Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 28 de junio de 2012

La maldición a la luna

Kadambari y Mahashveta eran dos princesas, hijas de dos reyes vecinos del Himalaya, a las que unía una gran amistad.
Un día, Mahashveta acudió a un lago sagrado, para ba­ñarse antes de sus oblaciones, y conoció allí al asceta Pundarik. El amor surgió de inmediato en los corazones de ambos.
Quisieron reunirse esa noche y Kapinjal, un asceta amigo de Pundarik, organizó su cita. La luna brilló de manera desusada, como para alumbrar su camino. Pundarik, que estaba triste porque su condición de asceta no le permitía unirse a la mujer de la que se había ena­morado, consideró que Chandra, el dios de la luna, se estaba burlando de él. Entonces, maldijo a la luna de esta manera:
-Siempre se ha dicho que tú, desde los cielos, sim­patizas con los amantes. Pero con tu resplandor estás haciendo más intenso el dolor de mi impotencia. ¡Te con­deno, pues, a que nazcas como hombre en el mundo y co­nozcas el dolor que causa el amor que no puede conse­guirse!
El dios Chandra se sintió injustamente acusado, pues­to que no era su intención burlarse de Pundarik, por lo que alegó:
-¡Oh, mortal! Me veo atado por la fuerza de tu mal­dición. Pero te digo que ahora perderás la vida y, a tu vez, renacerás en el mundo y sufrirás lo mismo que yo sufra.
En aquel mismo instante, Pundarik cayó inerte en el suelo.
Chandra se arrepintió de inmediato de esta acción, considerando que Pundarik estaba perturbado por su tris­teza, por lo que decidió suavizar en parte su maldición. Cuando Mahashveta halló el cadáver de su amado y co­menzó a llorar junto a él, deseando también hallar la muerte, el dios, desde los cielos dejó oír de nuevo su voz.
-No te aflijas, Mahashveta, y ten paciencia. Yo te ase­guro que un día te reunirás con tu amado en las orillas de este mismo lago.
Mahashveta decidió en aquel momento retirarse a mo­rar a una cueva que había en las proximidades del lago y aguardar allí el regreso a la vida de su amado Pundarik.
Cuando Kadambari supo, por mediación de una sir­vienta, lo que le había sucedido a su amiga, quedó muy afectada y conmovida por su historia. En solidaridad, tomó la decisión de no contraer matrimonio con nadie hasta que Mahashveta no se uniera con su amado.
Por su parte, Kapinjal, desesperado por la muerte de su amigo, vagaba por el bosque sin rumbo fijo. Su falta de atención le hizo caer bajo las ruedas del carro de un pode­roso guerrero, que le maldijo, diciéndole que moriría y en­carnaría como un caballo. Esto complació a Kapinjal, pues decidió que serviría de montura a su amigo, como así fue.
En un reino cercano, el rey Tarapid sufría por la fal­ta de un heredero. Pero esa noche tuvo un sueño, en el que presenció cómo la luna entraba por la boca de su esposa, la reina, mientras ésta dor-mía.
Meses más tarde, nacía un niño, al que pusieron, por nombre Chandrapid. En las mismas fechas, el princi­pal ministro del reino tuvo un hijo, que no era sino Pundarik reencarnado, al que llamaron Vaishampayan. Ambos jóvenes crecieron juntos y se hicieron inse-para­bles.
Pasaron los años y, en el día de la coronación de Chandrapid, su madre le presentó a una hermosa joven, Patralekha, quien se encargaría de cuidarle y de aten­derle. La muchacha no era otra que Rohini, la esposa del dios de la luna, que había encarnado asimismo para estar siempre cerca de su señor.
Tras la coronación, Chandrapid, Vaishmpayan y Patralekha partie-ron a visitar los territorios de su impe­rio, por los que viajaron durante tres años.
Chandrapid, en una ocasión, se alejó de los demás y se internó en el bosque, persiguiendo a unos centauros. Cuando estaba ya a punto de regresar a su campamen­to, escuchó una bella canción y quiso saber quién la es­taba entonando. Junto a un lago encontró a una joven, vestida de blanco, el color de los ermitaños.
-¿Quién eres, bella mujer?- quiso saber el soberano-. ¿Y por qué has abrazado la vida de los ascetas?
-Mi nombre es Mahashveta -respondió ella. Y le con­tó su historia y cómo aguardaba el regreso de su amado.
Tras haberla escuchado, Chandrapid se sintió con­movido y se ofreció a hacer lo que estuviera en su mano para ayudarle.
-Si quieres, puedes hacer algo, ¡oh, rey! -manifestó ella-. Gran parte de mi tristeza se debe a que mi amiga, Kadambari, ha jurado no contraer matrimonio hasta que yo me reúna con mi amado Pundarik. Ven conmigo a donde ella se encuentra e intenta ayudarme a que cam­bie de decisión.
Chandrapid accedió y ambos se dirigieron al palacio donde moraba Kadambari. El joven monarca quedó sub­yugado por la belleza de la princesa, mas no pudo con­vencerla de que cejara en su propósito. Regresó enton­ces al lado de sus compañeros, a los que relató la triste historia de las dos princesas.
Recibió entonces Chandrapid un mensaje de Mahashveta, en el que se le decía que Kadambari esta­ba interesada en él, pese al voto que había hecho. Le ro­gaba que la visitase de nuevo. Chandrapid pidió a Vaishampayan que regresase a su reino y gobernase en su lugar y él partió a donde estaba Kadambari, acom­pañado por Patralekha.
Ambos permanecieron unos días en compañía de la princesa y una hermosa amistad surgió entre las dos mu­jeres. Pero pronto Chandrapid tuvo que regresar provi­sionalmente a su reino, pues se le informó de que Vaisham-payan y el resto del ejército no habían apareci­do.
En el momento en que finalmente llegaron las tro­pas, informaron al joven rey de que Vaishampayan se había negado a volver y se había quedado en el bosque, cerca del lago, sin explicar la razón. Chandrapid partió de inmediato en búsqueda de su amigo.
Vaishampayan había estado vagando por el bosque hasta que encontró a Mahashveta. Cuando la vio, le dijo:
-¡Oh, hermosa asceta! No puedo explicar lo que me está sucediendo ni tampoco el porqué de mis acciones. Sólo sé que tuve un sueño en el que vi a una mujer vesti­da de blanco que me fascinó. Esa mujer eras tú. No me preguntes cómo sé que te encontrabas aquí ni qué fuer­za misteriosa me ha conducido a tu lado. Pero aquí estoy, te amo y sólo anhelo que seas mi esposa para siempre.
Mahashveta no reconoció a Pundarik en aquel joven y le maldijo:
-¡Cómo te atreves a requerir de amor a una mujer que ha renunciado al mundo? Estás hablando sin saber lo que dices, como si fueras un papagayo, que pronun­cia sonidos sin reflexionar sobre su significado. Pues bien, morirás de inmediato y renacerás como un papa­gayo, pues ésa es tu esencia.
No bien hubo pronunciado estas palabras, cuando Vaishampayan cayó muerto. Mahashveta se arrepintió de inmediato de lo que había hecho.
Su dolor se vio interrumpido por la llegada de Chandrapid. Cuando Mahashveta le informó de la muer­te de su amigo, Chandrapid también murió de dolor.
Pronto llegaron al lugar Kadambari y Patralekha, se­guidas por soldados y cortesanos.
Viendo el cadáver de Chandrapid, Kadambari sintió un torbellino de sentimi-entos. Creyó haber traicionado a Mahashveta, al enamorarse antes de que ésta se hubiera unido a Pundarik. Decidió entonces entregar también su vida para unirse con Chandrapid después de la muerte.
Pero una voz celestial se dejó oír:
-Que el cuerpo de Chandrapid se preserve, como el de un santo cuya alma hubiera encarnado en otro cuerpo. De esta manera Kadambari podrá unirse a su amado.
La mujer decidió llevar una vida ascética, como ha­cía su amiga, y cuidar del cuerpo de su amado hasta que los dioses permitieran que se reuniera con él de nuevo.
Patralekha, entonces, montó en el caballo de Chandrapid y se arrojó con él al lago sagrado. Y ante sus ojos tuvo lugar un prodigio, pues el animal se convirtió en un hombre con aspecto de ermitaño. Era el mismo Kapinjal, el compañero de Pundarik.
Ambos se dirigieron a donde se encontraban las dos amigas y Kapinjal hizo ver a Mahashveta que la perso­na a la que había matado no era otro que su amado Pundarik. Pero la confortó, asegurándole que también ella se uniría a su amado.
Pasó el tiempo. Vaishampayan había encarnado como un papagayo y completado su ciclo de existencia animal, muriendo de nuevo, mientras Kadambari seguía cui­dando el cadáver de su amado.
Hasta que un día, y gracias al efecto del amor de Kadambari, Chandrapid volvió a la vida. Lo primero que hizo fue agradecer a la mujer sus cuidados y prometer­le amor eterno.
Después hizo una ofrenda a los dioses y su amigo Pundarik volvió también al mundo en la edad que tenía cuando murió por primera vez.
Se celebraron juntamente las bodas de las dos pare­jas. Chandrapid dejó el gobierno de su reino en manos de su fiel amigo Pundarik y se retiró con su amada Kadambari a vivir una existencia plena de amor y a re­cuperar junto a ella los años perdidos.

(Del Kâdambari de Bana Bhatta)

Fuente: Enrique Gallud Jardiel

004. Anonimo (india),

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