Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 10 de junio de 2012

El jorobado y las hadas


La historia del jorobado y las hadas -ses fades-, es casi un cuento. Un cuento cuyo argumento, como tantos otros en el archipiélago, no es propio de la tierra sino que, desde el continente, atravesando el mar, llegó a las islas para to­mar variadas formas en cada una de ellas, quedando incorpo­rado al folklore local y figurando, desde entonces, entre sus relatos fantásticos.
La versión ibicenca de la historia, es como sigue:
Vivía en Eivissa, cerca del Portal Nou, un humilde joro­bado, al que llamaremos Xumeu por colocarle un nombre más que familiar en las Pitiusas. Xumeu, además de pobre, estaba cargado de hijos y, como el fruto de su trabajo no le alcanzaba para mantener a la familia, salía, al atardecer, fuera de las murallas, a solicitar la caridad de los campe­sinos.
Un día, el hombre se alejó demasiado. Al volver á la villa, se encontró cerrado el Portal Nou, retirados los centinelas y sin posibilidad de entrar, hasta la mañana siguiente. Xumeu se resignó y, abrigándose como pudo, se recostó en el foso que rodeaba los muros, bajo el puente que lo cruzaba sobre el cerrado portón y se durmió.
Cuando el hombre disfrutaba de lo mejor de su sueño, le despertaron unos cantos, llegados de algún lugar inmediato. La ciudad sólo se adivinaba, en las tinieblas que lo envolvían todo y al jorobado no le parecieron hora ni sitio propicios para andar cantando alegremente. Xumeu había oído muchas historias de brujas y no le hacía ninguna ilusión verse con­vertido en protagonista de un aquelarre. Sin embargo, le pi­caba la curiosidad y decidió asomarse. A ver qué pasaba.
Por su suerte no eran brujas sino hadas, unas jovencísi­mas muchachas que, orladas de una misteriosa luz, canta­ban y bailaban alegremente. Xumeu las miraba, embobado, cuidando de no asomar más que lo imprescindible para ob­servar, sin ser visto.
Las muchachas -ses fades- entonaban ahora una nueva música, jugando a cantar los días de la semana:

Dilluns, dimarts
i dimecres: ¡tres!
Dijous, divendres
i...

Les fallaba algo. No recordaban el final y la cancioncilla quedaba inconclusa. Probaban de nuevo, una y otra vez, con igual resultado, hasta que Xumeu, sin poder contenerse, les gritó la solución, desde debajo del puente:

i dissabte: ¡sis!

Las hadas se pusieron la mar de contentas y corrieron en busca de su ocasional apuntador. Al pobre jorobado, que las veía venir hacia él, no le llegaba la camisa al cuello del susto que tenía y ya pensaba que mejor hubiera hecho en callar y permanecer oculto. Pero aquellas hadas eran casi unas niñas y no parecían abrigar intenciones malévolas.
Una de ellas, la que parecía llevar la voz cantante, le sacó de su escondrijo.
-¡Oh!, mirad -dijo a sus compañeras-. Si es un pobre jorobado. No tengas miedo, buen hombre. Nos has ayudado a recordar la canción y queremos premiarte: Per la fat i la fa que ma mare m'ha dat i ma germana m'ha encomanat.
El hada tocó con su varita la chepa de Xumeu y la hizo desapa-recer, como si la hubiera fundido. Mientras tanto otra, que andaba fisgoneando en el zurrón del hombre, sacó de él lo único que había: un mendrugo de pan y un pedazo de que­so, rancio y duro. Repitió la fórmula mágica y el zurrón se llenó de monedas de oro.
Cuando Xumeu terminó de restregarse los ojos, para com­probar que no estaba soñando, las hadas desaparecían a lo lejos, bailando y cantando su cancioncilla:

Dilluns, dimarts
i dimecres: ¡tres!
Dijous, divendres
i dissabte: ¡sis!

Pero, como todo cuento, tampoco en éste podía faltar la figura del «malo». En este caso, era un hermano de Xumeu, rico y avaricioso, que, al conocer la historia de las hadas del Portal Nou, decidió probar fortuna y, a la noche siguiente, le faltó tiempo para acurrucarse bajo el puente y esperar acontecimientos.
Puntualmente aparecieron las hadas y empezaron con sus bailes y sus canciones. El hombre estaba hecho un manojo de nervios hasta que, por fin, oyó cómo cantaban la de los días de la semana:

Dilluns, dimarts
i dimecres: ¡tres!
Dijous, divendres
i dissabte: ¡sisi!

-¡I diumenge set! -bramó el energúmeno, emergiendo del foso y sonriendo con suficiencia las hadas.
A ellas, sin embargo, no les hizo ninguna gracia la intro­misión. Aquel mamarracho, además de aguarles la fiesta con su presencia, les había desbaratado el estribillo de su can­ción predilecta. Al hombre le cayó encima una lluvia de cos­corrones hasta que, una de ellas, al conjuro de aquellas ex­trañas palabras, tocó su espalda con la varita y le pegó en ella la joroba de Xumeu que andaba, todavía, tirada por allí cerca.

* * *

La variante mallorquina de esta historia es, básicamente, igual en su trama.
Las hadas, en Mallorca, no son hadas sino brujas que or­ganizaban sus aquelarres en la cueva que una de ellas, Na Joana, habitaba en la falda de Bellver, cerca de La Bonanova. Las brujas, entre otras cosas, cantaban también la canción de los días de la semana, con la particularidad de que ellas la sabían entera.
Un día, acertó a pasar por allí un niño jorobado que, sin demos-trar el menor miedo a las brujas, seguía con atención sus canciones y bailes. Na Joana le invitó a cantar con ellas y, como el muchacho repitiera la canción sin equivocarse, al final, como premio, le quitaron su joroba.
Al conocerse la noticia, una mujer que vivía cerca de allí y que tenía, también, un hijo jorobado, quiso probar fortuna. Tanto ella como su hijo eran personas hurañas, de no dema­siados buenos sentimientos y con fama de querer destacar siempre sobre los demás.
El muchacho llegó a la cueva, bailó con las brujas, cantó con ellas la famosa canción y, al final, cuando terminaron con el dissabte ¡sis!, añadió muy ufano:
-I diumenge, ¡set!
Nombrar allí el domingo -palabra prohibidísima como todo cuanto guardara la menor relación con las cosas sagra­das- y organizarse una descomunal algarabía de gritos, im­precaciones, blasfemias y maldiciones, fue cosa de segundos. Las brujas salieron disparadas, cada una por su lado, mon­tadas en sus escobas. Na Joana tomó por su cuenta al sa­biondo, le colocó en el pecho una nueva joroba, como la que lucía en la espalda y lo despidió a patadas de su cueva.
Todavía hoy, Sa Cova de Na Joana y su legendaria histo­ria son conocidas, sobre todo por los antiguos vecinos de La Bonanova.

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. Anónimo (balear-eivissa)

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