresa de las siete cabezas y su madre, desaparecieron bruscamente sin que ninguno pudiera decir dónde habían ido, si la tierra se los había tragado o si se habían disuelto en el aire.

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