Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 15 de junio de 2012

El lobo madrugador

30. Cuento popular castellano

Éste era un lobo que estaba durmiendo en un barranco. Cuan­do amanecía, se despertó y empezó a estirarse, y le dio un chasqui­do el rabo.
-¡Vaya! -dice-. Hoy voy a tener buen día. Parece que me lo anuncia el rabo.
Se levantó y echó a andar carretera adelante. Se encontró a un pernil de tocino.
-¡Uy! -dice-. Esto no lo quiero, que tiene mucha grasa; y además, creo que hoy voy a tener donde elegir.
Siguió andando, andando... Se encontró a una yegua, con una mulina, que estaba comiendo en unos prados. Y se llegó a ella.
-¡Oye! -le dice-. Me tienes que dar a tu mulita, que tengo mucha hambre y hoy no he almorzado todavía.
-¡Hombre! -dice la yegua-. No quiero, que no tengo más que ésta.
-¡Sí, sí! -dice el lobo-. Me la tienes que dar, que ya se me están haciendo los dientes agua.
-Bueno -dice la yegua-, pues mira. Te la daré. Pero antes me tienes que sacar una espina que tengo en esta pata de atrás, que llevo tres días que no puedo andar.
-Bueno, mujer -le dice el lobo-. Te la sacaré.
Según se fue a poner a sacarle la espina, la yegua le extendió una coz en la cabeza que le dejó medio muerto. Entonces la ye­gua se fue corriendo a casa con su mulita.
Ya se espabiló el lobo y, como tenía mucha hambre, siguió andando a ver si encontraba comida. Se encontró a unos carneros que estaban paciendo.
-¡Vaya! -dice-. ¡Buen almuerzo! Se acercó a ellos y les dice:
-A ver a cuál de vosotros me voy a comer el primero.
-¡Hombre! ¡A ninguno! -le dicen-. Mira; nosotros no te hemos hecho nada. ¿Por qué nos vas a comer?
-Es que tengo un hambre de tres días -dice el lobo-. Y, a ver, a pensarlo pronto; a ver cuál va a ser.
-Bueno, pues mira -le dicen-. Ya que nos comes, nos vas a dejar antes partir este prado, que nos toca de nuestros abuelos. Tú te vas a poner aquí en medio, y nosotros nos pondremos uno a cada esquina del prado. El que llegue antes a ti, aquél se llevará la mejor parte.
-Bueno -dice el lobo-. Vamos a ver.
Se pone el lobo en medio. Llega un carnero por aquí, y otro por el otro lado, y le dieron tan fuerte topetazo que le dejaron medio muerto. Entonces echaron a correr, a correr, hasta que lle­garon a casa.
Ya se espabiló el lobo y marchó otra vez en busca de comida.
Se encontró a unas cabras que estaban comiendo en unos prados. Se acercó a ellas y les dice:
-¡Hale, prepararos, que os voy a comer, porque tengo mucha hambre y no hay derecho de que yo esté en ayunas!
-¡Hombre, por Dios! -le dicen-. No nos comas, que nos­otras no te hemos hecho nada.
-¡Sí, sí! ¡Prepararos! -les dice el lobo.
-Bueno, pues mira. Antes que nos comas, nos vas a dejar su­bir a aquellas piedras a cantar unas misas por nuestros difuntos, que nos lo dijeron a la hora de la muerte.
-Bueno, pues subir -les dice el lobo. Subieron las cabras y empezaron:
-¡Baaa!... ¡Baaa!...
Hasta que llegaron los pastores armaos con buenos garrotes y le dieron tal paliza al lobo que le dejaron medio muerto. Y se marcharon los pastores con sus cabras a casa.
El lobo tardó mucho de espabilarse; pero por fin se espabiló y siguió andando carretera adelante. Se encontró a una cerdita con cinco cerditos.
-¡Vaya! -dice el lobo-. De parte tarde he encontrado buen almuerzo.
Llegó allí y dijo a la cerdita:
-Despídete de tus hijos, que me les voy a comer a todos.
-Pero, ¡hombre! -le dice la cerdita-. ¿Por qué te los vas a comer, si no te hemos hecho nada? Déjalos, que son mis hijitos.
-¡Sí, sí! -dice el lobo-. ¿No ves que es muy buena comida y estoy sin almorzar, y está anocheciendo?
-Bueno, pues mira -le dice la cerdita-. Antes que te les co­mas, los vamos a bautizar. Ya que está aquí el río tan cerca, si­quiera que mueran santos. Tú te pones a la orilla del río, y yo te les voy alcanzando. Y tú les bautizas.
-Bueno mujer; te daré gusto -dice el lobo.
Se puso el lobo a la orilla del río y le dijo la cerdita:
-Acércate más al agua, que desde allí no vas a alcanzar.
Cuando estaba bien a la orilla del río, la cerdita le pegó un empujón y le tiró al agua. Y se fue con sus cerditos a casa. Al lobo le llevaba la corriente, y ya se veía ahogar. Pero por fin se pudo agarrar a unos juncos y salir del río. Ya se encontraba muy can­sao, y se tumbó a la sombra de una encina. Y, mirando al cielo, empezó a dar voces:
-¡Ay, Dios mío! ¡Quién le habrá hecho al lobo sacador de es­pinas, partidor de praos, cantador de misas, bautizador de gorri­nos! ¡Por qué no caerá un rayo del cielo y me matará!
Tan a tiempo estaba un hombre partiendo leña en la misma encina. Le tiró el hacha, le dio en la cabeza y le mató.

Pedraza, Segovia. Narrador LVII, 24 de marzo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

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