Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 11 de junio de 2012

El espadachín


Era un diestro y sagaz espadachín, sin duda uno de los más hábiles del reino. Por una cuestión de honor había retado a otro espadachín. Iban a cele­brar un duelo a muerte, al amanecer del día siguien­te. Nadie, por supuesto, dudaba de su victoria. En una y mil ocasiones había demostrado su incompara­ble destreza. Tanta sangre había provocado su sable que podría llenarse con ella un profundo estanque.
Tenía plena confianza en sí mismo y sabía que domi­naba como nadie el arte de la esgrima. Tenía una óptima preparación fisica y una atención perfecta­mente controlada. En el momento de batirse jamás dudaba; ningún pensamiento le distraía. Así, sus re­flejos eran veloces como el relámpago y su brazo se movía como la más flexible de las serpientes.
Durante toda la jornada estuvo entrenándose. Apenas ingirió alimento, para mantener el ánimo pres­to y el cerebro lúcido. Anochecía cuando se dispuso a conciliar el sueño, para estar descansado y fresco al amanecer. Durmió profundamente. Eran muchos años de autodisciplina. Como ni siquiera entraba en sus cálculos poder perder en la liza, nada podía robarle el sueño.
Despuntaba el día. Con los primeros rayos del sol, saltó el espadachín de su lecho, realizó algunos ejerci­tamientos fisicos y se aseó con pasmosa serenidad. Luego comprobó el filo de su sable, como si se tratara de un rito imprescindible. Sonrió. ¡Estaba tan seguro de sí mismo!
El insuperable espadachín llegó antes de la hora marcada al lugar en el que iba a celebrarse el duelo. Era en una apacible esplanada, surcada por un río. En sus aguas claras y frías enjugó su rostro. Sintió el pulso sereno en sus venas. Era un duelo más, uno de tantos a lo largo de muchos años. ¡Qué firmeza la suya, qué temple, qué imperturbada serenidad!
Llegó su adversario al lugar señalado para el duelo. Ambos contendientes se dispusieron para la lucha. Estaban frente a frente, el sable en las manos, observándose con mucho detenimiento. De repente, de forma inesperada, el espadachín más victorioso del reino dudó: «¿Y si me cortara la cabeza?» Y en ese mismo instante su cabeza le fue rebanada y rodó por los suelos.

El Maestro dice: Así es la mente: amiga o enemiga. Aplícate a su doma, porque en cualquier momen­to puede fallarte. La mente que ata es la mente que li­bera. La mente que te conduce al cielo te puede condu­cir al infierno. Pierdes la concentración como el espa­dachín, y pierdes la cabeza.

Fuente: Ramiro Calle

004. anonimo (india)


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