Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 1 de junio de 2012

El enano y el pastor


El enano y el pastor
Anónimo
(españa)

Cuento

Un pastor iba en busca de su ganado por la ladera de un monte cuando, en mitad del sendero, se encontró con un zurrón desgastado y medio roto ya. Lo vio y dudó en cogerlo, de lo viejo que estaba, pero al final pensó que al me­nos le valdría para remendar otro. Y cuando se lo colgó al hombro escuchó estas palabras, que salían del zurrón:

‑Conmigo cargaste
y la suerte voy a darte.

El pastor se quedó boquiabierto al oírlo y, como aquellas palabras no po­dían venir más que del zurrón, lo abrió con tiento y con miedo a ver qué ha­bía. Y lo que encontró fue a un enano tan pequeño como una panocha de maíz, vestido con una capa roja y un sombrerete verde.
El enano y el pastor se hicieron amigos en seguida y el enano, que estaba muy agradecido al pastor, le hacía muchos favores e iban a todas partes juntos. Así, cuando el pastor tenía sed, el enano se bajaba del bolsillo del chaleco ‑que era donde prefería que el pastor lo llevara‑, arañaba una roca y en un momento salía un agua clara y fresca que daba gusto beberla. Y cuando el pastor estaba triste, sacaba una flautita de debajo de la capa y le tocaba bonitas canciones. Y si un día al pastor le venía en gana pasarse el día durmiendo, el enano le cuidaba el ganado. Y además, avisaba al pastor cuando se avecinaba una tormenta, o cuando iba a hacer buen tiempo, y le decía dónde estaban los mejores pastos para el rebaño. Y tenía una piedra negra que era infalible: cada vez que la lanzaba contra cuervos, zorros, raposas... todos caían fulminados.
Así estuvieron juntos mucho tiempo. Hasta que un día el enano le dijo al pastor que había perdido sus poderes mágicos, que ya no podía sacar agua de una peña, ni avisar de las tormentas, ni advertir del buen tiempo.
El pastor le dijo que no se preocupase, que seguían tan amigos. Y fue el pastor el que se ocupó desde entonces de cantar canciones al enano, de buscarle abrigo del frío y aliviarle del calor, también le buscaba sus setas preferidas; en fin, que se ocupó de él lo mismo con poderes que sin poderes, porque el pastor era una buena persona.
Un día en que venía de vuelta con el ganado echó a faltar dos ovejas y no las veía por ninguna parte. Con este pesar se fue para el pueblo y cuando estaba por llegar, echó en falta también al enano. Volvió entonces a rehacer el camino, por ver dónde se le pudo haber caído del bolsillo y, en esto, vio venir a lo lejos a las dos ovejas y al enano delante tocando la flauta y bien contento. Al llegar junto a él, el enano le dijo al pastor que no había perdido ninguno de sus poderes, que sólo se lo había dicho para probar su agradecimiento.
El pastor se puso también muy contento y así continuó su vida como hasta entonces.
Hasta que una tarde, cuando seguían al rebaño, el enano le dijo al pastor que lo subiera a su hombro. El enano se agarró a la oreja para ir bien seguro y, en seguida, empezó a decirle:
‑Como eres un buen hombre, voy a contarte una cosa. Allá al otro lado de esta colina hay un bosque frondoso que si se interna uno en él por unas peñas que hay, encuentra la cueva de un ojáncano. En esa cueva tiene el ojáncano prisionera a una princesa de la que estaba tan enamorado que la raptó un día cuando la princesa iba de caza. Así que la tiene bien escondida en el fondo de la cueva, pero yo sé que quien la libere conseguirá muchas riquezas.
‑Pero ‑dijo el pastor‑ eso es imposible, porque un hombre no puede matar a un ojáncano.
‑Eso es verdad ‑dijo el enano‑ pero yo te ayudaré con mi piedra negra, que es infalible.
Nada más decir esto, vino un cuervo, cogió la piedra negra que el enano tenía en su mano y echó a volar a toda prisa.
El enano se desgañitó y se desesperó, porque sólo tenía aquella piedra y ya no podría matar al ojáncano y ayudar a su amigo a conseguir las riquezas. Y dijo el pastor:
‑No se preocupe usted, que a mí lo mismo me da ser rico que, pobre; lo siento por la pobre princesa, que no puede salir de la cueva, así que, a pesar de todo, yo voy a ver si me las ingenio para librarla del ojáncano.
Así pues, al día siguiente se fueron los dos hasta la cueva del ojáncano.
Se apostaron cerca de ella, en unos matorra-les, y el pastor comenzó a imitar el graznido de los cuervos. Al poco salió el ojáncano a ver qué noticias le traía aquel cuervo que graznaba, pues los cuervos eran los que le contaban todo lo que sucedía por ahí.
Como no vio al cuervo empezó a mirar alrededor y a alejarse un poco de la cueva; entonces el pastor le dijo al enano que siguiera dando graznidos escondido por ahí para atraer al ojáncano y que, mientras, él entraría en la cueva a rescatar a la princesa. Y cuando la hubiera sacado de allí, él daría un silbido fuerte para advertirle que ya estaba.
Así lo hicieron, y mientras el pastor se arrastraba hasta la cueva, el enano iba de un matorral a otro imitando el graznido de los cuervos y el ojáncano estaba furioso porque no encontraba al cuervo.
Entonces el pastor llegó hasta el fondo de la cueva y rescató a la princesa. Cuando salía de la cueva, vio que había una gran piedra que debía servirle de mesa al ojáncano y encima de ella estaba la piedrecilla negra del enano, conque la cogió y se la metió en el bolsillo. Luego, salieron afuera y se escondieron y el pastor lanzó un silbido fuerte, como había dicho, para avisar que ya tenía a la princesa y podían escapar.
Pero, nada más dar el silbido, el pastor escuchó unos gritos desgarradores que venían de los matorrales donde había estado escondido con el enano. Y era que el ojáncano había dado con el lugar donde graznaba el enano y lo había cogido.
El pastor echó a correr como una liebre hacia el sitio donde estaba su amigo y al llegar vio que el ojáncano lo tenía en una mano para estrellarlo contra una peña. Entonces el pastor le tiró la piedrecilla negra y, como la piedra era infalible, le dio al ojáncano en la cabeza y allí mismo cayó muerto.
Entonces el pastor llevó a la princesa a su palacio y la princesa, agradecida, se casó con él. Y el enano, aunque a veces se quedaba en el bosque, otras veces iba a pasar una temporada con ellos y les seguía otorgando los mismos favores que siempre diera al pastor.




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