Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 17 de junio de 2012

La historia del padre comprado


Wang Hua era un pescador honrado y servicial. Estaba siempre dispuesto a ayudar a la gente necesi­tada. Un día, después de vender la pesca en el mer­cado, se encaminó a casa contemplando a un grupo de curiosos en la acera. En el centro del círculo había un viejo gritando en voz alta:
-Estoy a la venta. Me iré con el que me com­pre. Cómprame, hijo. Seré tu padre. Soy pobre aho­ra, pero te pagaré. Serás rico y noble.
Los curiosos se reían jocosamente. Algunos ni­ños le tiraban piedras. El pescador se acercó y vio que el viejo estaba harapiento y sucio. Tenía una cara enjuta con los ojos hundidos. Posiblemente no ha­bría comido en todo el día. Sintió compasión por el anciano. Sin vacilar ni un segundo, se dirigió al viejo con una reverencia:
-Padre, seré tu hijo. Ven conmigo a casa.
El padre adoptivo lo examinó durante unos se­gundos y, sin decir nada, lo siguió, mientras que los curiosos comentaban este peculiar trato con todo tipo de interpretaciones.
Al llegar a casa, el pescador sentó al anciano en el sillón y lo presentó a su mujer y a los niños. Toda la familia lo recibió con cordialidad. La nuera trajo enseguida una palangana llena de agua caliente y una muda de ropa. El mismo pescador lo peinó y le sirvió el té. Los niños lo miraban con ojos sorprendidos, preguntándole mil cosas. Pero el viejo no hizo men­ción alguna de su vida. Después de la cena, se acostó y concilió el sueño inmediata-mente.
Al día siguiente, el pescador regresó a casa con el mejor pescado del día. Aunque la vida de esa gente era bastante austera, eran muy generosos con el viejo desconocido, convertido repentinamente en padre, suegro y abuelo.
Transcurrieron varios meses sin que la bondado­sa familia hubiera mostrado ni un ápice de mezquin­dad. Más bien lo rodearon de cariño. El viejo no les reveló nada de su vida, pero un día entregó a su hijo un lienzo de seda lleno de caracteres:
-Llevo varios meses en tu casa. Estoy conmovi­do por la hospitalidad con la que me habéis tratado. Pero la gente honesta, generosa y compasiva como sois vosotros, debe ser recompensada en la forma más digna. ¿Te acuerdas lo que dije cuando me en­contraste en la calle? Pues no era broma lo que pre­gonaba. Hoy me voy a marchar. Os voy a dejar este lienzo. Venid a buscarme cuando podáis. Os haré ri­cos y nobles. La dirección está escrita en la seda.
Una vez dicho esto, el viejo se fue. Como no sa­bían leer, fueron a buscar al profesor de la escuela, que les dijo que el lienzo fue escrito y firmado por el hermano del Emperador, que había salido del pala­cio para conocer a la gente.
Confundidos por la sorpresa, con las manos tem­blando, el matrimonio guardó el lienzo con la ilustre firma y volvió emocionado. Habían creído que era un pobre desamparado, pero resultó ser nada menos que un «Mil Años» (así se les llamaba popularmente a los parientes del Emperador).
Al día siguiente partieron a la búsqueda de su padre adoptivo. Cuando llegaron al Palacio Imperial, el viejo salió con los brazos abiertos riendo amable­mente. Su hijo y su nuera, así como los nietos, atur­didos por el lujo y la majestuosidad del palacio, no podían reconocer a su padre adoptivo, ahora vestido con hábitos de seda bordada con hilos de oro y pla­ta. Se pusieron de rodillas. El hermano del Empera­dor los llevó a comer y los alojó en su confortable re­sidencia. Al cabo de unos días, la familia del pescador se despidió de su padre adoptivo, quien les obsequió con una hacienda, una casa muy amplia y varias do­cenas de caballos. Además, les concedió un título nobiliario.
Es muy raro que un acto de generosidad desinte­resado pueda cambiar nuestra vida en forma radical. Pero sucedió por lo menos una vez en la historia de China.

005. Anonimo (china),

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