Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 30 de junio de 2012

Juan holgado y la muerte


90. Cuento popular castellano

Pues era un leñador que tenía bastantes hijos. Y no vivía más que de la leña que traía. Y el pobre pasaba la vida alambicando los gastos. De manera que un día dijo a la mujer:
-Esto no es vivir. Tantas liebres que veo que llevan los pas­tores y ¡qué baratos los venden! Si yo me encuentro una, me la voy a comer solo.
Efectivamente, al otro día encontró un pastor que llevaba una liebre de venta. Y le preguntó si la vendía. Dijo que sí. Se la com­pró y la dijo a su mujer:
-Vaya, aquí tienes la liebre. Ahora me la arreglas y no dirás nada a los chicos. Me la voy a comer al monte.
Se marchó a lo más escondido del monte, donde no se veía un alma, y se sentó a comerla. Pero su asombro fue grande cuando, al alzar la cabeza, vio una mujer vieja, con unos dientes tan gran­des, que le dijo:
-Hijo, ¡buen provecho!
No le gustó mucho a Juan Holgado la compañía; pero la invitó a almorzar con él.
-Bien, acezto la invitación -le dijo-. Pero yo te lo recom­pensaré. A escote nada es caro.
En un dos por tres se comió la vieja casi toda la liebre.
-Bueno -le dijo-. ¿Sabes, hijo, quién soy yo?
-No, señora.
-Pues soy la Muerte.
-¿La Muerte? -repitió él.
-Sí, no te asustes. Yo te haré médico.
-Pero señora, si no sé ni leer ni escribir ni nada. ¿Cómo me va a hacer usted médico?
-Sí. Verás de que manera. Tú dirás a tus hijos que dirán que eres médico, que todo lo curas. Y cuando vas a ver a un enfermo, miras a la cabecera de la cama. Si me ves allí, dile que se muere; pero si no me ves, pues agua de tinaja -llenas una botella y se la llevas-. Así, luego que te hayas ganao algún dinero, te pones una levita, un sombrero y un bastón.
Los chiquillos empezaron a decir que su padre era médico. Y en el pueblo se reían de él. Pero un día de fiesta había varias jó­venes en la plaza bailando -chicas regustas y de buena com­plexión. Y dijo una de ellas:
-Chicas, por allí viene Juan Holgado, ¿Queréis que le digamos que estoy muy mala?
Viene Juan Holgado. Todas acogieron la idea de la muchacha. La llevaron a casa como desmayada y en seguida llamaron a Juan Holgado. Cuando entró Juan Holgado en la alcoba, vio que estaba la muerte en el rincón de la cama. Y entonces dijo:
-Esta muchacha se muere sin remedio.
Y las compañeras no lo creyeron y se echaron a reír. Y la familia estaba tranquila, porque se trataba de una broma. Pero ¡cuál sería su asombro, que antes de bajar Juan Holgado la esca­lera, ya se había muerto la muchacha!
Así se hizo célebre Juan Holgado. Le llamaron otra vez a asis­tir a la hija del rey, que estaba muy grave.
-¡Ay, señor Juan Holgado! ¡Si salvara usted a mi hija, todo lo que tengo le daría!
Entró en la alcoba, miró, y no estaba la muerte en el rincón. Y entonces dijo él:
-Se salvará su hija.
Y fue a casa y trajo una botella de agua de la tinaja. Se la suministró -que tomara unas cucharaditas diarias, y la mu­chacha poco a poco se puso hermosa. Claro le recompensaron, y se hizo tan célebre que tantos rendimi-entos tenía que compró una hermosa casa.
Y le había dado una cita la Muerte: que en el transcurso de un año la hiciera una visita en el bosque en el mismo sitio en que se habían visto la primera vez. Y salió él al bosque y la encon­tró. Y le dijo la Muerte:
-Juan Holgado, ¿estás satisfecho del escote que te prometí?
-Señora, sí. Estoy muy satisfecho. He comprado una casa hermosa.
Y entonces le dijo la Muerte:
-Pues ten cuidado que no te se desconche, pues el día que se desconche vendré por ti. Y la última visita te la haré en tu casa, para ver tu casa.
Y llegó a casa y la dijo a su mujer la entrevista que había te­nido con la vieja.
-Que si se me desconcha la casa, vendrá por mí.
La mujer se apresuró a traer un albañil para que tapara to­das las rendijas. Le tenían allí constantemente. Y le tenían todo el año en su casa. Le había dicho la Muerte que la última visita que le haría sería en su propia casa. Después de varios años se presentó a hacerle la visita prometida. Y al mirarle la vieja vio uno o dos dientes y que le faltaba ya el pelo y le dijo:
-Juan Holgado, ya sabes que te dije que cuando te se des­conchara la casa, vendría a por ti.
Y él, todo asustado:
-Pero, señora, tengo todas las rendijas tapadas. Tengo un albañil todo el año en mi casa.
-No -dice. No te digo eso. La casa que yo decía era tú mismo, la boca, y el pelo y todo. Te digo que te faltan ya los dientes, el pelo y las energías. Te vienes conmigo.
Y terminó.

Peñafiel, Valladolid. Narrador XI, 29 de abril, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon) 

1 comentario:

  1. Cuando era niña y leía el título de este cuento en el libro de mi hermana mayor tenía mucho miedo, solo logré leer el primer párrafo. Hoy decidí vencer este miedo y aquiestoy leyéndolo, muy bonito y ejemplar. Gracias

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