Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 15 de junio de 2012

El piejillo y el mono de pez

133. Cuento popular castellano

Era una mujer que tenía un niño que era muy chiquitín, más pequeño que un piejillo. Un día le mandó su madre a por aceite onde la tía María. Y como era pequeñín, se metió en la aceitera y se fue rodando. Llegó onde la tía María y dijo:
-Tía María, ¡me dé aceite!
-¿Dónde estás?
-Pues que me pisa, tía María. Metido en la aceitera.
-¿Dónde estás? ¿Dónde estás?
-Aquí metido. Me coja y me saque. Ya le sacó.
-Que me ha dicho mi madre que me dé un kilo de aceite. Se le dio y le metió en la aceitera y la tapó. Y luego se mar­chó otra vez rodando.
Y un chico por el camino le dio una patada y le pegó al chico. Y gritó el chico:
-¡Ay, no me pegues! ¡No me pegues! Ya llegó a su casa.
-¡Madre!
La madre bajó y cogió el aceite y creyó que el chico se había marchado. Y fue a hacer el almuerzo para su marido y, al ir a echar el aceite en la sartén, cayó el chiquillo. Y fue la madre y le sacó con una cuchara y le puso en un ladrillo. Y ya se enfrió y se secó.
Otra vez le mandó su madre a llevar el almuerzo a su padre. Y le sacó la burra la madre y le echó el almuerzo en las alforjas. Y el chico, al salir a la calle, se metió en la oreja de la burra. Ya llegó onde su padre:
-Padre, ya le traigo el almuerzo.
-¿Dónde estás?
-En la oreja metido.
-¡Pero este diablo!
Ya le sacó. Ya descargó el almuerzo y se puso a almorzar. Y el chico le dijo que si daba una vuelta con los bueyes a arar. Y le dice su padre:
-¡Que te va a cagar el buey!
-¡Que no, padre, que no!
Ya dio la primera vuelta. Al terminar, dijo:
-Ve, como no me ha cagao. Ya dio otra vuelta y le dijo:
-Ve, como no me ha cagao.
Y dio otra vuelta; pero cagó el buey Pinto y le tapó. Y dijo el padre:
-Ves, hijo, como te ha tapao. Ya te lo decía yo.
Lo cogió con una garia y lo echó a una regadera a que se la­vara. Ya se lavó y le sacó del agua. Ya le puso los cacharros en la burra y le montó para que se marcharía.
Habían robado unos ladrones en una casa y estaban subidos en un árbol. Estaban allí para repartirse el dinero que habían ro­bado. Pasó el chico por allí en su burra, y estaban ellos diciendo:
-Esto pa mí. Esto pa ti. Esto pa ti... Y él, desde abajo, pasando por el camino, les dijo:
-Y, ¿para mí?
Y ellos dicen:
-¡Nada!
Y al asomarse ellos y no ver a nadie, comenzaron otra vez:
-Esto para mí. Esto para ti... Y dice el chico:
-Y, ¿para mí?
-Nada.
Y ellos, al ver que no había allí nadie -sólo una burra- se asustaron y echaron a correr, dejando allí todo el dinero. Y el chico se cogió todas las joyas y el oro y metió todo en las agua­deras. Y llegó a su casa y dijo:
-Madre, ábreme, que ya vengo rico.
Y la madre bajó corriendo -a poco se mata bajando por la escalera por la alegría que la dio. Bajó ya la madre, cogió todo y lo guardó en un arca.
Ya los ladrones aprendieron que había sido aquel chico que se lo había quitado. Fueron a casa de él y llamó uno. Sale la madre y le dice el ladrón:
-¿Me da usted un poco de agua?
Y el chico le bajó un puchero de oro que era de ellos. Al verlo, el ladrón se lo quitó, diciendo:
-Este puchero es mío.
Y se marchó corriendo. Subió el chico gritando:
-Madre, que me han quitao el puchero de oro. Y dijo la madre:
-Hijo, ¿qué vamos a hacer?
Ya, pues, vino otro. Sale el chico y el ladrón le dice:
-¿Me da un poco de agua?
Y le bajó el chico una jarra de oro. Y el ladrón se la llevó diciendo:
-Esta jarra es mía, que me la han robao.
Ya el chico puso en la puerta un mono de pez. Y fue a llamar otro de los ladrones. Y como estaba allí el mono de pez, y se pa­recía al chico, creía que era él y le preguntó:
-¿Me das un poco de agua?
Y no le contestó. Y le dijo el ladrón otra vez:
-Me lo das, o te doy un puñetazo.
Se lo dio y se quedó apegao. Y el chico estaba escondido de­trás. Llamó a su madre, y ella bajó corriendo y le pegó un palazo y le dejó testumbao. Ya dice:
-Ya hemos matao uno.
Y al ver que tanto tardaba el ladrón, dijeron los otros:
-¿Qué? ¿Lo habrán matao?
Y ya el chico puso una caldera de pez en la cocina. Y ya se hacía de noche. Y dijeron los ladrones:
-Vamos a robar al pequeño, que nos ha robao.
Y bajaron por la chimenea donde estaba la caldera de pez, y ya se quedaron allí todos apegaos. Ya por la mañana vino la madre y dijo:
-Ya hemos hecho caza.
Ya fueron y los mataron y se quedaron ricos. Y colorín colo­rao, este cuento se ha acabao.

Roa, Burgos. Narrador LXXIX, 13 de julio, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)


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