Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 5 de junio de 2012

Hermosos vestidos consiguen muchos beneficios


Había cierto zar que tenía una única hija y ésta de excep­cional belleza; por voluntad divina y por la hermosura de ella anunció al mundo que si se encontraba a un joven que adivinara qué señal tenía la doncella y en dónde la tenía, se la daría por esposa junto con la mitad de su reino, y que el que no fuera capaz de adivinarlo se convertiría en cordero o si no per­dería la cabeza. Esta extraordinaria noticia se extendió por el mundo, de modo que se presentaron miles de pretendientes de todos los luga­res, pero todo en vano, gran número de jóvenes se convirtieron en corderos y otro sinfín de ellos se quedaron sin cabeza. Esta noticia le llegó a un joven, pobre de caerse muerto pero astuto, que también codició a la hermosa doncella y la mitad del reino, conque se fue a donde estaba ella, pero no en calidad de pretendiente sino sólo para verla y preguntarle algo. Y al llegar al palacio del zar ¡qué más quie­res ver! se apelotonaban a su alrededor Dios sabe cuántos corderos de toda clase y, al saltar por entre ellos, empezaron a balar, esto era como una señal para que desistiera de aquel pensamiento y no se vol­viera él también cordero, y aquellas cabezas que estaban cortadas y sujetas en las picas en fila empezaron a derramar lágrimas. Al ver todo aquello se asustó y se dio la vuelta para escapar de allí, pero lo detu­vo cierto tipo que llevaba las ropas todas manchadas de sangre, con alas y un único ojo en la frente, que le gritó:
-¡Deténte! ¿Adónde vas? Atrás o eres hombre muerto.
Así que se encaminó de nuevo en busca de la hija del zar, que lo recibió y le dijo:
-¿Has venido tú también a pedir mi mano?
-No, honorable zarevna, sino que he oído que se acerca el feliz momento de tu boda y he venido a preguntarte si necesitas algún ves­tido para la boda.
-¿Qué vestidos tienes? -le pregunta ella, y él le contesta:
-Tengo enaguas de mármol, camisas de rocío, pañuelos borda­dos de sol con puntillas de estrellas y de luna, chapines de oro seco ni tejidos ni forjados; si quieres comprar de todo esto, ordena que te lo traiga; pero sólo una cosa más, cuando te vayas a probar cada uno de estos vestidos, nadie podrá estar con nosotros, sólo nosotros dos; si te conviene así, fácilmente llegaremos a un acuerdo, si no te con­viene, entonces no se lo mostraré a nadie sino que le servirán a mi novia.
Se lo creyó la hija del zar y dijo que le trajera todo aquello. Él se marchó y volvió con todo. Dios sabe de dónde sacó y consiguió todo aquello. Entonces se encerraron en una cámara y lo primero que ella se probó fueron las enaguas, mientras, él atisbaba por si acaso le veía la señal en algún lugar de las piernas hasta que, para su grandísima suerte, le vio una estrella de oro en la rodilla derecha, y al verla no dijo nada sino que pensó para sí:
-¡Bendita sea esta mañana por los siglos de los siglos!
Después la hija del zar empezó a probarse la camisa y el resto de las cosas, pero él ya no se preocupaba de si tenía ella alguna otra marca, todo le sentaba muy bien a ella, como si se lo hubieran hecho a la medida. Entonces se pusieron de acuerdo sobre el pre­cio, ella le pagó tanto como habían acordado y él cogió su dinero. Pasados unos cuantos días, se vistió lo mejor que pudo y se fue a pedir la mano de su hija al zar. Cuando se presentó ante el zar, le dijo:
-¡Honorable zar! He venido para pedir la mano de tu hija, así que dámela
-Bien -responde el zar- ¿pero sabes la condición para pre­tender a mi hija? Ten mucho cuidado, pues si no adivinas su señal, estás perdido y si la adivinas, como recompensa, la tendrás a ella y la mitad de mi reino.
Él, haciendo una reverencia al zar, le dice:
-Pues bien, zar y suegro mío. Si sólo es eso, ya es mía. Tu hija tiene una estrella de oro en la rodilla derecha.
Se sorprendió el zar y se preguntaba cómo sabría él aquello, pero no había otra salida, así que le entregó la doncella y se casaron. Cuan­do llegó el día de repartir el reino, le dijo su yerno:
-En lugar de darme la mitad de tu reino, prefiero que devuelvas a esos pobres desgraciados a su estado anterior.
A esto le contestó el zar que eso no estaba en sus manos sino en las de su hija, «tu mujer», le dijo. Entonces él se lo pidió a su mujer y ella le dijo:
-Haz que me corra la sangre bajo esta estrella y que cada uno de los corderos la lama con la lengua, úntales también con sangre el labio inferior, que de este modo todos los corderos recobrarán su aparien­cia humana y las cabezas revivirán y volverán a ser hombres como antes lo eran.
Así lo hizo él y, después de que todos hubieran recuperado su aspecto anterior, los convidó a la boda y luego se fue a casa con la doncella cantando y disparando [1] de alegría, allí los invitó a comer y a beber, después cada uno se fue a su casa y él se quedó con su doncella, que Dios sabrá qué ha sido de ellos, y ahora los hemos recordado.



090. Anónimo (balcanes) 


[1] En algunas zonas de Yugoslavia era costumbre hacer disparos al aire en fies­tas y celebraciones como muestra de alegría. Esta costumbre todavía se mantiene en algunos lugares.

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