Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 4 de junio de 2012

La mujer juez

Érase una vez cuatro hermanos con su padre.
El padre les dijo:
-Hijos, voy a repartir entre vosotros una parte de mi for­tuna que no conocéis.
A continuación les ordenó que se ausentaran y, una vez solo, empezó a hacer las distintas partes que corresponderían a cada uno de sus hijos.
Cogió cuatro jarras. En la primera metió huesos, en la se­gunda papeles, en la tercera piedras y en la cuarta oro.
Al recoger cada uno su parte no estuvieron de acuerdo con el reparto y decidieron acudir ante un juez.
En el camino se encontraron con un asno que estaba en una raida [1] a punto de morirse de hambre y quedaron muy sorprendidos.
Siguieron andando hasta que encontraron otra raida en la que había dos mulas que se estaban comiendo la una a otra y se sorprendieron aún más.
Siguieron su camino y vieron diez ovejas de las que ma­maba un solo corderito; y más adelante encontraron diez cor­deritos que mamaban de una sola oveja hasta saciarse y aún sobraba leche.
No habían salido de su asombro cuando vieron una ser­piente que acaba de salir de su madriguera y no podía volver a entrar en ella.
Después de andar un buen trecho, se hallaron ante la Pie­dra Sagrada y cavaron un gran hoyo para esconderla y preser­varla de los malhechores, pero cuando lo hubieron terminado no podían mover la piedra de su sitio.
Más adelante encontraron un pájaro que se balanceaba entre dos arbustos: cuando tocaba uno, éste se ponía verde y se secaba el otro, y así alternativamente una vez tras otra.
Su extrañeza siguió creciendo cuando, al reanudar su mar­cha, encontraron a un viejo tan viejo, que tenía que sujetarse las cejas con una cinta de tela. Le preguntaron si sabía dónde estaba el juez y él les contestó:
-El hombre que buscáis es mi padre. Ahora está con los que adiestran y montan caballos.
Al llegar donde les había indicado el viejo, les dijeron que estaba ocupado y que deberían esperarlo en otro lugar.
Al caer la noche llegó el juez, los saludó y le dijo a su mu­jer que les trajese la cena. Cuando ésta la hubo servido la probó, la tiró al suelo y le mandó:
-Mujer, vuelve a traernos la cena.
Ella obedeció y apareció al cabo de un rato con una nue­va comida. El juez la probó y volvió a tirarla. De nuevo le dijo:
-¡Tráenos otra cena!
Se fue y apareció con otra comida. Cenaron y el juez les preguntó:
-¿Qué os ha traído hasta aquí?
-El motivo de esta visita es el reparto que hizo nuestro padre de la herencia. Lo hizo sin estar nosostros presentes y no sabemos a quién corresponde cada parte. Nos preocupa que la jarra de oro sea sólo para uno de nosostros y los de­más se queden sin nada.
-¿Qué hay en la herencia?
-Yo encontré una jarra llena de piedras.
-Yo, una llena de papel.
-Pues yo una llena de huesos.
-Y yo la encontré llena de oro.
-Lo que vuestro padre ha hecho es justo -contestó el juez-. El que de vosotros encontró la jarra con oro debe de­dicarse a los negocios, al comercio, a comprar y vender. El que la encontró con papel debe ir en busca de alguien que le proporcione un buen trabajo. El que tenía los huesos está claro que debe dedicarse a la ganadería. Y por último, al que e tocaron las piedras debe irse a vivir a la ciudad y allí labrarse su futuro.
Una vez tranquilizados los hermanos con las explicacio­nes del juez, éste añadió:
-¿Qué habéis encontrado en el camino?
-Un viejo tan viejo, tan viejo que no se podía levantar y tenía que sujetarse las cejas con una cinta. Nos dijo que eras su padre, pero no puede ser porque tú eres un hombre fuerte y vigoroso que todavía montas a caballo. Danos una expli­cación.
-Lo que os dijo el viejo es cierto. Está así porque tuvo una mujer mala que le ocasionó muchos disgustos y esto le ha roto el corazón.
-También hallamos una piedra que no se podía enterrar.
-Ésta es la voz del derecho que no se puede acallar ni confundir.
-Vimos una serpiente que no podía volver a meterse en su hoyo.
-Ésa es la palabra del mal. El mal sale de la boca del ser humano y ya no puede volver atrás.
-Hemos visto también un pájaro que saltaba entre dos árboles. Cuando tocaba uno reverdecía, mientras que el otro quedaba inmediatamente seco y viceversa.
-Esto es la poligamia.
-Vimos también cómo una sola oveja amamantaba a diez corderitos y aún sobraba leche, mientras que diez ovejas no bastaban para alimentar a uno solo.
-Cuando a alguien le pisan sus derechos o se comete con él una injusticia, ocurre que los demás reconocen y se conven­cen de sus propios derechos.
-Había también unos mulos que se comían el uno al otro.
-Son los hombres, que se destruyen en inútiles reyertas.
-Y un asno que en una raida se moría de hambre.
-Éste es el comerciante que no es honrado y el día del juicio final habrá perdido su hasenat [2].
El juez dio por acabada la conversación y despidió a sus huéspedes, pero el muchacho al que habían correspondido los papeles le espetó:
-Yo no voy a marcharme. Tienes que proporcionarme trabajo.
Cuando sus hermanos se hubieron marchado, el juez le proporcionó una habitación donde albergarse mientras dura­ba el contrato.
Una vez finalizado éste, el muchacho no quiso marcharse y se presentó ante el juez:
-Mi trabajo se acabó. Yo voy a irme, pero debes conce­derme la mano de tu hija.
Tras un momento de reflexión, contestó:
-Te voy a dar a mi hija, pero no tiene ni pies ni manos, ni come, ni se la puede llevar en un saco.
-No importa, la acepto.
El juez le concedió la mano de su hija diciéndole:
-Es tuya, pero con una condición: no debes verla du­rante el viaje.
Les preparó un camello y una fiel esclava y los despidió.
El nuevo matrimonio inició el viaje. Cuando faltaba sólo un día para llegar a la ciudad a la que se dirigían, acamparon en un uad [3]  muy verde para almorzar y descansar. Después de haber reposado un buen rato, mandó a la esclava a ver cómo estaban las cabalga-duras y aprovechó su ausencia para entreabrir la cortinillas y ver a su esposa.
En el mismo momento en que las apartaba vino un pájaro, que cogió el rosario de la chica y se lo llevó volando. Lo per­siguió para recuperarlo, corriendo debajo de él hasta que, sin darse cuenta, tropezó y se cayó en un pozo.
Las mujeres estuvieron esperando a que volviese durante todo el día, y al anochecer, viendo que no regresaba, deci­dieron continuar el camino hacia su destino.
La hija del juez, que era una muchacha muy hermosa y muy inteligente, dijo:
-Voy a hacer lo necesario para que me confundan con un hombre.
Se vistió con la ropa de su marido y se cortó los cabellos para pasar desapercibida entre los hombres de la ciudad.
Al llegar, se dispuso a buscar trabajo para poder ganarse la vida. Los habitantes se quedaron sorprendidos de su extra­ña belleza y de su diligencia y se lo comunicaron al jefe de la ciudad, quien mandó llamarla. Cuando ella compareció, le preguntó:
-¿Qué te ha traído hasta aqui?
-Estoy buscando la forma de ganarme la vida -contestó.
-¿Qué clase de trabajo prefieres?
-Deseo trabajar en un sitio donde no haya mujeres.
-Pues bien, puedes hacer de juez.
-Prefiero que me encuentres otro trabajo.
-Quiero que hagas únicamente de juez.
La chica aceptó por miedo a que el jefe la echase de la ciudad o no pudiese encontrar ninguna otra forma de ganar­se el sustento.
Alcanzó un gran prestigio como juez, ya que sabía resol­ver todos los conflictos que la gente le presentaba. Hasta que un buen día el jefe recibió la noticia de que su juez no era un hombre sino una mujer.
Alarmado por esta noticia y para salir de dudas, le llamó y le dijo:
-Has conseguido ya una buena posición y el reconoci­miento a tu trabajo, ahora lo que tienes que hacer es buscarte una esposa.
-Naturalmente que lo haré, hace un tiempo que pienso en ello.
El juez volvió a su trabajo y dio órdenes a sus ayudantes de que atendiesen a cualquier persona que viniera a exponer sus problemas, fuera el momento que fuera. Dicho esto, em­pezó a trabajar día y noche, sin que le quedase un sólo ins­tante libre. Pero al mismo tiempo había dado órdenes a sus colaboradores para que le preparasen la jaima [4] para la boda, pues habían acordado ya con el jefe la fecha para su cele­bración.
Éste, después de conocer los preparativos, llamó a los que le habían informado de que el juez era una mujer y mandó matarlos. El juez siguió absorto en su trabajo y el jefe conti­nuó convencido de que era un hombre.

Mientras tanto, el marido había permanecido durante al­gún tiempo en el pozo, hasta que un gazi [5] llegó de noche a buscar agua y un soldado lo sacó en una vasija. Sorprendidos de verle, le preguntaron:
-¿Tú qué haces aquí?
-Yo sólo iba en busca de mis camellos, tuve sed y bajé al pozo para beber. Ahora vosotros me habéis salvado la vida.
El jefe del gazi lo tomó como esclavo y siguieron viajando hasta la ciudad en la que su mujer hacía de juez. Decidieron permanecer en ella algún tiempo.
Un día, mientras paseaba por el mercado, vio al juez y re­conoció en él a su mujer. Meditando para sí, tomó la decisión de separarse de su amo y buscar un trabajo en la ciudad. Con esta intención fue a verle y le dijo:
-Si tienes algo para mí, dámelo.
-Yo te encontré en un pozo y te he alimentado. Nada tengo para ti. Eres libre, si quieres puedes marcharte -le con­testó su amo.
Dicho esto, el marido se fue. En su recorrido por la ciu­dad encontró una posada, entró en ella y le dijo al dueño:
-Dame, por favor, algo que comer.
-Todo lo que hay aquí se compra -le respondió el po­sadero.
-No tengo dinero para pagarte, pero sí unas cuentas de rosario muy valiosas. Te voy a dar una de ellas a cambio de comida y alojamiento.
Pasó la noche allí y al día siguiente fue a ver de nuevo al dueño y le dio otra cuenta para poder pasar otro día en la posada.
Después de comer salió fuera de la ciudad y pasó el resto del día tumbado bajo una talja [6]. Mientras descansaba obser­vó un nido de árbol sobre su cabeza. Cogió un palo y lo atra­vesó con él.
Al instante cayó el resto del rosario, lo recogió, lo puso en su bolsillo y regresó a la ciudad. Volvió a la posada para cenar, le dio la tercera cuenta al posadero, comió y se fue a dormir.
Al día siguiente por la mañana encontró trabajo. Por la tarde le pagaron, y con este dinero se fue a pagar al posade­ro. Éste dijo que no le conocía, que no le debía nada, y no quiso devolverle las cuentas del rosario.
El hombre se fue a ver inmediatamente al juez, pero en­contró primero al jefe de la ciudad y le contó lo que acababa de ocurrirle. El jefe le contestó:
-Preséntame las pruebas de tu acusación contra este hombre.
-Yo sólo quiero que me mandes ante el juez para que haga justicia.
-Al que mienta de vosostros dos se le cortará la cabeza -advirtió el jefe.
Cuando por fin se halló ante el juez se reconocieron in­mediatamente. El hombre le mostró el rosario, le contó todo lo ocurrido y volvió a guardarlo. El juez mandó llamar al po­sadero y le ordenó que trajera las cuentas para investigar el caso. El dueño de la posada depositó las cuentas y el hombre hizo lo mismo con el resto del rosario.
El juez condenó a muerte al posadero y devolvió las cuen­tas al dueño del rosario. Una vez a solas le contó con detalle su historia y la mujer decidió ir a hablar con el jefe de la ciu­dad. Cuando estuvo ante él le dijo:
-Si tienes algo que echarme en cara, algo que yo haya hecho mal, me lo dices.
-No tengo nada contra ti. Al contrario, estoy muy satis­fecho de tu trabajo -respondió el jefe.
-Voy a contarte algo si prometes no castigarme.
-Puedes contármelo y puedes estar tranquilo, puesto que nada va a ocurrirte.
Ella le contó toda su historia y los motivos por los que se había vestido de hombre y había aceptado el trabajo de juez. Acto seguido presentó su dimisión. El jefe, que la había escu­chado atentamente, la perdonó y le agradeció todo lo que ha­bía hecho por su ciudad.
La mujer volvió con su marido y vivieron juntos y felices muchos años.

 051 Anónimo (saharaui)


[1] Raída: Zona de verde pasto.
[2] Hasenat: Premio que se recibe en el paraíso por las buenas obras realizadas en esta vida.
[3] Uad: Lecho de un río del desierto, a veces seco, en el que suele haber vegetación.
[4] Jaima: Tienda hecha con pelo de camello, usada por los nómadas del desierto.
[5] Gazi: Pelotón de jinetes armados que cabalgan por el desierto.
[6] Talja: Árbol de la familia de las acacias que vive en el desierto.

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