Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 14 de junio de 2012

El avaro y el jornalero


201. Cuento popular castellano

Había en un pueblo un propietario muy rico, y a su orilla vivía un pobre jornalero. Y el rico propietario era un avaro. Un día el jornalero, para dar pan a sus hijos, se atrevió a ir a en ca el rico a pedirle un saco de trigo. El rico le dijo que estaba vien­do su muerte llegar y que si el jornalero se ofrecía a velarle el cadáver, cuando muriera, las tres noches seguidas, con una luz encendida, que no le quería nada por el saco de trigo. El jorna­lero se lo promeitó, y el rico le entregó el saco de trigo.
Al poco tiempo se murió el avaro, y el jornalero no olvidó su promesa. La primera noche se acercó a la sepultura del rico, con su luz, y estuvo velándole. Pasó la noche y al día siguiente le pre­guntó su mujer:
-¿Qué tal has pasado la noche?
-Mal -respondió el jornalero. No he podido descansar de miedo.
Llegó la segunda noche, y el jornalero fue otra vez al cemen­terio con su luz a velar al rico. La pasó igual.
Llegó la tercera noche, y se acercó otra vez al cementerio. Y estando él velando el cadáver, se presentó una tormenta y le dio mucho miedo. En esto tocan a la puerta, y pregunta el jor­nalero:
-¿Quién es?
-Soy un soldado de caballería, que vengo licenciado para mi pueblo y he perdido el camino y no encuentro donde alojarme. Y, de que he visto esta luz, me he acercado.
El jornalero le mandó pasar, y el soldado entró. Y arrimados los dos a la tumba del avaro, con la luz, le preguntó el soldado al jornalero:
-¿Es usted el sepulturero de este cementerio?
-No, señor -le respondió el jornalero. Le voy a explicar la promesa que estoy cumpliendo. Yo soy un pobre jornalero de este pueblo. Un día no tenía pan que dar a mis hijos y, viéndome con esa necesidad, me atreví a ir a en cá un rico del pueblo -que es el cadáver que estoy velando- y le pedí un saco de trigo, y él me dijo que estaba viendo su muerte llegar, y que si me ofrecía a velarle las tres noches seguidas a darle tierra a su cadáver, con una luz, no me quería nada por el saco de trigo. Y yo le dije que cumpliría la promesa. Ya llevo dos noches pasándolas mal y esta noche, con la tormenta, lo hubiera pasado peor.
Entonces le dice el soldado:
-Pues, ya pasaremos la noche en compañía, y si algo bueno o malo nos ocurre, lo compartiremos.
En esto están en su conversación, cuando se presenta a la tumba una figura, un diablo, que no se le conocen más que pies y cabeza, y se acerca a levantar el cadáver. Y le dice el soldado:
-Si se acerca usted a la sepultura, le hago pedazos con mi sable.
Y responde el diablo:
-Soy un diablo que vengo mandado por Satanás para llevar a este señor.
Y el soldado le dice:
-Usted no se lleva el cadáver si no me llena esta bota de montar de oro.
¡Cumpliré con ello! -dijo el diablo.
Se quitó la bota el soldado, le arrancó la suela y la colgó en un árbol. Llega el diablo sudando con su saco de oro, le desocupa en la bota, y, como esta rota por abajo, no le quedó nada en la bota. Se marcha el diablo por más oro, y, después de tardar bas­tante, vuelve con otro saco. Le desocupa en la bota, y ya pegaba el montón de oro en la bota; pero el soldado, con el pie, ladeó un poco el montón, y no se llenó la bota. Entonces el soldado le dice al diablo:
-Estás riéndote de nosotros. ¡O me llenas la bota de oro, o saco mi sable y te hago pedazos!
-Poco puede ser lo que me falta -dice el diablo-. Voy por ello.
Después de tardar mucho, viene con el saco de oro. Pero en esto que viene el alba, y al esclarecer el día el diablo no pudo acontinuar llenando la bota y desapareció. Como todo el oro que­daba allí, el soldado le dice al jornalero:
-Yo soy hijo de labradores, y tienen mis padres pan que darme. Sólo me voy a llenar los bolsillos de oro; lo demás te se queda para ti.
El jornalero va a su casa con bastante oro, y la mujer y los hijos se asustan al ver tanto oro. Él continuó llevando oro a casa hasta llenar una arqueta, y, viéndose ya con tanto oro, se hizo con las haciendas del avaro y con otras mayores, y llegó a ser el propietario más rico del pueblo.

Arahuetes, Segovia. Narrador VIII, 26 de marzo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. anonimo (castilla y leon)

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