Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 13 de junio de 2012

El pajaro hablador


Hubo una vez cierto campesino que, a con­secuencia de un suceso trivial, que no hay necesidad de mencionar aquí, aunque sí de­be decirse que de ello no tenía la menor cul­pa, tuvo la desgracia de que el gobernador de la provincia en que vivía se irritase mu­cho contra él. Y como aquella autoridad era, realmente, un enemigo formidable para el mísero campesino, pronto se vio éste sin ca­sa ni hogar y desposeído de sus pequeñas tierras, razón por la cual no le quedó más recurso que la mendicidad como único medio de subsistencia.
Era un hombre muy bondadoso, especial­mente para los animales, a los que siempre trataba de modo excelente y antes de que se viese obligado a abandonar su casa y su pe­queño campo, que hasta entonces le diera lo suficiente para vivir con la mayor modestia, había aprisionado y tratado con la mayor bondad un estornino. Y, no contento con eso, le enseñó a hablar.
El tal pájaro era la maravilla de los ve­cinos de Fun-Ting, que así se llamaba el cam­pesino, de manera que cuando éste se vio obligado a abandonar su casa y su hacien­da, partió llevando sobre el hombro el estor­nino hablador, el cual no solamente hablaba a la manera de los loros, sino que, además, comprendía perfectamente lo que decía y aun, muchas veces, había podido dar excelentes consejos a su amo, al que quería mucho.
-No te apures, amo mío -le dijo, al verlo apesadumbrado-. Ya verás cómo tú y yo nos ganamos perfectamente la vida por el mundo. Me exhibirás en los pueblos y, de esta manera, podrás ganar lo suficiente para nuestro sústento.
Fun-Ting creyó que, en efecto, aquél sería un modo de vivir. Y partió, en cierto modo consolado al ver que, gracias a su estornino, veríase libre de la miseria.
De esta manera el hombre y el pájaro re­corrieron grandes extensiones de la China.
Cuando llegaban a una población cualquiera, Fun-Ting se apresuraba a instalarse en la plaza principal del pueblo y en cuanto ini­ciaba una conversación con su maravilloso pájaro, no tardaba en formarse un numero­so grupo a su alrededor. Y cuando los espec­tadores se daban cuenta de que aquella ave maravillosa, no solamente respondía con acierto a las palabras que le dirigía su amo, sino que contestaba de igual manera a las preguntas que ellos mismos le hacían o a las razones o pequeños casos que le exponían, au­mentaba su pasmo y su contento, de manera que Fun-Ting podía hacer luego una buena colecta de monedas de cobre, con las que no pasaba del todo mal la vida en compañía de su estornino, al que cuidaba como a las ni­ñas de sus ojos.
Esta vida nómada duró algunos años, y Fun-Ting se había acostumbrado a ella, de manera que estaba satisfecho y no deseaba nada más. Pero llegó un momento en que, a causa de grandes temporales, destruyéronse todas las cosechas de la región en que viaja­ban amo y pájaro, y por más que ambos se­guían obteniendo el éxito acostumbrado, en cuantas exhibiciones hacían del talento del estornino, lo cierto era que, al llegar a la hora de la colecta, ésta era tan mísera, cuan­do les daban algo, que ya no era posible se­guir sustentándose de aquella manera.
Triste era la situación de ambos, y Fun­Ting no hallaba la manera de salir de aquel apuro. Y un día, cuando se había sentado a la vera de un camino, el estornino interpeló a su amo, diciéndole:
-Hay una manera de salir de apuros, querido amo mío. Y es venderme. Pero como en realidad no quiero separarme de tan buen amo como tú, te aconsejo que vayas a ven­derme al gobernador de la provincia, que fué causa de tu ruina.
-Ten en cuenta -le contestó, Fun-Ting, que tampoco quiero desprenderme dé ti.
-Ya lo sé. En eso estamos de acuerdo. Por eso te ruego que hagas lo que te digo y no te pesará. Además, haremos una cosa jus­ta. Ya lo verás. Vámonos, pues, a la capital de la provincia, donde vive el gobernador que te arruinó y procura que me oiga. Te asegu­ro que lo dejaré encantado de mí.
Fun-Ting tenía la mayor confianza en la inteligencia y aun en la bondad del estorni­no, pues le constaba que era incapaz de co­meter una mala acción. Por consiguiente, re­solvió seguir, implícitamente, los consejos de su querido estornino.
Sin pensarlo más, emprendió el viaje hasta la capital de la provincia, que, por suerte, no estaba lejos. Y aunque llegó a ella hambrien­to y fatigado en extremo, estaba persuadido de que en breve cambiaría su situación.
Como pudo se orientó hasta llegar al pala­cio del gobernador. Y, detenién-dose ante los soldados que daban guardia, llevó a cabo una exhibición del talento de su alado amigo.
No hay que decir cuánto se divirtieron los soldados con aquel espectáculo. Atraído por sus risas y sus exclamaciones de entusiasmo,­ salió un oficial de escasa graduación, quien, a su vez, se quedó perplejo y admirado.
Con la mayor rapidez extendióse por el pa­lacio la noticia de que, a su puerta, había un hombre acompañado de un pájaro maravillo­so, capaz de hablar y de comprender lo que se le decía. Y la nueva llegó, finalmente, a oídos del gobernador.
Deseoso de procurar una distracción agra­dable a su esposa y a su hermana, llamó a uno de sus criados y le preguntó por la causa de aquel alboroto. Y al cerciorarse de que pa­recía cierta la primera noticia que llegara a sus oídos, ordenó que introdujeran al campe­sino y a su maravilloso pájaro.
Su mandato fue obedecido en el acto. Po­cos instantes después, Fun-Ting estaba ante el hombre que había consumado su ruina. Pe­ro el gobernador, que no pudo reconocerlo, pues solamente lo había visto una vez y, ello, muchos años atras, no sospechó siquiera la identidad de Fun-Ting.
El cual, inmediatamente, inició una con­versación con el estornino. Este contestó con el mayor acierto y cuando el gobernador pre­guntó si él podía hacerle una pregunta, el pájaro contestó:
-Ciertamente, señor, me sentiré muy honrado al contestar a cuanto os dignéis pre­guntarme.
-¡Caramba! -exclamó el gobernador-. Veo que serías un perfecto cortesano, pues sabes responder debida y cortésmente.
-¿Quién no lo haría ante vuestra grande­za, señor? -contestó el pájaro inclinando la cabeza y agitando suavemente las alas.
-Me gustas, pajarillo. Y no sabes cuánto me complacería tenerte en mi palacio.
-Me sentiría muy honrado pertenecién­doos -le contestó el estornino.
El gobernador sonrió satisfecho y, diri­giéndose a Fun-Ting, le dijo:
-Vamos a ver, buen hombre, ¿quieres venderme tu pájaro?
-Señor -le contestó Fun-Ting, que ya es­taba de acuerdo con el estornino acerca del particular-, con el mayor respeto me permi­to hacer presente que este pájaro hablador es mi único medio de ganarme la vida. El es lo único que poseo en el mundo.
-Eso no será obstáculo -dijo el gober­nador, que se había encaprichado por el es­tornino y que ya se había dado cuenta de lo mucho que deseaban su esposa y su hermana ser dueñas de aquel ave maravillosa-. Estoy dispuesto a pagarte un buen precio. ¿Cuánto quieres?
-Yo voy a contestar -dijo el estornino. -Dad, señor, a mi amo actual, cien onzas de plata. No es un precio caro, pues ya sabéis que un pájaro que hable y comprenda, como yo, no se encuentra fácilmente.    .
-Tienes razón-contestó el gobernador. Y, dirigiéndose a Fun-Ting, le preguntó:
-¿Estarás satisfecho con las cien onzas de plata?
-Señor, las tomaré a cambio del pájaro, aunque me duela en el alma separarme de él.
-Perfectamente. No se hable más del asunto -replicó el goberna-dor.
Y, haciendo sonar un batintín, ordenó al criado que acudió, que llamara a su tesore­ro. Cuando entró este funcionario, el gober­nador le mandó que pesara cien onzas de pla­ta y se las diese a Fun-Ting.
Salió este último con el tesorero y, cosa de un cuarto de hora más tarde, se alejaba del palacio, cargado con su tesoro, aunque maldi­ciendo su mala fortuna.
Mientras tanto, el gobernador, su esposa y la hermana del primero sostuvieron una in­teresante conversación con el estornino. Y al cabo de una hora, más o menos, el nuevo amo del maravilloso pájaro, mandó que sirviesen un poco de carne al agradable compañero que acababa de adquirir.
Cuando el estornino hubo saciado su apeti­to, hizo una cortés reverencia a las señoras y a su nuevo amo, y le dijo, respetuosa-mente:
-¿Me permite vuestra grandeza que to­me un baño?
El gobernador, complacido en extremo, le contestó :
-No hay el menor inconveniente-. Vol­vió a llamar en el batintín. Cuando apareció el criado, le ordenó que trajese agua limpia en un cuenco de oro-. Ya estás complaci­do -dijo al estornino.
Este le dio las gracias y luego procedió a bañarse concienzuda-mente. Chapoteó en el agua, agitó las alas, haciendo saltar algunas gotas de líquido y luego se atusó muy bien las plumas. Hecho esto, como la ventana de la estancia se hallaba abierta, emprendió el vue­lo, hasta situarse en el ante-pecho, y dijo:
-Ahora, señor gobernador, he de despe­dirme de vos. Bien sé que habéis pagado a mi antiguo amo cien onzas de plata. Pero si me marcho, ni él ni yo os habremos robado. Simplemente mi amo tiene ahora una com­pensación por los perjuicios que, injustamen­te, le causasteis hace algunos años. Es, pues, un acto de justicia. Que os guarden los dioses.
Y, dichas estas palabras, el estornino emprendió el vuelo y fue a refugiarse en el te­jado del palacio. El gobernador, de momen­te, se quedó atónito, cual si no se atreviera a creer en lo que estaba sucediendo ante sus ojos. Pero luego, al darse cuenta de que había sido burlado, llamó a voces a sus criados, or­denándoles que se apoderasen del estornino.
Pero éste no se dejó coger. Divirtióse un rato jugando al escondite con ellos y cuando los hubo fatigado bastante, emprendió el vue­lo y se alejó del palacio, hacia el lugar pre­viamente convenido, donde le esperaba su amo Fun-Ting.
El chasqueado gobernador los hizo buscar por todas partes, pero ninguno de sus emisa­rios pudo dar con los fugitivos.
Pero no se los trago la tierra, sino que, ya ricos con las cien onzas de plata, Fun-Ting pudo adquirir una casita y alguna tierra, en una provincia distante, y ya, en adelante, no careció de nada y acabó sus días en la ma­yor prosperidad, gracias a su inteligente es­tornino.

005. anonimo (china)

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