Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 30 de junio de 2012

La fregona

119. Cuento popular castellano

Era un padre que enviudó, y le quedó una hija. Se casó con otra que tenía hijas, y no la podía ver la madrasta a la andada, pues era muy guapa la andada. Y la tenían las hermanastras y la madrasta mucha envidia y no la podían ver. La tenían siempre como una fregona, sin salir de casa para nada, llena de suciedad, que ni se podía limpiar ni vestir, porque no la dejaban.
Un día, ella, la pobre, cansada de sufrir, fue al sepulcro de su madre, pidiéndole a Dios que la manifestara en qué estado podía estar su madre. Y rogándole a Dios, le pedía que hiciera un mila­gro para ver cómo estaba su madre y si la madre podría hacer algo por ella. Ya salió un arbolito en el sepulcro de su madre con un papelito envuelto en donde decía que dijera: «Arbolito florido, préstame un traje, que sea de oro y plata, y de mucho encaje»; el arbolito la concedería todo lo que pidiera.
Como las hermanastras y la madrasta iban a todos sitios sin llevar a ella a ninguna, ya ella acordó de ir al arbolito a pedirle vestidos y un coche para ir a caballo donde ella quisiera. Así es que de que iba la madrasta y las hermanastras, iba ella al arbo­lito a pedirle que la diera lo que le pidiera. Y así hizo, que todo lo que le pedía se lo concedía. Y ya después que se iban las herma­nastras y la madrasta, iba corriendo a pedir al arbolito:
-Arbolito florido, préstame un traje, que sea de oro y plata y de mucho encaje. Y un cochecito para llevarme a donde yo le mande.
Ya se lo daba, se vestía y montaba en su coche. Y si estaban las herma-nastras y la madrasta en la ilesia, pos ella se ponía ante de ellas. Y no la conocían. Y el coche le dejaba en la puerta de la ilesia, y en cuanto salían del acto de la ilesia, montaba en el coche y se marchaba. Así es que cuando ellas llegaban a casa, ya estaba ella como estaba en casa, hecha una Puerca Cenicienta. Por manera que ellas no la conocían ni sabían que hacía semejan­tes actos.
Y diendo varias veces haciendo lo mismo, la vio un hijo de un rey y se enamoró de ella. No pudiendo ser de poder hablar con ella, un día, según salió para montar en el coche, se la cayó un zapato. Y el hijo del rey le cogió y la siguió a ver dónde entraba. Y la vio entrar allí en su casa. Y al otro día fue con su zapato y llamó. Y bajó la madrasta y la dijo el hijo del rey:
-Aquí traigo un zapatito. De quien sea este zapatito, me tengo que casar con ella. La que llevaba este zapatito entró en esta casa ayer.
La madrasta, muy viva, bajó a una hija suya. El zapato la venía pequeño, y la decía a la hija:
-Retírate, como que vas a cualquier parte, y te cuertas los dedos de alante del pie para que te venga el zapato, que cuando seas reina, no has de andar a pie.
Y así hizo y se metió el zapatito. Entonces la montó el prínci­pe en su caballo y se la llevaba en casa de sus padres a su palacio. Pero había que pasar por el arbolito del sepulcro, y al llegar a él, le dijo:
-Deténte, príncipe amante, No sigas más adelante, Que el zapato que ésa tiene Para su pie no conviene.
Miró el príncipe al pie; vio que lo llevaba lleno de sangre. Vol­vió su caballo y se la llevó a su madre. Y la dijo:
-El zapatito que ésta tiene, para su pie no conviene.
Y fue y bajó a la otra hija, y como el zapato la venía pequeño, la dijo:
-Mira, cuértate el talón para que el zapatito te venga, que cuando seas reina, no has de andar a pie.
Así hizo y se metió el zapato. La cogió el príncipe y la montó a caballo en su caballo, y se fueron en casa de sus padres a su pala­cio. Y al llegar al arbolito, pos le dijo lo mismo:
-Deténte, príncipe amante, No sigas más adelante,
Que el zapato que ésa tiene Para su pie no conviene.
Miró el príncipe al pie. Vio que lo llevaba lleno de sangre. Vol­vió su caballo y se la llevó a su madre y la dijo que el zapatito no convenía para ese pie, que tenía que tener otra hija que la venía el zapatito. Y la madrasta se negaba a decirle que tenía otra. Y el príncipe la dijo que tenía que tener otra sin más remedio.
Y por fin ella le dijo que no tenía más que otra que no salía de la cocina, que estaba muy sucia y que no la podía presentar. Y él insistía que saliese, que se la presentara. Y entonces fue y se la presentó. Y la puso el zapatito, y la valía. La montó en su ca­ballo y se la llevaba a su palacio. Y al llegar al arbolito le dijo:
-Sigue, príncipe amante, Sin detenerte un instante, Ya encontraste el piececito A que venía el zapatito.
A ella entonces le dijo que tenía que apearse por pedir al arbo­lito que la diera pa arreglarse un poco, pues, ¿cómo iba a presen­tarse en palacio con los artes que llevaba, tan sucia y llena de porquería? Y entonces la dijo él que hiciera todo lo que quisiera. Y bajó de su caballo y le dijo al arbolito:

-Arbolito querido, préstame un traje
que sea de oro y plata y de mucho encaje.

Ya se le dio, y se arregló. Y montaron otra vez en el caballo y se fueron a palacio, donde, llegando a palacio, ya saludó a los padres de su amante. Ya fijaron fecha pa casarsen y se casaron.

Sepúlveda, Segovia. Narrador LXXX, 4 de abril, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)

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