Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 10 de junio de 2012

El acueducto de segovia, puente del diablo

Ésta es la leyenda que aún cuentan las viejas sentadas al sol en la plaza del Azoguejo. En esa misma plaza, en tiempos muy remotos, cuando no existía aún el acueducto, se alzaba la mansión de un poderoso guerrero. De la servidumbre de ese noble señor formaba parte una apuesta moza, que fue empleada por el mayordomo para acarrear el agua necesaria desde una fuente, para ir a la cual había de descender a la plaza y volver a subir otro tanto. Un día, en que la población celebrara una de sus principales fiestas, después de haber hecho muchos viajes llevando cántaros, la muchacha se disponía a dejar la ropa vieja por las galas de fiesta y marchar pon sus amigas a la alegre diversión, cuando recibió orden de seguir trayendo más agua. Desesperada, volvió con el cántaro a cuestas a subir y a bajar, hasta que, sentándose a descansar y respirando fatigada, pensó en la dureza de su tra­bajo y sintió una envidia atroz hacia sus amigas, que, libres de toda ocupación, bailarían alegres en aquellos momentos. La tarde había sido hermosa, y el sol, al ocultarse, había teñido de fuertes tonos las enormes nubes viajeras. Cuando hubo descansado la muchacha, pensando de nuevo en la agotadora tarea que la esperaba, dijo con ira:
-¡Daría el alma al Diablo si me trajese el agua hasta el Azoguejo!
Antes de incorporarse para seguir, notó el con­tacto de una mano y oyó una voz que le decía:
-¡Donde tú desees tendrás el agua!
Volvióse sorprendida y encontró a un caballero vestido con un ajustado traje de color púrpura, una pluma de gallo en el sombrero y botas altas que ocultaban mal la deformidad de sus pies.
-Sí, hermosa doncella -continuó el extraño caballero-, puedo cumplir tus deseos, si tú accedes a los míos. Y cuenta con que te ahorraré para siem­pre ese trabajo que tanto te hace padecer. Yo todo lo puedo.
-Pero -contestó temblando la muchacha­- ¿sois el Diablo, o sois sencilla-mente un bromista? Id, id, pues, a la fiesta y no os burléis de una pobre sirvienta.
De nuevo se inclinó el caballero y dijo, mirando a la moza, que ya sentía desvanecer sus sentidos:
-El Diablo soy, y puedo traerte el agua, si tú a cambio me das tu alma. Yo puedo hacerlo, y lo verás si aceptas.
-Acepto -decidió la moza-. Mas ha de ser pronto. Mira: aún hay en el horizonte el rastro del sol, que se ha puesto. Antes de que vuelva a salir, ha de estar cumplida tu obra. Si no es así, mi alma quedará libre de tu poder.
-Acepto a mi vez -dijo el Diablo, sin reparar en la magnitud de lo que prometía, y sacando un per­gamino ya escrito y una pluma, se los ofreció para que firmara. Y en seguida desapareció.
Ya era de noche cuando estalló una terrible tor­menta. De la sierra venían torbellinos de nieve y viento que batían las casas atemo-rizando con su ulular a los buenos segovianos. En el aire se alza­ban legiones de demonios que venían a ayudar a su señor a cumplir el pacto. Unos golpeaban tallando las piedras. Y sus martillos despedían chispas que .parecían relámpagos. Otros cavaban afanosamente el cauce para que el agua llegase desde la sierra. Y el golpe de sus azadas resonaba como un trueno. Los más hábiles subían la piedra a toda prisa, con exactitud y sin necesidad de emplear cal ni mor­tero.
Y así pasaba el tiempo y se iba elevando en la plaza del Azoguejo el maravilloso acueducto. Mas a pesar de las fuerzas mágicas de los diablos, pasa­ba y pasaba el tiempo. Ya habían cantado los gallos primos, ya había silbado muchas veces la coruja desde las torres vecinas. Ya las cabrillas se inclinaban para señalar la proximidad del día. Y se ponían entre sordos gritos de victoria las últimas piedras. Y el mismo Satanás, queriendo coronar por su mano la ingente obra, tomó el último canto y, al ir a colocarlo, un gallo cantó con agudo cacareo; una suave claridad apareció en el horizon­te, y de pronto un rayo de sol surgió sobre las cres­tas nevadas de la sierra y llenó de luz el aire, ilumi­nando la enorme construcción. Y el Diablo, al ver­se vencido después de tan terribles esfuerzos, se hundió en la tierra, y con él desaparecieron, como por arte de encantamiento, aquellas animosas bri­gadas de obreros diabólicos, que bajaron confundi­dos a las mansiones de las tinieblas.
Ya entrada la mañana, cuando los primeros veci­nos abrieron las puertas y contemplaron el acue­ducto, quedaron mudos de sorpresa. Pronto se extendió la noticia por la ciudad, y todos los sego­vianos acudieron a contemplar la maravilla. Y nadie podía explicarse cómo surgiera, hasta que la moza, que había pasado la noche en oración, acu­dió, trémula y espantada a confesar al regidor có­mo fuera. Y desde entonces llaman al acueducto «el puente del Diablo».

058 anonimo (castilla y leon)


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