Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 1 de junio de 2012

El hombre del saco


Anónimo
(españa)

Cuento

Había un matrimonio que tenía tres hijas y como las tres eran buenas y trabajadoras les regalaron un anillo de oro a cada una para que lo lucieran como una prenda. Y un buen día, las tres hermanas se reunieron con sus amigas y, pensando qué hacer, se dijeron unas a otras:
-Pues hoy vamos a ir a la fuente.
Que era una fuente que quedaba a las afueras del pueblo.
Entonces la más pequeña de las hermanas, que era cojita, le preguntó a su madre si podía ir a la fuente con las demás; y le dijo la madre:
-No hija mía, no vaya a ser que venga el hombre del saco y, como eres cojita, te alcance y te agarre.
Pero la niña insistió tanto que al fin su madre le dijo:
-Bueno, pues anda, vete con ellas.
Y allá se fueron todas. La cojita llevó además un cesto de ropa para lavar y al ponerse a lavar se quitó el anillo y lo dejó en una piedra. En esto, que estaban alegremente jugando en torno a la fuente cuando, de pronto, vieron venir al hombre del saco y se dijeron unas a otras:
-Corramos, por Dios, que ahí viene el hombre del saco para llevarnos a todas -y salieron corriendo a todo correr.
La cojita también corría con ellas, pero como era cojita se fue retrasando; y todavía corría para alcanzarlas cuando se acordó de que se había dejado su anillo en la fuente. Entonces miró para atrás y, como no veía al hombre del saco, volvió a recuperar su anillo; buscó la piedra, pero el anillo ya no estaba en ella y empezó a mirar por aquí y por allá por ver si había caído en alguna parte.
Entonces apareció junto a la fuente un viejo que no había visto nunca antes y le dijo la cojita:
-¿Ha visto usted por aquí un anillo de oro?
Y el viejo le contestó:
-Sí, que en el fondo de este costal está y ahí lo has de encontrar.
Conque la cojita se metió en el costal a buscarlo sin sospechar nada y el viejo, que era el hombre del saco, en cuanto ella se metió dentro cerró el costal, se lo echó a las espaldas con la niña guardada y se marchó camino adelante, pero en vez de ir hacia el pueblo de la niña, tomó otro camino y se marchó a un pueblo distinto. E iba el viejo de lugar en lugar buscándose la vida, así que por el camino le dijo a la niña:
-Cuando yo te diga: «Canta, saco, o te doy un so papo», tienes que cantar dentro del saco.
Y ella contestó que bueno, que lo haría así.
Y fueron de pueblo en pueblo y allí donde iban el viejo reunía a los vecinos y decía:
-Canta, saco, o te doy un sopapo.
Y la niña cantaba desde el saco:

-Por un anillo de oro
que en la fuente me dejé
estoy metida en el saco
y en el saco moriré.

Y el saco que cantaba era la admiración de la gente y le echaban monedas o le daban comida.
En esto que el viejo llegó con su carga a una casa donde era conocida la niña y él no lo sabía; y, como de costumbre, posó el saco en el suelo delante de la concurrencia y dijo:
-Canta, saco, o te doy un sopapo.
Y la niña cantó:

-Por un anillo de oro
que en la fuente me dejé
estoy metida en el saco
y en el saco moriré.

Así que oyeron en la casa la voz de la niña, corrieron a llamar a sus hermanas y éstas vinieron y conocieron la voz y entonces le dijeron al viejo que ellas le daban posada aquella noche en la casa de sus padres; y el viejo, pensando en cenar de balde y dormir en cama, se fue con ellas.
Conque llegó el viejo a la casa y le pusieron la cena, pero no había vino en la casa y le dijeron al viejo:
-Ahí al lado hay una taberna donde venden buen vino; si usted nos hace el favor, vaya a comprar el vino con este dinero que le damos mientras terminamos de preparar la cena.
Y el viejo, que vio las monedas, se apresuró a ir por el vino pensando en la buena limosna que recibiría.
Cuando el viejo se fue, los padres sacaron a la niña del saco, que les contó todo lo que le había sucedido, y luego la guardaron en la habitación de las hermanas para que el viejo no la viera. Y, después, cogieron un perro y un gato y los metieron en el saco en lugar de la niña.
Al poco rato volvió el viejo, que comió y bebió y después se acostó. Al día siguiente el viejo se levantó, tomó su limosna y salió camino de otro pueblo.
Cuando llegó al otro pueblo, reunió a la gente y anunció como de costumbre que llevaba consigo un saco que cantaba y, lo mismo que otras voces, se formó un corro de gente y recogió unas monedas, y luego dijo:
-Canta, saco, o te doy un sopapo.
Más hete aquí que el saco no cantaba y el viejo insistió:
-Canta, saco, o te doy un sopapo.
Y el saco seguía sin cantar y ya la gente empezaba a reírse de él y también a amenazarle.
Por tercera vez insistió el viejo, que ya estaba más que escamado y pensando hacer un buen escarmiento con la cojita si ésta no abría la boca:
-¡Canta, saco, o te doy un sopapo!
Y el saco no cantó.
Así que el viejo, furioso, la emprendió a golpes y patadas con el saco para que cantase, pero sucedió que, al sentir los golpes, el gato y el perro se enfurecieron, maullando y ladrando, y el viejo abrió el saco para ver qué era lo que pasaba y entonces el perro y el gato saltaron fuera del saco. Y el perro le dio un mordisco en las narices que se las arrancó y el gato le llenó la cara de arañazos y la gente del pueblo, pensando que se había querido burlar de ellos, le midieron las costillas con palos y varas y salió tan magullado que todavía hoy le andan curando.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. 

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