Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 30 de junio de 2012

La fiera del jardín

111. Cuento popular castellano

Era un señor que se quedó viudo con una hija. Y hizo segundo matrimonio con otra mujer, que tenía dos hijas. Y la andada era muy guapa, y la mujer era muy fea, y sus dos hijas también. Y la tenían mucha envidia.
Llegó el tiempo de las ferias, y se iba a ir su padre a ellas. Y llamó a sus andadas.
-Vamos a ver. Me voy a marchar a las ferias. ¿Qué querís que sus traiga de las ferias? Y una andada le dijo:
-A mí un pañuelo de lo más bonito que haiga.
-A mí tela de lo más bonito para un vestido -dijo la otra. Y entonces el padre llamó a su hija: -Vamos, hija mía. Y tú, ¿qué quieres que te traiga?
-A mí, padre, una flor blanca. Y el padre la dijo:
-Hija, ¿qué vas a hacer con una flor blanca? Tus hermanas­tras me han encargado una, un pañuelo; otra, tela para un vestido. Y tú, hija, encárgame lo que tú quieras. Pero, ¡una flor blanca!... ¿Qué vas a hacer con una flor blanca?
La hija le contestó:
-Yo, padre, ya le he pedido a usted que una flor blanca.
Y ya se fue el padre a las ferias. Cuando se iba a venir, compró la tela para una y el pañuelo para otra, y no se acordó de la flor blanca para su hija. Y cuando venía ya a casa, se encontró con un jardín. Y entonces la vio y se acordó. Y brincó el buen señor las tapias del jardín a cortar una. Y según la estaba cortando, se le presentó una fiera y le dijo:
-¿Quién le ha mandado a usted eso?
Y el hombre le contó lo que le había pasado con las hijas. Y en­tonces le dijo la fiera que podría llevarse la flor; pero que volvie­ra allí en el término de tres días para quitarle él la vida por haber tenido el atrevimiento de entrar por la flor.
Fue a casa y entregó a cada hija lo suyo. Y a su hija la dijo:
-Toma, hija mía, la flor blanca que has encargado, la que me costará la vida.
Y la contó lo que le había pasado. Emprincipiaron sus herma­nastras a regañarla y a decirla:
-¡No tenías otra cosa que encargar a padre más que la flor para que le quite la vida! ¿No ves cómo nosotras una le hemos encargado un vestido, y otra le hemos encargado un pañuelo? Y tú, ¿pa qué le has encargado la flor? ¡Bien le hubieras podido encar­gar otra cosa!
-No consiento yo que vaya mi padre a quitarse la vida por mí -dijo la hija. El día que tenga de dir, yo iré con él y yo en su puesto me quedaré.
Yo llegó el tiempo, y se pusieron en camino para marchar. Lo propio fue llegar el jardín, y se presentó la. fiera.
-Ya vengo a cumplir lo que usted me dijo -le dijo el padre-. Pero viene mi hija conmigo... Viene mi hija conmigo y dice que en vez de quitarme la vida a mí, se la quite a ella.
La fiera la dijo:
-Niña, ¿vienes gustosa a quitarte la vida por tu padre?
-Sí, señor.
Por tres veces se lo repitió. Y él la decía:
-No me llames señor; llámame fiera.
Conque ya dijo a su padre que se marchara. Y se quedó ella. Y la llevó la fiera a una habitación. Ella no veía quién la traía de comer. La traían todos los mejores manjares del mundo; pero ella no veía quién se los ponía y quién se los quitaba.
Ya llegó la noche, y la llevó a una habitación que tenía una pre­ciosa cama y una percha para colgar su ropa. Se acostó y pasó la noche sola. Ya llegó la hora de vestirse y se fue a vestir. Y ya no tenía los vestidos en la percha, sino otros muy bonitos y de lo mejor.
Vivían juntos -con la fiera-, y se querían como hermanos. Y ya la dijo la fiera un día:
-Niña, ¿te casarías conmigo?
Y ella le contestó:
-¡Ay, fiera, que eres muy feo!
-¿Tan feo soy?
-Sí, fiera, eres muy feo.
Y así pasaron un poco de tiempo. La fiera la hacía compañía por el jardín y iba cuando la ponían la comida, el desayuno y la cena, a darla compañía. Y cuando ya llevaban un poco de tiempo y tenían confianza, la dijo a la fiera:
-Si quieres, y es gusto tuyo, pues escribiré a mis padres para que sepan que no estoy muerta y que vivo y que te portas muy bien conmigo. Y si quieres, les diré que pueden venir a verme al­guna vez, o yo ir a verles a ellos.
Ya ocurrió que los padres tuvieron matanza, y la escribieron a la fiera que sí era gustosa de dejar dir a su hija a la matanza. Dijo la fiera a la joven:
-Puedes escribirlos diciéndolos que sí. El día que maten que te lo manden a decir para que vayas.
Ya llegó el día, y la escribieron para que fuera a la matanza. Y la fiera la preparó un baúl de ropas y aderezos riquísimos pa que enseñara a sus padres lo bien que la trataba.
Bueno, na más llegar, abrió el baúl pa enseñársele. Empezó a decirlos:
-Este vestido pa ti -a la una.
Y a la otra:
-Este otro pa ti.
Y desapareció el baúl. Entonces dijo ella:
-Ya no se lo doy, porque no quiere la fiera que se lo dé.
Y volvió a presentarse el baúl. Guardó ella la ropa otra vez.
Y ya se pasó la matanza de su padre, y ya mató una tía suya también. Y quería que se quedara; pero ella decía que no podía, que la fiera no la había dado permiso más que para ver a sus padres. Ya por fin la convencieron y se quedó.
Y la fiera, pues, empezó a coger pena, porque no iba cuando la había mandado. Tanta pena cogió que ya se moría al pie de una fuente del jardín. Ya se marchó ella. Entró en el jardín, y la fiera no se presentó a recibirla. Fue ella a su habitación. Pero ya nadien la dio comida aquel día. Y la fiera no se presentó a ella. Y empezó ella a buscarla por el jardín. Y la encontró al pie de una fuente, que se estaba muriendo. Empezó a echarle agua y a decirle:
-No te mueras, fiera mía, que ya sí que te quiero.
Lo dijo varias veces. A fuerza de echarle agua, volvió en sí. Y en vez de fiera, se volvió un caballero muy guapo.
Entonces ya se hizo la boda, y se casaron. Y no pasó nada más.

Sepúlveda, Segovia. Narrador LXXX, 3 de abril, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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