Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 30 de junio de 2012

Encarna y periquillo


74. Cuento popular castellano

Éste era un joven que salió una vez a buscar amo. Y se encon­tró con un señor, y le dijo:
-¿Ande vas, Periquito?
-Pues a buscar amo.
-¿Te quieres venir conmigo?
-¡Sí, señor! ¡Sí me voy!
-Pues, tienes que dir preguntando por el Convento de Irás y No Volverás. A los tres días te espero.
Y a los tres días iba preguntando por el Convento de Irás y No Volverás. Y por fin llega, y sale el señor y le dice:
-¡Hola, Periquillo! ¿Vienes ya?
-Pues, sí, señor. Ya vengo a cumplir la palabra que le di.
-Bueno, hombre, bien venido seas. Yo me alegro mucho de eso.
Bueno, pues ya le encerró en un cuarto por tres días. Y le dio bien de comer y beber. Y a los tres días fue y le dijo:
-Periquillo, bien comer y bien beber, razón es que trabajes y no holgues.
-Señor amo, lo que usted me mande.
-Pues vas a dir a ese civanto tan alto que se ve allí, me le vas a cavar, me le vas a sembrar de trigo, y a las doce del día me traerás un pan caliente y me le pondrás en la mesa para yo comer.
Y la hija del amo era santa. Y cuando se marchó su padre, fue y le preguntó a Periquillo:
-¿Qué te ha mandado mi padre?
-Pos, mira. Cosa imposible. Hoy me mata.
-¿Qué te ha mandado?
-Pues me ha mandado que vaya a ese civanto y le cave y le siembre de trigo y a las doce del día se le tenga de presentar un pan caliente en la mesa para que coma. ¡Hoy me mata!
-No te importe -le dice Encarna, pues así se llamaba la hija del amo-. Coge buena bota y buena merienda y túmbate a dormir, que a las once diré yo allá.
Fue allá como dijo, estuvieron comiendo, y luego le dice:
-Periquillo, túmbate a dormir.
Y luego ella se enredó a leer y leer y leer... Y a las doce le dijo:
-Periquillo, levántate, toma el pan, llévasele a mi padre, y pónsele en la mesa. Periquillo, levántate, toma el pan, llévasele a mi padre y pónsele en la mesa.
Se levantó, tomó el pan y se le llevó al amo:
-Tenga usted, señor amo, el pan.
-¿Periquillo, ay, Periquillo! ¡Aquí angún duende anda! ¡Peri­quillo, ay, Periquillo! ¡Aquí angún duende anda!
-No, señor. Señor, no.
Bueno, pues le golvió a encerrar otros tres días en el cuarto. Y le dio bien de comer y beber. Y a los tres días golvió el amo y le dijo:
-Periquillo, bien comer y bien beber, razón es que trabajes y no holgues.
-Pues, señor amo, lo que usted me mande.
-Vas a dir a ese civanto tan alto que se ve allí, me le vas a cavar y me le vas a sembrar de viñas, y a las doce del día, al tiem­po de comer, me presen-tarás un racimo de uvas.
-Bueno, Periquillo -le dice la hija cuando se ha marchado su padre-. ¿Qué te ha mandado mi padre?
-Pos cosa que no puedo hacer. Hoy me mata.
-¿Qué te ha mandado?
-Pues me ha mandado que vaya a ese civanto y le cave y le siembre de viñas y a las doce del día se le tenga de presentar un racimo de uvas. ¡Hoy me mata!
-Pues no tiembles -le dice-. Cógete buena bota y buena me­rienda y túmbate a dormir, que a las once diré yo allá.
Ya llegó a las once, y se pusieron a comer. Y de que comieron, le dijo:
-Periquillo, túmbate y duerme.
Y ella se enredó a leer, leer... Y antes de las doce le dijo: 
-Periquillo, levántate y llévate el racimo de uvas a mi padre.
Se levantó, tomó el racimo y se le llevó a su amo:
-Tenga usted, señor amo, el racimo de uvas.
-¡Ay, Periquillo, aquí angún duende anda! ¡Ay, Periquillo, aquí angún duende anda!
-No, señor. Señor, no.
Y le golvió a encerrar otros tres días. Y bien comer y bien beber. Y a los tres días fue otra vez a verle y le dijo:
-Periquillo, bien comer y bien beber, razón es que trabajes y no holgues.
-Lo que usted me mande, señor amo. Y le dice su amo:
-Pues va usted a dir a la cuadra, me va usted a domar una mula y después de domá, viene usted y me lo dice. Y al marcharse el padre, le dice la hija: -Periquillo, ¿qué te ha mandado mi padre?
-¡Eso no haces tú falta, eso lo puedo yo hacer!
-Pues, ¿qué te ha mandado?
-Pues me ha mandado que vaya a la cuadra y dome una mula. Y para domar la mula yo sé bastante.
-¡Ay, Periquillo, es a lo que no te puedo yo ayudar, y es lo peor! Mira -dice-. La cabeza es mi padre, el lado isquierdo es una hermana mía y el estribo isquierdo otra hermana mía, y las ancas es mi madre; el lado derecho soy yo. Tú, palos en la cabeza; tú, palos en el lado isquierdo; tú, palos en las ancas; tú, palos en el estribo isquierdo. Y palos en el lado derecho no des, que te levanto más alto que las estrellas.
Conque ya, claro, palos en la cabeza, palos en el lado isquier­do, y palos en las ancas hasta que la tumbó, y no se podía levan­tar. Y va en busca de su amo y le dice:
-Señor amo, ya he domado la mula.
-Ya lo sé yo, ya, y ¡bien domado que me has dejado! ¡Ay, Periquillo, aquí angún duende anda!
-No, señor. Señor, no.
Ya le golvió a encerrar otros tres días en el cuarto. A los tres días va a verle y le dice:
-Periquillo, bien comer y bien beber, razón es que trabajes y no holgues.
-Señor amo, lo que usted me mande.
-Pues te tienes que casar con una hija mía. Escogerás una de las tres que tengo. Pero para ello te tengo que vendar los ojos y meterte detrás de una puerta.
Y cuando se marchó el padre le dijo la hija:
-¿Qué te ha mandado mi padre?
-Que me tengo que casar con una hija suya; pero para esco­ger la que me gusta me ha dicho que me tiene que vendar los ojos.
-Pues mira -le dice Encarna-. Yo seré la última. Las pri­meras serán mis hermanas.
Golvió el amo, le vendaron los ojos a Periquillo y le metieron detrás de una puerta. Y entraron las hijas una por una. Y Periqui­llo va y dice:
-Ésta no quiero... Y ésta tampoco... Y ésta sí.
Y la última era Encarna. Y luego, cuando se quedaron solos,
Encarna le dijo:
-¡Ay, Periquillo, mi padre nos va a matar! Vete a la cuadra y levanta el caballo más flaco, y te coges un peine, una redina y unas tijeras en lo que yo estoy echando saliva.
Pues ella echando saliva... Y por fin vuelve Periquillo.
-¿Qué mula has cogido?
-La más gorda, que la otra no la he podido levantar.
-Nos has perdido, que has cogido el del viento y has dejado el del Pensamiento. Con el del Pensamiento de seguía nos ataja mi padre.
Pero como no había tiempo que perder, se marcharon. Y em­pezó el padre a llamarla, y estaba respondiendo la saliva. De que se acabó la saliva, dice el padre:
-Ya se han marchado.
Y se marchó el padre a buscarlos. Ya los iba alcanzando cuan­do ella volvió la cabeza y dijo:
-Periquillo, ya nos ataja mi padre.
Y tiró el peine, y se volvió un monte muy espeso, muy espeso, que tuvo que arrodear su padre muchas leguas, muchas leguas. Pero como iba montado en el caballo del Pensamiento, ya los iba alcanzando otra vez. Volvió ella la cabeza otra vez y dijo:
-Periquillo, ya nos ataja mi padre otra vez.
Y tiró la redina y se hizo una labuna muy grande, muy grande. Y tuvo que arrodear muchas leguas, muchas leguas. Pero luego iba alcanzándolos otra vez. Y ella volvió la cabeza y dijo:
-Périquillo, ya nos ataja mi padre otra vez. De ésta depende nuestra suerte. Voy a tirar las tijeras. Si caen las puntas hacia abajo, mato a mi padre. Y si caen hacia arriba, nos matamos nosotros.
Cayeron hacia abajo, y mató a su padre. Ya llegaron al pueblo de Periquillo. Y antes de entrar en el pueblo le dijo Encarna:
-¡Que naide se abrace a ti, que si te abraza anguno a ti, me olvidas!
Y ya le saludaron todos a él, que qué tal le había ido. Y él decía a todos:
-¡Que naide se abrace a mí!
Y tenía una perra, y la perra se abrazó a él. Y luego olvidó a Encarna. Y ella fue a vivir en una casa que arrendó. Y pasaron un día Periquillo y dos amigos por la puerta. Y viendo a Encarna, dijeron:
-¡Qué moza más guapa! Tenemos que pedirla relaciones. Y dice uno:
-Pues, yo voy esta noche.
Y después de charlar con ella, la dijo:
-¿Te quieres casar conmigo?
Y le dice ella:
-Mira, si te quieres casar conmigo, pues ponte a tocar esa guitarra. Y si eres capaz de dejarla de tocar en toda la noche, te casas conmigo. Y si no, no.
Pues no fue capaz de dejarla en toda la noche hasta que ama­neció. Luego se juntó con los otros dos.
-¿Qué tal te ha ido esta noche?
-Bien, bien -dice. Me mandó tocar una guitarra y me dijo que si era capaz de dejarla en toda la noche, se casaba conmigo. Y no fui capaz de dejarla de tocar en toda la noche.
-Pues a la noche voy yo -dice el otro amigo de Periquillo.
Fue a verla y le hizo la misma pregunta:
-¿Te quieres casar conmigo?
Y ella encendió el candil y le dijo:
-Si eres capaz de apagar este candil en toda la noche, pues te casas conmigo.
Y luego venga a soplar y soplar, y no fue capaz de apagarle en toda la noche hasta que amaneció. Y luego se juntó con los otros y le dijeron:
-¿Qué tal te ha ido a ti?
-Bien. Me ha mandado que apagara un candil, que si era ca­paz de apagarla en toda la noche, se casaba conmigo. Y soplar y soplar, y no fui capaz de apagarla en toda la noche.
Y entonces dijo Periquillo:
-Pues a la noche voy yo.
A la noche fue a verla y la dijo:
-¿Te quieres casar conmigo? Y le dice Encarna:
-Tú, si no matas la perra que tienes, pues no te casas con­migo.
-Al día siguiente se juntan los tres amigos y le preguntan a Periquillo:
-¿Qué te ha dicho a ti?
-Que si no mato la perrilla, que no se casa conmigo. Y yo la perra no la mato, porque ya otra encontraré. Y le dijeron los compañeros:
-Pues yo, si fuera que tú, la perra mataba, porque vale más la mujer que la perra.
Por eso mató la perra. Y luego de que la mató, se aleordó de todo, adónde había estado, que ella era la que había traído y la que le había valido, y se casó con ella.

Arcones, Segovia. Narrador LXXV, 28 de marzo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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