Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 30 de junio de 2012

El rey déspota y la pulga


187. Cuento popular castellano

Había en un reino un rey déspota y malo que sus vasallos no le querían, por ser sanguinario y de instintos malos. Todo su reino conspiraba en sociedades secretas para arrancarle su vida. En una de estas sociedades nozturnas de los conspiradores, en un subterráneo, les sorprendió una voz, que al decir cómo ma­tarían al rey -que no veían medio- habló y dijo:
-Yo le mataré.
Entonces ellos, admiraos, volvieron la cabeza y buscaron por todas partes. Y no encontrando el motivo de esa voz misteriosa, preguntaron que quién era. Y entonces oyeron que decía:
-Soy una pulga.
Ellos, que desconocían lo que era una pulga, porque en aque­llas tierras no había pulgas -todo era admiración. Y volvió a decir la voz:
-Yo le mataré. Yo le mataré.
-¿Dónde estás, pulga? -le preguntaron. Y ella dijo:
-¡Aquí, encima de vuestra mesa! Todo lo que hacéis y cons­piráis no vale lo que voy a hacer yo. Primero me cogeréis de en­cima, de los papeles.
Vieron un bicho tan pequeñito que no se atrevían apenas a cogerle. Mas después dijo la pulga:
-Me llevaréis a las escaleras del palacio, y, estando yo en palacio, el rey morirá.
Así lo hicieron, efectivamente. Y saltando la pulga, escalera por escalera, se introdujo en la cámara del rey. Se fue a buscar su dormitorio y se escondió en el gorro de dormir del rey.
Acostándose el rey esa noche en su cama, empezó la pulga a darle picotazos y mordiscos, que no pudo dormir. Los adulado­res de palacio, cuando fueron a darle los buenos días, le dijeron, como de costumbre, si había descansao. A lo que contestó que no, que había tenido no sé qué que no le había dejao dormir.
Tras esa noche, otras noches consecutivamente le pasó lo mis­mo. Hasta que tal punto que ya no comía, pues el descanso es lo que más falta hace. Y a tal estado llegó de decadencia que ya no se podía tener de pie. El rey tenía un crucifijo en su cuarto -era bastante fanático, como de tantos reyes de esas tierras- y pi­diéndole al Cristo que tenía que le perdonara sus pecados y que le conservase la vida, dijo que le haría todos los sacrificios del mundo por complacerle. Y entonces la pulga le dijo:
-Que dejes la corona y abdiques de ser rey.
Pero viendo el rey que venía la voz tan extraña y misteriosa, le dijo:
-¿Quién eres, voz misteriosa?
-Soy una pulga.
-¿Una pulga? -replicó.
Cuando volvieron los aduladores a preguntarle su estado de salud, les dijo que quería abdicar la corona por salvar la vida. Entonces los cortesanos le dijeron que dejara la corona, y se salvó el reino. Pero al poco tiempo murió el rey.

Peñafiel, Valladolid. Narrador XI, 29 de abril, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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