Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 13 de junio de 2012

El mensaje del gran kan


Los tártaros, las terribles hordas salvajes que continuamente amenazan el imperio, han acampado en la llanura donde crece alta la hierba... Chan-yu, el gran kan, el terrible y feroz guerrero que los guía a las batallas, hace dos lunas que ha mandado un mensaje a Kao Hoang Ti, el celeste emperador del Gran Imperio de la China. El mensaje es breve, escueto y contundente: « De­seo una esposa, sólo aceptaré la paz si te comprometes a mandarme a la más bella muchacha que habite en tu pala­cio.» Hasta el bárbaro Chan-yu sabía que las muchachas más hermosas de todo el imperio se hallaban en el pala­cio de los Han.

Kao Hoang Ti está furioso aunque su rostro permanece impasible, tal y como corresponde a un emperador. «Cómo se atreve ese bárbaro a venirle con tales exigencias a él, al omnipoten­te y sabio emperador del Gran Imperio, a él, un hombre versado en todas las escrituras y conocedor de los Siete Li­bros.»
Pero Kao Hoang Ti sabe que no ten­drá más remedio que pactar. Chan-yu ha ensangrentado el país, nada puede detener la fuerza arrolladora de los bár­baros cuando entran en combate bajo el mando de Chan-yu.
El emperador ha meditado toda una noche; durante largas horas ha pensa­do en la respuesta que tiene que dar a su enemigo, pero al amanecer los dio­ses han iluminado su mente. Sí, le otor­gará la esposa que desea a Chan-yu, pero... no es necesario que sea la per­la del palacio de los Han, sino una simple imitación; cualquier mucha-cha puede parecer una verdadera reina a un bárbaro: bastará con que la vea ves­tida con una brillante túnica de seda.
Kao Hoang Ti ha llamado muy de mañana a uno de sus hombres de con­fianza y le ha dado una orden.
-Enviad inmediatamente un men­sajero a la capital, que ordene en mi nombre que les sea hecho un retrato a todas las muchachas que residen en palacio. Luego tendrán que mandarlos al campamento, yo mismo eligiré la be­lleza que deba ser destinada a nuestro mortal enemigo.
Al decir estas últimas palabras una enigmática sonrisa ha asomado a los labios del emperador, luego ha aña­dido:
-¡Ah!, y no os olvidéis de decir a los artistas que consignen el nombre de la heimosa al pie de cada retrato y tam­bién su edad.

Nunca los pintores habían tenido tanto trabajo ni tan bien pagado. Las familias no escatimaban esfuerzos para conseguir que sus hijas fueran pinta­das por los mejores artistas a fin de que salieran lo más favorecidas posible; se había corrido la voz de que el empe­rador en persona había solicitado ver los retratos y nadie dudaba de que en tal caso debía ser el mismísimo hijo del cielo quien deseaba elegir esposa. Pron­to estuvieron terminados los retratos y prestamente fueron mandados al em­perador tal como había ordenado.

Kao Hoang Ti está examinando con­cienzudamente uno tras otro todos los retratos de las muchachas; los pintores se han esmerado en la confección de sus cuadros; las modelos de todos ellos son bellísimas, el emperador está ver­daderamente contrariado: no es eso precisamente lo que está buscando; de pronto su mirada brilla de alegría, aca­ba de descubrir lo que necesita: uno de los retratos reproduce los rasgos de una muchacha fea en extremo, a pesar de la gracia de su tocado y de la bri­llantez de las sedas de sus vestiduras. Su fealdad es evidente; el emperador llama inmediatamente a un mensajero, le entrega el retrato y le ordena que vaya a enseñárselo al gran kan. Debe decirle estas palabras:
-Mi señor os envía el retrato de «la perla del palacio de los Han».
Luego ordena que espere la respues­ta del tártaro y que venga a comuni­cársela en seguida.

El gran kan está examinando el retrato delante de su tienda de campaña. Tras haberlo mirado unos momen­tos se limita a decir:
-¿Cómo se llama?
-Tchao Kium, señor. Está escrito al pie del retrato.
El mensajero se ha guardado muy bien de comunicarle que lo que no está escrito es su humilde origen.
-Está bien, dile al emperador que acepto a Tchao Kium por esposa. Que me la entregue cuanto antes.
El mensajero prometió que así se haría. Inmediatamente se retiró de la presencia del gran kan y fue a darle la buena nueva al emperador.
Kao Hoang Ti al enterarse del buen éxito de la empresa se limitó a decir.
-Los inmortales se dignaron dar­me un buen consejo aquella noche.

En el campamento del gran kan reina una extraordinaria agita-ción, se sabe que de un momento a otro va a llegar Tchao Kium. El emperador tam­bién está presente. Por nada del mun­do querría perderse un momento tan culminante de la vida de su enemigo.
No tarda en aparecer un soberbio palanquín que es depositado suave­mente en el suelo por sus portadores. Todo el mundo se retira entonces. Sólo permanecen allí el emperador y el gran kan; de pronto una fina mano levanta la estera del palanquín y baja de él ágilmente Tchao Kium... El em­perador cree que va a enloquecer de rabia. ¡Ni una Inmortal podría llegar a ser tan bella! ¡Qué artista tan estú­pido había sido capaz de convertir la sublime belleza en fealdad! Ahora era cuando el emperador se daba perfecta cuenta de que en los retratos de las muchachas del palacio de los Han, en cuestiones de belleza había interveni­do bastante más la mano del artista que las auténticas cualidades de las modelos.
Chan-yu se ha quedado absorto ante la belleza de Tchao Kium; torpe­mente trata con un ademán de darle la bien venida, Tchao Kium le sonríe; el gran kan a pesar de su rudeza no es mal parecido. A Tchao Kium no le resulta difícil sonreír.

El emperador está desesperado. «¡La auténtica perla del palacio de los Han ha ido a caer en poder del gran mogol!» Día y noche se lamenta el em­perador de aquella pérdida y de haber­se visto envuelto en las redes de su propia trampa. Una mañana, en la que su dolor era más vivo que de ordina­rio, se acercó a su sitial uno de sus acompañantes y le dijo:
-Mi señor, tengo una idea. Es muy posible que el gran kan no aprecie en su justo valor la belleza de su futura esposa; tal vez se aviniera a cambiar a Tchao Kium por oro, jade y perlas.
-No es mala idea -contestó el em­perador-. Esta misma noche enviaré una caravana cargada con lo que dices al encuentro del gran kan; tal vez pue­da ultimarse el trato que acabas de sugerir.
Los ojos del mogol parecen dos dardos encendidos cuando dice al jefe de la caravana que le ha mandado el emperador:
-No acepto oro ni perlas, ni jade, por mi prometida; ella reina en el co­razón del gran kan como el gran kan reina sobre todos los tártaros. Id a decírselo inmediatamente a vuestro soberano; no perdáis ni un momento más en vanas súplicas.

La nieve ha cubierto la llanura un año y otro año y otro más. La noticia se ha esparcido rápidamente: Tchao Kium, «la perla del palacio de los Han», ha muerto entre los tártaros. Es una terrible noticia.
En el Imperio reina gran consterna­ción. Todo el mundo desea recuperar el cadáver y el emperador más que na­die. «El cuerpo de Tchao Kium tiene que reposar en la tierra que la vio na­cer», dicen los chinos.
La caravana de oro, perlas y jade cruza de nuevo la puerta de Jade para ir a pedir a cambio de tantas riquezas el cadáver de «la perla del palacio de los Han»...

Chan-yu está de pie entre sus gue­rreros. Su alta estatura le hace sobre­salir entre todos los demás; su cuerpo ágil y fuerte como el tigre de las mon­tañas parece el de un Inmortal; en su cara endurecida por el fragor de mil combates y curtida por todos los vien­tos puede leerse en este momento un salvaje dolor. Todo el dolor que un ser primitivo puede llegar a experimen­tar por la pérdida de lo que más ama en este mundo.
El jefe de la caravana está de nue­vo ante él, y el gran kan le habla otra vez:
-Dirás a tu señor que Chan-yu no venderá a su mujer, ni viva ni muerta; sus restos descansarán en el país en el que ella fue la reina.. En ese lugar amó y fue amada. Decid al emperador que Tchao Kium dormirá para siempre en el país de la hierba...

005. anonimo (china)

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