Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 30 de junio de 2012

Juanillo el oso


62. Cuento popular castellano

En un pueblo de Asia vivían dos matrimonios vecinos. Dichos matrimonios eran pastores. El uno tenía un hijo y el otro una hija. Como iban juntos con el ganado, llegaron a cogerse cariño, y ya llegaron a cierta edaz que querían casarse. Pero el padre del hijo -el ganado que guardaba el hijo era propiedad de él, y el otro, el criado. No le dejaba el padre casar al hijo con María (que así se llamaba la zagala), porque ella era hija de pobres, y él, rico. Anduvon buscando novias por allí en los pueblos limítrofes, y ninguna le quería al tal Juan (que así se llamaba él). Al fin deci­dieron dejarle casarse con María, la del pastor pobre.
Como estaban acostumbrados a ir juntos al monte con los rebaños, continuaron haciéndolo después de casaos. Llegó un día a los quince días de casaos, que tuvo que ir ella sola con el ganao. Se internó en el bosque más de lo debido, la agarró un oso y se la llevó para allá. Ella, nada más ver al oso, quedó inmóvil. Pero el oso la llevó a una cueva, donde servía de guarida al mismo. En aquella cueva estuvo por espacio de siete años, viviendo sola­mente con el oso, y alimentándose con los alimentos que el oso la llevaba.
A los nueve meses de estar en la cueva concibió un niño, que ella, por nombre, le puso Juanillo, como se llamaba su padre. Este niño, como se alimentaba de los alimentos que el oso lleva­ba, llegó a coger una fuerza extraordinaria. La cueva donde vi­vían estaba tapada con una piedra muy grande. La mujer hizo esfuerzos pa ver si la podía mover; pero nunca llegó a poderla mover. Únicamente la movía el oso cuando salía de la cueva. Y el oso iba siempre siguiendo a María; nunca la dejaba sola.
Ya cuando el niño tenía siete años, la dijo a su madre que por qué no salían de la cueva aquella a la luz y sol del día. Y su madre le contestó que estaban dominaos por el oso, y no podían salir. Además, como la piedra aquella grande era de tanto peso, no la podrían mover; pero el niño, como había cobrao tantas fuerzas, se arrimó a la piedra de la boca de la cueva, y nada más que la apretó, la echó a rodar. Entonces salieron ambos de la cueva, y se dirigían al pueblo. Pero al verles el oso, fue furiosamente hacia ellos para no dejarles marchar; lo cual, el chico, de un puñetazo que dio al oso, le mató instantáneamente.
Llegaron al pueblo y figúrese qué sorpresa tan grande recibiría el padre el volver a ver a María con un niño ya bastante crecido. Una vez en el pueblo, decidieron instruirle, mandarle a la escuela y lo demás. Pero había días que reñía con cualquier chico de la escuela, le pegaba un bofetón y le dejaba como muerto. Era así que decidieron por requerirse en el pueblo no dejarle ir a la es­cuela. El chico estuvo hasta la edad de quince años con sus pa­dres; pero a la edad de quince años, decidió marcharse de casa en busca de buena o mala suerte.
Antes de salir de casa mandó a su padre a una fábrica de hie­rro que le harían una cachava de diez quintales para ir por el mundo con ella. Además de entregarle la cachava de diez quin­tales -que en la fábrica se quedaron pasmaos al mandarles hacer una cachava de ese peso- le entregó su padre quinientas pesetas. Y es cuando decidió irse por los mundos.
Estuvo andando bastante tiempo cuando se encontró con uno que cogía los pinos y los arrancaba. Él para sí se dijo:
-Ese posee aún más fuerza que yo. Se acercó a él, le saludó afa-blemente y le dijo:
-¿Quieres ir conmigo?
Aceptó el otro. Anduvon un trecho de camino y se encontraron con otro que se sentaba en el suelo en los altos y los ponía llanos. Le dijeron lo mismo, que si quería ir con ellos. Y los tres siguie­ron el camino. Estuvon andando varios días cuando llegó un día que se encontraron frente a un castillo, titulado el Castillo del Diablo. Entraron en él y no encontraron alma viviente. Vieron que había muchas provisiones de todas clases. Y decidieron que­darse allí. Había armamentos de todas las especies, y quisieron meterse cazadores. Lo cual, iban de caza y otro quedaba para arreglar el rancho. El primer día que se quedó a arreglar el ran­cho Aplanamontes (que así se llamaba el último), según estaba arreglando el rancho, le salió el diablo y le dijo:
-¡Hombre, Aplanamontes! ¿Estás arreglando la comida?
Y le contestó que sí.
-A ver qué comida tienes -le dijo.
Destapa el otro el puchero, va el diablo y le echa un gargajo al puchero. Coge Aplanamontes, se rebela contra el diablo, y éstos tuvon una lucha bastante larga, en la cual puso el diablo a Apla­namontes como nuevo a golpes.
Llegó la hora de la comida, se personaron los cazadores en el castillo otra vez y encontraron a Aplanamontes tumbao. Le pre­guntaban qué le pasaba y no contestaba. El segundo día se quedó Arrancapinos. Y le corrió la misma suerte que al primero. Ya el tercer día se quedó Juanillo. Y le fue a hacer la misma pregunta el diablo. Al echar el diablo el salivazo al puchero, cogió Juan la corbertera y le pegó en la cara y le quitó la oreja con la corberte­ra. Al quitarle la oreja, la guardó en el bolso Juanillo y procuró no perderla. Él vio que el diablo se metía por un subterráneo, lo cual quison hacer después los demás.
El primero en querer bajar fue Aplanamontes. Pero como so­gas no había, fue preciso ir a la ciudaz por ellas. Según llevaron las sogas, fue el primero Aplanamonte en bajar a ver qué había allá abajo. Lo cual, cogió una campa-nilla y dijo que en el mo­mento que tocase la campanilla, tirasen pa arriba de la cuerda. Habría bajao como unos quinientos metros cuando empezaron a pincharle con leznas y alfileres. Y empezó a tocar la campanilla para que le subiesen arriba. Quiso hacer lo mismo Arrancapinos, de la misma forma. Y le ocurrió lo mismo que al primero. Al llegar a mitaz, empezaron a clavarle y tuvon que tirar inmedia­tamente de la cuerda.
Ya el último, Juan, decidió bajar con la campanilla. Y les dijo que cuanto más la tocase, más cuerda le diesen para bajar abajo. Llegó abajo y vio un hermoso jardín, en el cual había tres prin­cesas. Al verle le dijeron que cómo se había atrevido a bajar y que qué buscaba por aquellos lugares. Y él contestó que su buena o mala suerte se lo indicaba. Estuvo conversando muy poco rato cuando la princesa mayor de las tres que había -que eran tres hermanas- le dijo que estaban custodiadas por el demonio y que estaban encantadas. Él entonces dijo que se encargaría de desen­cantarlas. Y, efectiva-mente, lo hizo. Ellas le dijon que tenía que luchar con el demonio en persona para desencantar a la mayor; para desencantar a la segunda, con el demonio en figura de toro; y para desencantar a la tercera, con el demonio el figura de ser­piente.
Como tenía que luchar con el demonio para salvar a la prime­ra en figura de hombre, el demonio le mandó entrar en el salón de armas y que escogiese el arma que él quisiera para batirse con él. La princesa le había dicho a Juanillo que cuando le man­dase entrar en el salón de armas, escogiese la espada peor que habría, la más roñosa, que si cogía la mejor, le vencería el demo­nio, y cogiendo la peor, vencía él al demonio. Estuvieron un rato de lucha hasta que de un tajazo le abrió de arriba abajo Juan al demonio. Ya quedó desencantada la princesa mayor. La ató por la cintura con la soga que había bajao él, y empezó a tocar la cam­panilla para que los otros tirasen. Pero antes de subir, ésta le entregó a Juan tres manzanas de oro de lo más fino que se conocía.
La subieron arriba, y ¡qué asombro recibirían los otros el ver una mujer la más linda de la tierra! Les saludó afablemente ella y les rogó aguardasen a ver si podía desencantar a otras dos hermanas el que quedaba abajo.
Entretanto Juan tuvo que luchar con el demonio en figura de toro para salvar a la segunda. Como había bajao la cachava de diez quintales, entonces la utilizó para derribar al toro. Le pegó un cachavazo en la nuca y le dejó muerto instantáneo. Y al mismo tiempo quedó desencantada la segunda hermana. Fueron donde el agujero o pozo, la ató con la cuerda, tocó la campanilla para que la subiesen y hizo lo mismo que la mayor: saludarles afable­mente a los que estaban arriba y rogarles que aguardasen a la otra.
Mientras tanto Juan tuvo que luchar, para desencantar a la tercera, otra vez con el demonio en figura de serpiente. Cogió la espada roñosa y inmediata-mente la cortó la cabeza a la serpiente. Y quedó desencantada la tercer princesa. Se acercaron al aguje­ro, la ató la cuerda, tocó la campanilla y tira-ron, como para las otras, hasta que la subieron arriba. Entretanto Juan se quedó en el jardín. Mandó que tirasen la cuerda, con la última princesa, para subir él; pero los que estaban arriba no hicieron caso de tirar la cuerda. Cogieron las princesas y se fueron juntos al palacio del rey.
Al verlas el rey, que ya las creía perdidas para siempre, ¡figú­rense qué alborozo pasaría por su cuerpo y qué alegría al ver a sus hijas tan bellas como cuando se las llevaron del palacio! Ya Juan, en el jardín estuvo más de dos horas aguardando a la cuer­da; pero como la cuerda no bajaba, se recordó que llevaba la oreja del demonio en el bolsillo. Echó mano a ella y como tenía hambre, la alargó a la boca. Según la mordió oyó una voz que decía:
-¿Qué me pides? ¿Qué me mandas? Él contestó:
-Que me saques de este subterráneo inmediatamente.
Entonces el demonio le cogió a cuestas y le subió todo el agu­jero arriba hasta llegar donde habían subido las princesas. Una vez allí tomó el camino de la ciudaz; pero siempre con la mano en la oreja del demonio. Llegó a medio camino de la ciudaz, la llevó otra vez a la boca y le hizo la misma pregunta:
-¿Qué me pides? ¿Qué me mandas?
Juan entonces le contestó:
-Que me vuelvas el hombre más feo del mundo.
Efectivamente, así lo hizo. Le convirtió en el más horroroso que se conocía. Llegó a la ciudaz y fue a pedir trabajo en casa de un herrero. Y le cogieron más que nada por lástima, y, al mismo tiempo, para que sería juguete de los demás al verle tan feo. Allí estuvo tres días al servicio del herrero y de los demás oficiales. La única labor que hacía era tirar del fuelle, porque para otra cosa no valía.
A los tres días de estar en la herrería, dio el rey un torneo y dijo que el caballero que más valiese, el más valiente que se pre­sentase a ganar una batalla, se casaría con la princesa mayor. Entonces Juan se llevó la oreja del demonio a la boca otra vez, que inmediatamente le dijo lo de siempre:
-¿Qué me pides? ¿Qué me mandas?
Entonces Juan le contestó:
-Que me presentes el mejor caballo del mundo y la mejor espada pa ganar la batalla.
Al siguiente día era el día de la batalla, cuando se presentó Juan con su caballo blanco como ninguno y bueno como ninguno.
Entraron a la batalla y él empezó a diestro y a siniestro y todo lo llevaba de calle. Una vez terminada la batalla, el rey mandó a los pajes le siguiesen al del caballo blanco; pero no le podían seguir, porque corría como el viento. Llegó cerca de la herrería, echó mano a la oreja del demonio... y lo de siempre:
-¿Qué me pides? ¿Qué me mandas?
-Que me vuelvas tal y conforme estaba.
Los pajes del rey se tuvon que volver y decir al rey que no habían podido dar con el caballero del caballo blanco. A los pocos días organizó el rey otro torneo diciendo que el que presentase tres manzanas de oro como las que tenía la princesa mayor, se casaría con ella.
Llegaron a oídos de Juan estas noticias. Lo cual, el dueño de la herrería, por burla más que por otra cosa, le dijo:
-Oye, Juan. ¿Te comprometerías tú a hacer tres manzanas como éstas?
Y él dijo:
-Seguramente las hago.
Al oír esto, todos se echaron a reír, porque nunca hubieran creí­do que Juan ni sería el caballero del caballo blanco, el que vencía a todos en la batalla, ni que haría las tres manzanas' de oro. Le preguntaron qué necesitaba para hacerlas, y él contestó que ne­cesitaba un cuartillo de vino, medio pan, un cuartillo de nueces y un martillo. Y que le dejasen solo por espacio de una hora o dos. Le encerraron en una habitación, y no hacían más que mirar por las rendijas de las puertas a ver si hacía las bolas o qué ha­cía. Y la única labor que le veían hacer era cascar las nueces y comerlas. Como ya tenía hechas las manzanas, pues se las había dao la princesa, no necesitaba hacerlas.
Cuando salió Juan de la habitación, les dejó sorprendidos tan­to al dueño de la herrería como a los demás oficiales al ver que había hecho las bolas exaztas que las que le habían enseñado a él anteriormente. Entonces se presentó en palacio Juanillo con el dueño de la herrería, que iba en su compañía. Y el rey, al ver una cosa tan rara y tan fea, no le quería dejar ni que se presentase ante él. Entonces la princesa dijo que con aquél mismo se tenía que casar, que eran las tres manzanas que había dao ella a su salvador y el de sus hermanas. El rey le dijo a Juan que pidiese lo que quisiera, menos casarse con la princesa. Pero Juan no contestaba y la otra decía que con aquél era con quien se tenía que casar.
Ya de vuelta a la herrería, y estando allí al siguiente día, cogió otra vez Juan la oreja del diablo y la llevó a la boca. Y hizo lo de siempre:
-¿Qué me pides? ¿Qué me mandas?
-Que me vuelvas exazto que cuando estaba en el jardín sub­terráneo.
Entonces le volvió exaztamente lo que era. Se personó ante el rey y al verle la princesa le echó los brazos al cuello, diciendo:
-Éste es mi salvador y mi esposo al mismo tiempo.
Celebraron las tres bodas en un día: la de Juanillo, la de Aplanamontes y la de Arrancapinos. Lo cual, Aplanamontes y Arrancapinos estaban muy disgusta-dísimos el volver a ver a Jua­nillo, que ellos creyeron no volverle a ver jamás.
Después que hizon las tres bodas, los otros siempre estuvon al mandato de Juanillo. Lo cual, les tiraba alguna indirezta en vista de lo mal que habían procedido con él cuando estuvo en el jardín salvando a las tres princesas.
Y colorín colorao, este cuento se ha acabao.

Villadiego, Burgos. Narrador LX, 29 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

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