Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 28 de junio de 2012

La más íntima unión

En una ciudad de la antigua India hubo un rey, de nombre Vijay Singh, extremadamente famoso por su justicia. Su reino era próspero, nada faltaba en él a sus habitantes y se gozaba de paz, por lo que un día el soberano decidió emprender un viaje de recreo y cono­cer otros lugares.
Comunicó sus intenciones a su ministro, al que en­cargó del gobierno del reino en su ausencia. En el plazo de un año, volvería; pero, si no lo hacía, el ministro de­bería partir en búsqueda de su soberano.
El rey inició su viaje y, a las pocas jornadas de cami­no, llegó a un bosque, donde había un gran estanque. Junto a él se hallaban cuatro ladrones que se disputa­ban la posesión de algunos objetos. Éstos eran una es­pada, una taza de porcelana, un tapiz y un trono engas­tado con joyas. Los bandidos no reconocieron al monarca y le pidieron que fuese juez en su disputa.
-La espada puede matar a los enemigos a distancia -le advirtieron. El tapiz otorga todo el dinero que se pue­da desear. La taza se llena de los manjares que se desee y el que se sienta en el trono es conducido de inmedia­to al lugar al que quiere ir.
El rey tomó la decisión de hacerse con aquellos objetos maravillosos, para lo que imaginó una ingeniosa treta. Propuso que los cuatro ladrones se sumergieran en el agua. Los que más tiempo aguantasen sin respirar po­drían elegir el objeto de su agrado. Así lo hicieron y, mien­tras los ladrones se metían en un río cercano, el monar­ca tomó la espada, la taza y el tapiz, los colocó sobre el trono y formuló la petición de hallarse en una ciudad le­jana. En un instante se vio transportado, según sus de­seos.
Vijay Singh, permaneciendo de incógnito, compró una casa en la ciudad y ocultó en ella sus tesoros.
Tras descansar un tiempo, se dedicó a visitar los al­rededores y llegó a un palacete magnífico, que pertene­cía a Sushila, una célebre cortesana. Se hizo anunciar, pe­netró y se encontró con una mujer de arrebatadora belleza, que descansaba sobre lujosos cojines.
Tal era su hermosura que el monarca cayó desvane­cido al contemplarla por vez primera. Ella empleó en­tonces algunas esencias olorosas para volverle en sí y, cuando se hubo recuperado, le hizo sentar a su lado. La cortesana se desnudó, dejando ver un cuerpo de formas voluptuosas, y le proporcionó a su huésped mil placeres que él desconocía. Después le condujo a un baño, don­de le esperaba un masaje sensual y reparador.
El soberano se olvidó de todo y permaneció varios meses con aquella mujer extraordinaria, a quien entre­gó grandes cantidades de dinero, proporcionadas por su tapiz mágico.
Sushila sospechó algo sobre el origen del dinero que se le entregaba. Un día hizo seguir a Vijay Singh hasta su casa y descubrió el secreto del tapiz que proporcionaba riquezas infinitas. Quiso entonces apropiarse de los ob­jetos mágicos y, para tal fin, concibió un plan.
Sugirió a su amante que visitara al rey del lugar, para presentarle sus respetos, pero manifestó su temor ante la posibilidad de que le robasen sus riquezas en su au­sencia. Vijay Singh la tranquilizó, diciéndole que no te­nía más que formular un deseo para que realizara. Como ella fingiera no entender sus palabras, el rey le reveló el secreto de sus posesiones y fue a buscarlas, mostrándo­le a la cortesana cómo podía emplearse su magia.
Tras esto, Vijay Singh tomó a su servicio a criados y guardias y se preparó para hacer una visita al monarca del lugar.
No bien hubo partido el amante, cuando Sushila es­condió los objetos mágicos en un lugar apartado y, más tarde, prendió fuego a su casa, simulando un incendio.
Cuando Vijay Singh regresó de su visita, encontró a la cortesana con los vestidos desgarrados, sucia y con as­pecto de haberse librado por poco del fuego devorador. Sintió gran pesar por la pérdida de sus objetos mágicos, pero intentó olvidarla, gozando de la hermosa mujer.
Marcharon a la casa que él había comprado al llegar y continuaron allí su vida en común. A los pocos días, ella le pidió doscientas monedas de oro. A él le quedaban unas cincuenta, producto de la venta de un collar de ru­bíes, así es que se las entregó.
Pero el tiempo fue pasando y Sushila seguía aumen­tando sus demandas, Para complacerla vendió él la casa en la que moraban, trasladándose a otra más pequeña que hubo de alquilar. Vendió también sus caballos y ele­fantes, sus últimas joyas y sus trajes, hasta que final­mente vino a verse sin ningún dinero ni posesión.
En el momento en que la cruel cortesana se percató de que se había extinguido la fuente de sus ingresos, mandó a sus criados que echaran de la casa al rey. Él apeló a su amor, a sus buenos sentimientos, le suplicó que le tuviera lástima, mas ella no se conmovió.
Varios meses vivió Vijay Singh como un pordiosero en aquella ciudad, a la que había llegado siendo próspero. Dormía a la intemperie y se alimentaba de lo que las bue­nas gentes le daban. Pero, a pesar del mal trato recibido, no podía olvidar a la cortesana.
Pasó así un año y, según lo acordado, su ministro par­tió para buscar a su soberano.
Tras atravesar muchos lugares llegó a una selva, en la que había dos manantiales. Uno de ellos tenía las aguas negras y parecían hervir. El agua del otro manantial era totalmente blanca y brotaba como en surtidores. Iba el ministro a acercarse a beber cuando presenció un he­cho extraño. Un chacal llegó a la charca de aguas negras, agachó la cabeza y metió la lengua en el agua. Pero no pudo separarse. Como por arte de magia, su lengua ha­bía quedado adherida al agua. Al cabo de un rato, el viento hizo caer sobre del desventurado animal unas gotas de agua del manantial blanco y ese agua, de propiedades contrarias a las negras, le liberó y le permitió escapar.
El ministro quedó maravillado por lo que había vis­to y decidió llevar consigo en dos frascos muestras de aquellas aguas mágicas.
Meses más tarde, llegó a la ciudad donde se hallaba su rey, convertido en mendigo. Preguntó por él y, ayu­dado por las gentes del lugar, no tardó en encontrarle. Vijay Singh estaba ya a punto de morir de inanición y se alegró sobremanera de ver a su ministro.
Éste puso a su soberano en manos de hábiles médi­cos, para que cuidaran de él y le devolvieran la salud, y le prometió a su señor que la cortesana pagaría por todo lo que había hecho.
Cuando el monarca se hubo repuesto, compraron ri­cas ropas y se presen-taron en la casa de la bella. Llevaba ahora Vijay Singh gran cantidad de dinero y el ministro le acompañaba, disfrazado de sirviente.
Sushila, asombrada al ver que su antiguo amante era rico de nuevo, le acogió en su nueva casa. El rey fingió perdonar lo pasado y no volvió a hacer mención de ello, por lo que la cortesana, confiada en la pasión del rey por ella, dejó de preocuparse del asunto.
Esa noche, Sushila se bañó, se perfumó y se puso un vestido transparente, que despertaba los deseos del que la contemplaba. Vijay Singh la esperaba en una alcoba y, cuan­do ella llegó a su lado, la abrazó con fuerza para poseerla.
Se hallaban los dos unidos por el vínculo de la carne, cuando el ministro, que había estado escondido detrás de un cortinón, se presentó ante ellos y derramó sobre los dos amantes abrazados algunas gotas del agua negra.
Sucedió entonces lo que los dos hombres esperaban: la cortesana no pudo desasirse ni separar de su cuerpo el miembro viril del rey. Gritó y se revolvió e hizo todo lo posible, pero todo fue inútil y permaneció unida al rey por sus partes íntimas.
A los gritos de Sushila acudieron todos sus criados y se percataron de que todo había sido estratagema del ministro.
-¡Oh, señor! -le dijeron-. No sabemos quién sois pero, os lo suplicamos: ¡Liberad a nuestra ama de estas cade­nas de carne!
-Con gusto lo haría -fue la respuesta del ministro-. Pero la magia les ha unido y sólo la magia puede liberarles.           
-Haced pues la magia que sea necesaria -suplicaron todos, mientras Sushila seguía gritando y llorando.      
-No puedo hacerlo -prosiguió él- hasta tanto no me hayáis traído una taza, una espada, un tapiz y un trono.
-¿Y para qué necesitas todas esas cosas? -le pregun­taron los criados, que ignoraban la existencia de aque­llos objetos.
-Echaré un medicamento en la taza; después cubri­ré a ambos con el tapiz y los colocaré en el trono. Entonces les haré tomar la medicina que los separará. Y si ésta no lo hiciere -continuó, entonces haré uso de la espada.
-Pero nosotros no tenemos ninguno de esos objetos -protestaron. ¿Cómo conseguirlos en tan breve tiem­po?
-Sí los tenemos -gritó la sollozante Sushila. Yo po­seo exactamente lo que se necesita. Está en las afueras del pueblo, escondido en casa de mi hermana. ¡Traedlo todo rápido y separadme de este hombre!
Los criados se apresuraron a ir por los objetos. Cuando los tuvo, el ministro hizo con ellos lo que había anun­ciado. Pero, cuando estuvieron los dos amantes sobre el trono, él subió también y le dio orden de trasladarse a su reino.
Por la magia del trono, pronto estuvieron de regreso. Entonces el ministro arrojó sobre el príncipe algunas go­tas de agua del agua blanca y éste quedó separado de la cortesana. Ella, habiendo aprendido aquella lección, cambio de actitud y fue para Vijay Singh una compañe­ra fiel y honesta. Y el rey gobernó sus estados y siguió go­zando de los cuatro objetos mágicos y del agua de los dos manantiales.
(Tradición popular de Madhya Pradesh)

Fuente: Enrique Gallud Jardiel

004. Anonimo (india),

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