En una ciudad de la
antigua India hubo un rey, de nombre Vijay Singh, extremadamente famoso por su
justicia. Su reino era próspero, nada faltaba en él a sus habitantes y se
gozaba de paz, por lo que un día el soberano decidió emprender un viaje de
recreo y conocer otros lugares.
Comunicó sus intenciones
a su ministro, al que encargó del gobierno del reino en su ausencia. En el
plazo de un año, volvería; pero, si no lo hacía, el ministro debería partir en
búsqueda de su soberano.
El rey inició su viaje y,
a las pocas jornadas de camino, llegó a un bosque, donde había un gran
estanque. Junto a él se hallaban cuatro ladrones que se disputaban la posesión
de algunos objetos. Éstos eran una espada, una taza de porcelana, un tapiz y
un trono engastado con joyas. Los bandidos no reconocieron al monarca y le
pidieron que fuese juez en su disputa.
-La espada puede matar a
los enemigos a distancia -le advirtieron. El tapiz otorga todo el dinero que
se pueda desear. La taza se llena de los manjares que se desee y el que se
sienta en el trono es conducido de inmediato al lugar al que quiere ir.
El rey tomó la decisión
de hacerse con aquellos objetos maravillosos, para lo que imaginó una
ingeniosa treta. Propuso que los cuatro ladrones se sumergieran en el agua. Los
que más tiempo aguantasen sin respirar podrían elegir el objeto de su agrado.
Así lo hicieron y, mientras los ladrones se metían en un río cercano, el monarca
tomó la espada, la taza y el tapiz, los colocó sobre el trono y formuló la
petición de hallarse en una ciudad lejana. En un instante se vio transportado,
según sus deseos.
Vijay Singh,
permaneciendo de incógnito, compró una casa en la ciudad y ocultó en ella sus
tesoros.
Tras descansar un tiempo,
se dedicó a visitar los alrededores y llegó a un palacete magnífico, que
pertenecía a Sushila, una célebre cortesana. Se hizo anunciar, penetró y se
encontró con una mujer de arrebatadora belleza, que descansaba sobre lujosos
cojines.
Tal era su hermosura que
el monarca cayó desvanecido al contemplarla por vez primera. Ella empleó entonces
algunas esencias olorosas para volverle en sí y, cuando se hubo recuperado, le
hizo sentar a su lado. La cortesana se desnudó, dejando ver un cuerpo de formas
voluptuosas, y le proporcionó a su huésped mil placeres que él desconocía.
Después le condujo a un baño, donde le esperaba un masaje sensual y reparador.
El soberano se olvidó de
todo y permaneció varios meses con aquella mujer extraordinaria, a quien entregó
grandes cantidades de dinero, proporcionadas por su tapiz mágico.
Sushila sospechó algo
sobre el origen del dinero que se le entregaba. Un día hizo seguir a Vijay
Singh hasta su casa y descubrió el secreto del tapiz que proporcionaba riquezas
infinitas. Quiso entonces apropiarse de los objetos mágicos y, para tal fin,
concibió un plan.
Sugirió a su amante que
visitara al rey del lugar, para presentarle sus respetos, pero manifestó su
temor ante la posibilidad de que le robasen sus riquezas en su ausencia. Vijay
Singh la tranquilizó, diciéndole que no tenía más que formular un deseo para
que realizara. Como ella fingiera no entender sus palabras, el rey le reveló
el secreto de sus posesiones y fue a buscarlas, mostrándole a la cortesana
cómo podía emplearse su magia.
Tras esto, Vijay Singh
tomó a su servicio a criados y guardias y se preparó para hacer una visita al
monarca del lugar.
No bien hubo partido el
amante, cuando Sushila escondió los objetos mágicos en un lugar apartado y,
más tarde, prendió fuego a su casa, simulando un incendio.
Cuando Vijay Singh
regresó de su visita, encontró a la cortesana con los vestidos desgarrados,
sucia y con aspecto de haberse librado por poco del fuego devorador. Sintió
gran pesar por la pérdida de sus objetos mágicos, pero intentó olvidarla,
gozando de la hermosa mujer.
Marcharon a la casa que
él había comprado al llegar y continuaron allí su vida en común. A los pocos
días, ella le pidió doscientas monedas de oro. A él le quedaban unas
cincuenta, producto de la venta de un collar de rubíes, así es que se las
entregó.
Pero el tiempo fue
pasando y Sushila seguía aumentando sus demandas, Para complacerla vendió él
la casa en la que moraban, trasladándose a otra más pequeña que hubo de
alquilar. Vendió también sus caballos y elefantes, sus últimas joyas y sus
trajes, hasta que finalmente vino a verse sin ningún dinero ni posesión.
En el momento en que la
cruel cortesana se percató de que se había extinguido la fuente de sus
ingresos, mandó a sus criados que echaran de la casa al rey. Él apeló a su
amor, a sus buenos sentimientos, le suplicó que le tuviera lástima, mas ella
no se conmovió.
Varios meses vivió Vijay
Singh como un pordiosero en aquella ciudad, a la que había llegado siendo
próspero. Dormía a la intemperie y se alimentaba de lo que las buenas gentes
le daban. Pero, a pesar del mal trato recibido, no podía olvidar a la
cortesana.
Pasó así un año y, según
lo acordado, su ministro partió para buscar a su soberano.
Tras atravesar muchos
lugares llegó a una selva, en la que había dos manantiales. Uno de ellos tenía
las aguas negras y parecían hervir. El agua del otro manantial era totalmente
blanca y brotaba como en surtidores. Iba el ministro a acercarse a beber cuando
presenció un hecho extraño. Un chacal llegó a la charca de aguas negras,
agachó la cabeza y metió la lengua en el agua. Pero no pudo separarse. Como por
arte de magia, su lengua había quedado adherida al agua. Al cabo de un rato,
el viento hizo caer sobre del desventurado animal unas gotas de agua del
manantial blanco y ese agua, de propiedades contrarias a las negras, le liberó
y le permitió escapar.
El ministro quedó
maravillado por lo que había visto y decidió llevar consigo en dos frascos
muestras de aquellas aguas mágicas.
Meses más tarde, llegó a
la ciudad donde se hallaba su rey, convertido en mendigo. Preguntó por él y,
ayudado por las gentes del lugar, no tardó en encontrarle. Vijay Singh estaba
ya a punto de morir de inanición y se alegró sobremanera de ver a su ministro.
Éste puso a su soberano
en manos de hábiles médicos, para que cuidaran de él y le devolvieran la
salud, y le prometió a su señor que la cortesana pagaría por todo lo que había
hecho.
Cuando el monarca se hubo
repuesto, compraron ricas ropas y se presen-taron en la casa de la bella.
Llevaba ahora Vijay Singh gran cantidad de dinero y el ministro le acompañaba,
disfrazado de sirviente.
Sushila, asombrada al ver
que su antiguo amante era rico de nuevo, le acogió en su nueva casa. El rey
fingió perdonar lo pasado y no volvió a hacer mención de ello, por lo que la
cortesana, confiada en la pasión del rey por ella, dejó de preocuparse del
asunto.
Esa noche, Sushila se
bañó, se perfumó y se puso un vestido transparente, que despertaba los deseos
del que la contemplaba. Vijay Singh la esperaba en una alcoba y, cuando ella
llegó a su lado, la abrazó con fuerza para poseerla.
Se hallaban los dos
unidos por el vínculo de la carne, cuando el ministro, que había estado
escondido detrás de un cortinón, se presentó ante ellos y derramó sobre los dos
amantes abrazados algunas gotas del agua negra.
Sucedió entonces lo que
los dos hombres esperaban: la cortesana no pudo desasirse ni separar de su
cuerpo el miembro viril del rey. Gritó y se revolvió e hizo todo lo posible,
pero todo fue inútil y permaneció unida al rey por sus partes íntimas.
A los gritos de Sushila
acudieron todos sus criados y se percataron de que todo había sido estratagema
del ministro.
-¡Oh, señor! -le
dijeron-. No sabemos quién sois pero, os lo suplicamos: ¡Liberad a nuestra ama
de estas cadenas de carne!
-Con gusto lo haría -fue
la respuesta del ministro-. Pero la magia les ha unido y sólo la magia puede
liberarles.
-Haced pues la magia que
sea necesaria -suplicaron todos, mientras Sushila seguía gritando y llorando.
-No puedo hacerlo
-prosiguió él- hasta tanto no me hayáis traído una taza, una espada, un tapiz y
un trono.
-¿Y para qué necesitas
todas esas cosas? -le preguntaron los criados, que ignoraban la existencia de
aquellos objetos.
-Echaré un medicamento en
la taza; después cubriré a ambos con el tapiz y los colocaré en el trono.
Entonces les haré tomar la medicina que los separará. Y si ésta no lo hiciere
-continuó, entonces haré uso de la espada.
-Pero nosotros no tenemos
ninguno de esos objetos -protestaron. ¿Cómo conseguirlos en tan breve tiempo?
-Sí los tenemos -gritó la
sollozante Sushila. Yo poseo exactamente lo que se necesita. Está en las
afueras del pueblo, escondido en casa de mi hermana. ¡Traedlo todo rápido y
separadme de este hombre!
Los criados se
apresuraron a ir por los objetos. Cuando los tuvo, el ministro hizo con ellos
lo que había anunciado. Pero, cuando estuvieron los dos amantes sobre el
trono, él subió también y le dio orden de trasladarse a su reino.
Por la magia del trono,
pronto estuvieron de regreso. Entonces el ministro arrojó sobre el príncipe
algunas gotas de agua del agua blanca y éste quedó separado de la cortesana.
Ella, habiendo aprendido aquella lección, cambio de actitud y fue para Vijay
Singh una compañera fiel y honesta. Y el rey gobernó sus estados y siguió gozando
de los cuatro objetos mágicos y del agua de los dos manantiales.
(Tradición
popular de Madhya Pradesh)
Fuente: Enrique Gallud Jardiel
004. Anonimo (india),
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