Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 4 de junio de 2012

Hadara


Había una vez un frig que se estaba trasladando a un nue­vo lugar de acampada. Iban todos andando alrededor de los camellos y charlando entre ellos. Detrás iba una mujer con su pequeño a hombros. Se paró un instante al divisar un bul­to que le pareció extraño y se acercó a ver qué era. Al llegar vio que eran huevos de avestruz y quiso avisar a los del frig. Llamó a grandes voces pero no la oyeron porque se habían alejado mucho.
Decidió dejar a su hijo junto a los huevos e ir corriendo a buscar a los hombres del frig para explicarles su hallazgo.
Cuando iban todos en busca de los huevos, empezó a so­plar un fuerte siroco [1]. No sabían en qué dirección debían andar y no encontraron por ninguna parte ni al niño ni a los huevos de avestruz.
Buscaron y buscaron y no apareció nada...
Esperaron a que cesara el viento y siguieron buscando sin ningún resultado.
Pasados unos días el frig decidió seguir su camino en bus­ca de pastos, esperando que el niño se encontraría sano y salvo en algún lugar.
Mientras tanto el avestruz, que había regresado de buscar comida, encontró al niño y lo colocó entre los huevos. Du­rante el día salía a buscar comida y alimentaba al niño. Por la noche lo cubría junto con los huevos para que nada malo le ocurriera.
Y así hasta que nacieron las crías del avestruz.. Pasaban el día juntos, jugando y enseñándole a andar, hasta que fue capaz de correr tan rápido como ellos.
El niño creció haciendo vida de avestruz: comiendo su misma comida, gritando en vez de hablar, corriendo como ellos, sano y feliz.
Pasó el tiempo y una vez un pastor que estaba buscando sus camellos vio a lo lejos a los avestruces. Los siguió para cazarlos y al acercarse vio a un hombre que corría junto a ellos, con un pelo larguísimo, que comía como ellos y que daba sus mismos gritos. Observó también que al mediodía se posaban bajo la sombra de una talja para descansar.
Regresó junto a su familia y les contó lo que había visto. Estaba tan sorprendido que iba contándolo a todos los que encontraba, hasta que un buen día lo contó por casualidad a la familia del niño que había desaparecido junto a los hue­vos de avestruz.
Ésta, al enterarse, decidió acudir donde aquel buen hom­bre había visto a los avestruces para intentar recuperar a su hijo. Por la velocidad a la que corrían era imposible atrapar­los, por lo que decidieron que uno de ellos se apostaría en una rama de la talja bajo la cual descansaban los avestruces cada día. Con una rama intentaría apresarlo por el pelo.
Así lo hicieron y lo llevaron con ellos al frig. Pero los aves­truces no querían separarse de su compañero y le siguieron. Se pasaban el día yendo y viniendo del frig para estar junto a él.
Su familia empezó a cuidarlo: le cortó el pelo, lo lavó, le enseñó a comer con ellos y también a hablar. Pero no había manera que aprendiese.
Una vez encontraron a un hombre sabio que les dijo que debían llevarlo a un pozo y meterlo en él cabeza abajo, pero sin llegar a tocar el agua para que no se ahogase. De esta for­ma se le desharía el nudo que tenía en la garganta y que le impedía hablar.
Así lo hicieron y el muchacho empezó a hablar. Se con­virtió en un hombre normal, se casó y se llama Hadara.
Y éste es un cuento verdadero.

 051 Anónimo (saharaui)


[1] Siroco: Viento del desierto que levanta grandes tempestades de arena.

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