Kadambari y Mahashveta eran
dos princesas, hijas de dos reyes vecinos del Himalaya, a las que unía una gran
amistad.
Un día, Mahashveta acudió
a un lago sagrado, para bañarse antes de sus oblaciones, y conoció allí al
asceta Pundarik. El amor surgió de inmediato en los corazones de ambos.
Quisieron reunirse esa
noche y Kapinjal, un asceta amigo de Pundarik, organizó su cita. La luna brilló
de manera desusada, como para alumbrar su camino. Pundarik, que estaba triste
porque su condición de asceta no le permitía unirse a la mujer de la que se
había enamorado, consideró que Chandra, el dios de la luna, se estaba burlando
de él. Entonces, maldijo a la luna de esta manera:
-Siempre se ha dicho que
tú, desde los cielos, simpatizas con los amantes. Pero con tu resplandor estás
haciendo más intenso el dolor de mi impotencia. ¡Te condeno, pues, a que
nazcas como hombre en el mundo y conozcas el dolor que causa el amor que no
puede conseguirse!
El dios Chandra se sintió
injustamente acusado, puesto que no era su intención burlarse de Pundarik, por
lo que alegó:
-¡Oh, mortal! Me veo
atado por la fuerza de tu maldición. Pero te digo que ahora perderás la vida
y, a tu vez, renacerás en el mundo y sufrirás lo mismo que yo sufra.
En aquel mismo instante,
Pundarik cayó inerte en el suelo.
Chandra se arrepintió de
inmediato de esta acción, considerando que Pundarik estaba perturbado por su
tristeza, por lo que decidió suavizar en parte su maldición. Cuando Mahashveta
halló el cadáver de su amado y comenzó a llorar junto a él, deseando también
hallar la muerte, el dios, desde los cielos dejó oír de nuevo su voz.
-No te aflijas,
Mahashveta, y ten paciencia. Yo te aseguro que un día te reunirás con tu amado
en las orillas de este mismo lago.
Mahashveta decidió en
aquel momento retirarse a morar a una cueva que había en las proximidades del
lago y aguardar allí el regreso a la vida de su amado Pundarik.
Cuando Kadambari supo,
por mediación de una sirvienta, lo que le había sucedido a su amiga, quedó muy
afectada y conmovida por su historia. En solidaridad, tomó la decisión de no
contraer matrimonio con nadie hasta que Mahashveta no se uniera con su amado.
Por su parte, Kapinjal,
desesperado por la muerte de su amigo, vagaba por el bosque sin rumbo fijo. Su
falta de atención le hizo caer bajo las ruedas del carro de un poderoso
guerrero, que le maldijo, diciéndole que moriría y encarnaría como un caballo.
Esto complació a Kapinjal, pues decidió que serviría de montura a su amigo,
como así fue.
En un reino cercano, el
rey Tarapid sufría por la falta de un heredero. Pero esa noche tuvo un sueño,
en el que presenció cómo la luna entraba por la boca de su esposa, la reina,
mientras ésta dor-mía.
Meses más tarde, nacía un
niño, al que pusieron, por nombre Chandrapid. En las mismas fechas, el principal
ministro del reino tuvo un hijo, que no era sino Pundarik reencarnado, al que
llamaron Vaishampayan. Ambos jóvenes crecieron juntos y se hicieron inse-parables.
Pasaron los años y, en el
día de la coronación de Chandrapid, su madre le presentó a una hermosa joven,
Patralekha, quien se encargaría de cuidarle y de atenderle. La muchacha no era
otra que Rohini, la esposa del dios de la luna, que había encarnado asimismo
para estar siempre cerca de su señor.
Tras la coronación,
Chandrapid, Vaishmpayan y Patralekha partie-ron a visitar los territorios de su
imperio, por los que viajaron durante tres años.
Chandrapid, en una
ocasión, se alejó de los demás y se internó en el bosque, persiguiendo a unos
centauros. Cuando estaba ya a punto de regresar a su campamento, escuchó una
bella canción y quiso saber quién la estaba entonando. Junto a un lago
encontró a una joven, vestida de blanco, el color de los ermitaños.
-¿Quién eres, bella mujer?-
quiso saber el soberano-. ¿Y por qué has abrazado la vida de los ascetas?
-Mi nombre es Mahashveta
-respondió ella. Y le contó su historia y cómo aguardaba el regreso de su
amado.
Tras haberla escuchado,
Chandrapid se sintió conmovido y se ofreció a hacer lo que estuviera en su
mano para ayudarle.
-Si quieres, puedes hacer
algo, ¡oh, rey! -manifestó ella-. Gran parte de mi tristeza se debe a que mi
amiga, Kadambari, ha jurado no contraer matrimonio hasta que yo me reúna con mi
amado Pundarik. Ven conmigo a donde ella se encuentra e intenta ayudarme a que
cambie de decisión.
Chandrapid accedió y
ambos se dirigieron al palacio donde moraba Kadambari. El joven monarca quedó
subyugado por la belleza de la princesa, mas no pudo convencerla de que cejara
en su propósito. Regresó entonces al lado de sus compañeros, a los que relató
la triste historia de las dos princesas.
Recibió entonces
Chandrapid un mensaje de Mahashveta, en el que se le decía que Kadambari estaba
interesada en él, pese al voto que había hecho. Le rogaba que la visitase de
nuevo. Chandrapid pidió a Vaishampayan que regresase a su reino y gobernase en
su lugar y él partió a donde estaba Kadambari, acompañado por Patralekha.
Ambos permanecieron unos
días en compañía de la princesa y una hermosa amistad surgió entre las dos mujeres.
Pero pronto Chandrapid tuvo que regresar provisionalmente a su reino, pues se
le informó de que Vaisham-payan y el resto del ejército no habían aparecido.
En el momento en que
finalmente llegaron las tropas, informaron al joven rey de que Vaishampayan se
había negado a volver y se había quedado en el bosque, cerca del lago, sin
explicar la razón. Chandrapid partió de inmediato en búsqueda de su amigo.
Vaishampayan había estado
vagando por el bosque hasta que encontró a Mahashveta. Cuando la vio, le dijo:
-¡Oh, hermosa asceta! No
puedo explicar lo que me está sucediendo ni tampoco el porqué de mis acciones.
Sólo sé que tuve un sueño en el que vi a una mujer vestida de blanco que me
fascinó. Esa mujer eras tú. No me preguntes cómo sé que te encontrabas aquí ni
qué fuerza misteriosa me ha conducido a tu lado. Pero aquí estoy, te amo y
sólo anhelo que seas mi esposa para siempre.
Mahashveta no reconoció a
Pundarik en aquel joven y le maldijo:
-¡Cómo te atreves a
requerir de amor a una mujer que ha renunciado al mundo? Estás hablando sin
saber lo que dices, como si fueras un papagayo, que pronuncia sonidos sin
reflexionar sobre su significado. Pues bien, morirás de inmediato y renacerás
como un papagayo, pues ésa es tu esencia.
No bien hubo pronunciado
estas palabras, cuando Vaishampayan cayó muerto. Mahashveta se arrepintió de
inmediato de lo que había hecho.
Su dolor se vio
interrumpido por la llegada de Chandrapid. Cuando Mahashveta le informó de la
muerte de su amigo, Chandrapid también murió de dolor.
Pronto llegaron al lugar
Kadambari y Patralekha, seguidas por soldados y cortesanos.
Viendo el cadáver de
Chandrapid, Kadambari sintió un torbellino de sentimi-entos. Creyó haber
traicionado a Mahashveta, al enamorarse antes de que ésta se hubiera unido a
Pundarik. Decidió entonces entregar también su vida para unirse con Chandrapid
después de la muerte.
Pero una voz celestial se
dejó oír:
-Que el cuerpo de
Chandrapid se preserve, como el de un santo cuya alma hubiera encarnado en otro
cuerpo. De esta manera Kadambari podrá unirse a su amado.
La mujer decidió llevar
una vida ascética, como hacía su amiga, y cuidar del cuerpo de su amado hasta
que los dioses permitieran que se reuniera con él de nuevo.
Patralekha, entonces,
montó en el caballo de Chandrapid y se arrojó con él al lago sagrado. Y ante
sus ojos tuvo lugar un prodigio, pues el animal se convirtió en un hombre con
aspecto de ermitaño. Era el mismo Kapinjal, el compañero de Pundarik.
Ambos se dirigieron a
donde se encontraban las dos amigas y Kapinjal hizo ver a Mahashveta que la
persona a la que había matado no era otro que su amado Pundarik. Pero la
confortó, asegurándole que también ella se uniría a su amado.
Pasó el tiempo.
Vaishampayan había encarnado como un papagayo y completado su ciclo de
existencia animal, muriendo de nuevo, mientras Kadambari seguía cuidando el
cadáver de su amado.
Hasta que un día, y
gracias al efecto del amor de Kadambari, Chandrapid volvió a la vida. Lo
primero que hizo fue agradecer a la mujer sus cuidados y prometerle amor
eterno.
Después hizo una ofrenda
a los dioses y su amigo Pundarik volvió también al mundo en la edad que tenía
cuando murió por primera vez.
Se celebraron juntamente
las bodas de las dos parejas. Chandrapid dejó el gobierno de su reino en
manos de su fiel amigo Pundarik y se retiró con su amada Kadambari a vivir una
existencia plena de amor y a recuperar junto a ella los años perdidos.
(Del Kâdambari de Bana Bhatta)
Fuente: Enrique Gallud Jardiel
004. Anonimo (india),
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