Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 10 de junio de 2012

El «comte mal»

Aquella noche, como tantas otras en el predio Galatzó, en la falda del puig del mismo nombre -la montaña mallorquina tradicionalmente embrujada- se recortaba un rectángulo de luz en la ventana del caserón. Fuera, la noche era cerrada y el silen­cio que envolvía aquellos parajes, era roto a veces por el canto de una lechuza o desgarrado por el aullido de un perro insomne y vi­gilante. Un viento helado bajaba ululando, sacudiendo las cabe­lleras de las pinos y huyendo por el valle, seguido de sí mismo, monótono, como una inacabable procesión de alocados espíritus.
La mujer, sentada frente al fuego de la chimenea, no se so­bre-saltó al sentir en su espalda aquél hálito, frío como la muerte, ni la voz del aparecido que, como otras veces penetrando a través de las rendijas de las cerradas puertas, venía de nuevo a buscar junto a ella un instante de sosiego. Errabundo jinete en su caba­llo verde envuelto en espantosas llamaradas, el espectro del caba­llero vagaba por aquellas tierras que, años atrás, fueran objeto de su despótica tiranía.
Entre la mujer y el espíritu, se entabló, como tantas otras noches, un patético diálogo:

-Què vetlau tota soleta, muller lleial?
-Què vetlau tota soleta, món desigual?
-Jo no vetl tota soleta, ai, mon Déu val!
-Qui teniu per companyia, muller lleial?...
-Déu i la Verge María, mon Comte Mal...
-On teniu les vostres filles, muller lleial?...
-Dins l'estudi son qui dormen mon Comte Mal.
-Les me voleu deixar veure, muller lleial?
-Vós les me retgirarieu mon Comte Mal...
-Amb qué les retgiraría, muller lleial?
-Amb les flamades de foc; mon Comte Mal...
-Què es lo que duis en els ulls, mon Comte Mal?
-Males coses que he mirades, muller lleial...
-Què es lo que, duis en el nas, mon Comte Mal?
-Males coses que he olorades, muller lleial...
-Què duis vos a les orelles, mon Comte Mal?
-Males coses que he sentides, muller lleial...
-Què es lo que duis en el cap, mon Comte Mal?
-Mals pensaments que he tenguts, muller lleial...
-Què es lo duis als jonolls, mon Comte Mal?
-Mal ajonollat que he estat, muller lleial...
-Què es lo que duis en els peus, mon Comte Mal?
-Males pases que he donades, muller lleial...
-Jo sent rénou de cadenes, mon Comte Mal...
-Això son els meus cavalls, muller lleial...
-Los voleu donar civada, mon Comte Mal?
-Els no viuen de civada, muller lleial...
-Em voleu dir de que viuen, mon Comte Mal?
-D'animetes comdemnades, muller lleial...
-El gall canta i no te'n vas, mal esperit?
-El gall canta i no t'en,vas? ¡Ja es mitja nit!
-Digau per on he d'eixir, muller lleial...
-Per allà on sou entrat, mon Comte Mal...
-Per les juntes de les portes, muller lleial?
-Per les juntes de les portes, món desigual!

Y picando espuelas a su flamígera cabalgadura, el Conde sa­lió del aposento y se alejó, montaña arriba, prosiguiendo su ga­lopada. Un tenue soplo estremeció las llamas en el hogar y la esposa siguió bordando de nuevo mientras una lágrima resbalaba lentamente por su mejilla.
El perro se había dormido y la noche era, al fin, tranquila y salpicada de sones de esquilas.

* * *
Henos aquí de nuevo ante, otra leyenda llegada hasta noso­tros por vía etiológica. No es propiamente mallorquina su temá­tica que se ha querido vincular a un Comte Arnau, catalán des­pótico y malvado, cuya existencia en Cataluña resulta ser, tam­bién, un enigma. La canción, el romance que hemos reproducido, fruto de la imaginación popular puede muy bien ser, al revés que en otros casos, el origen de la leyenda que, como era de esperar, saltó pronto a la Isla encarnándose en un personaje que parecía estar hecho a la medida para encajar completamente en ella.
Don Ramón Zaforteza heredó de su padre sin haber cumplido aún los veinte años, entre otros atributos y dignidades, el Con­dado de Santa María de Formiguera y la Cruz de Calatrava. Los señores, con jurisdicción civil y criminal sobre sus súbditos usque ad efussionem sanguinis estaban ya en franca decadencia ante las reivindicaciones, cada vez mayores, del pueblo cansado de sopor­tar sobre sus espaldas las cargas del señor y del rey. El joven Con­de recibió además la herencia de un largo pleito, instado por los vecinos de la villa de Santa Margarita, contra el arbitrario despo­tismo que desde tiempo inmemorial pesaba sobre ellos.
Tener que renunciar a las prerrogativas que su condición de señor le confería sobre sus vasallos, no fue aceptado de buen grado por el joven noble, decidido a mantener por la fuerza sus derechos, desde el más humilde tributo en dinero o especie a la administración suprema de la justicia, disponiendo a su criterio en la vida y la muerte de los habitantes de sus dominios.
Para desgracia del Conde, el jurado de Santa Margarita al que mandó arcabucear alevosamente en una calleja de Palma, era familiar el Santo Oficio. Jaime Calafat, representando los intere­ses de sus convecinos, seguía contra el noble el desarrollo del pleito que debía llevarle a obtener más libertades para su pueblo, cuando el Conde con algunos asalariados le acribillaron a traición. Antes de morir, Calafat pudo revelar la identidad de sus agresores y la situación se torno más comprometida para el de Formiguera al tomar la Inquisición cartas de naturaleza en un nuevo proceso contra él. Luego de andar huido unas semanas por lo más inhós­pito de sus dominios, acabó entregándose voluntariamente en ma­nos de la justicia.
No era fácil juzgar a un cruzado de Calatrava por procedi­mientos ordinarios si éste reclamaba un veredicto del Consejo de Ordenes al que su condición le daba derecho. En tanto se diri­mían en la corte las pretensiones del Santo Oficio y de las órde­nes de caballería que intentaban substanciar para sí el proceso del cruzado, éste se hallaba bajo arresto domiciliario en su pro­pia casa de Palma donde una tarde, con todo el esplendor de su rango, contrajo matrimonio con la joven Francisca Sureda y To­más con la que se hallaba prometido desde hacía tiempo. Pero la felicidad de los jóvenes desposados no tuvo apenas tiempo de co­menzar; a la mañana siguiente, una orden del rey mandaba ir preso a Madrid al Conde de Formiguera que permaneció encar­celado en la Corte hasta obtener la libertad mediante el pago de una cuantiosa fianza.
Perdidas sus prerrogativas pero acrecentado su juicio con la madurez de los años, el Conde se dedicó a servir a la corona con toda la entrega de que fue capaz. Sufragó parte de los reales gas­tos, mantuvo ejércitos a su cargo y combatió, siempre con denue­do y arrojo al frente de sus tropas. Su actuación y lo desinteresa­do de sus servicios, le valieron ser distinguido con el cargo de Procurador Real de Mallorca a donde regresó treinta y dos años después de su primera partida y casado en segundas nupcias con la baronesa de Ampurias.
Alguien asegura que nuestro Conde, que se había ganado en sus años mozos el calificativo de Mal, se hizo nuevamente acreedor a tal epíteto cuando, investido ahora con la autoridad real, bus­có a los instigadores de su inicial infortunio y tomó cumplida venganza de ellos por los más diversos conductos.
El romance, el conmovedor e ingénuo diálogo que mantiene el Comte Mal con su viuda en la noche de Galatzó y que hemos reproducido al principio de esta historia, adjudica al personaje una existencia azarosa y un tanto atormentada. Los versos pueden equivocarse y de hecho lo hacen cuando por boca de la aparición, expresan el deseo de ver a las hijas; el Comte Mal no tuvo des­cen-dencia de ninguno de sus dos matrimonios.
Si el lector pasa por Santa Margarita durante la celebración de sus fiestas patronales, podrá observar en Es Cos, donde se co­rren las típicas carreras de cintas, sacos o pedestres, junto al sitio reservado a la presidencia, una silla y una mesa vacías esperando a alguien que no se sienta jamás en ellas. Eran las del Comte Mal y hoy son del Conde de Formiguera, que sin haber renunciado a este. privilegio, prefiere no hacer uso de él.

Fuentes:
El Comte Mal, poema en dotze cants (Guillem Colom).
La Cruz de Calatrava o el Conde Malo (manuscrito anónimo. Palma, 1839).

Agradecimiento:
D. Vicente Ferrer de Sant Jordi, Conde de Santa María de Formiguera.

092. Anonimo (balear-mallorca-calviá)

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