Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 24 de mayo de 2012

Los socios

El Oso, el Lobo y el Zorro construyeron sus respectivas casas a muy corta distancia una de otra. Y el Lobo y el Zorro decidieron cons­tituir una sociedad.
-Lo primero que debiéramos hacer -dijo Pekka, el Lobo, es hacer un claro en el bos­que y sembrar algunas semillas.
Mikko, el Zorro, estuvo de acuerdo con la proposición, y al día siguiente ambos empe­zaron a trabajar. Los dos tenían una jarrita con cierta cantidad de mantequilla para la comida y las dejaron casi sumergidas en la fresca agua de la fuente del bosque y a corta distancia del lugar en que se disponían a tra­bajar.
Como la faena de cortar árboles era muy dura, el Zorro se cansó muy en breve y, va­liéndose de una excusa, se alejó. Al regresar, dijo al Lobo:
-Mira, Pekka, los habitantes de la gran­ja tienen bautizo y me han invitado.
-Es una lástima, porque hoy tenemos mucho trabajo -contestó el Lobo.
-A pesar de todo, he de asistir -insistió el Zorro. Han sido siempre muy buenos ve­cinos y se ofenderían si no fuese.
-Bien, en tal caso, vete -contestó el Lobo. Pero vuelve cuanto antes, porque te­nemos mucho que hacer.
Alejóse el Zorro, pero no más allá de la fuente donde habían dejado la mantequilla. Tomó la jarrita perteneciente al Lobo, lamió la capa superior de la mantequilla y, al poco rato, volvió al claro.
-Qué, ¿ya ha terminado el bautizo, Mik­ko? -preguntó el Lobo.
-Sí.
-¿Y qué nombre han dado al niño?
-Capa superior.
-¡Vaya un nombre raro!
A los pocos minutos el Zorro se alejó y volvió diciendo que había otro bautizo en la granja y que también lo habían invitado.
-¿Otro bautizo? -exclamó el Lobo, asombrado.
-Sí, parece que ha nacido otro niño.
De mala gana el Lobo dió su consentimien­to y el Zorro se alejó. Dirigióse a la fuente y se comió una buena parte de la mantequi­lla perteneciente al Lobo. Hecho esto regresó al lado de su socio.
-Bueno, ¿y qué nombre le han puesto al segundo chico? -preguntó el Lobo.
-A éste le han llamado Medio.
-¿Medio? ¡Vaya nombre raro para un chiquillo!
Por espacio de unos minutos el Zorro fin­gió trabajar de firme, pero luego echó a co­rrer otra vez y, al regresar, dijo:
-Mira, Pekka, en la granja van a cele­brar otro bautizo y acaban de invitarme con mucha insistencia.
-¿Otro bautizo? ¡Eso ya es demasiado, Mikko! ¿Cómo es posible?
-Pues, mira, esta vez, la madre es la nuera.
-Eso no importa -contestó el Lobo, no puedes ir. Aun tienes mucho trabajo por hacer.
-Tienes razón, Pekka -contestó el Zo­rro, suspirando-. Realmente tengo dema­siado trabajo y no puedo abandonarlo. Y si esa gente no fuesen nuestros más próximos vecinos, ya habría contestado que no. Pero temo que se ofendan, si no voy. Mira, me lle­garé allá y volveré en seguida.
Así, por tercera vez, el Zorro salió tro­tando hacia la fuente y, una vez allí, dejó limpia de mantequilla la provisión del Lobo. Luego, despacio, regresó al claro, y el Lobo le preguntó qué nombre habían dado al re­cién nacido.
-A éste lo han llamado Fondo -contestó el Zorro.
-¿Fondo? -preguntó el Lobo.¡Qué nombres tan raros ponen ahora a los niños!
El Zorro fingió trabajar de firme duran­te algunos minutos y luego se tendió en el suelo, exhausto.
-¡Oh! -exclamó, dando un bostezo. Estoy tan cansado y hambriento que, sin dada, ya es hora de comer.
-Sí -contestó el Lobo mirando hacia el sol. Vámonos a comer. Salieron los dos en dirección a la fuente cada uno de ellos tomó su tarro de mante­quilla, pero el Lobo observó que el suyo es­aba limpio por completo.
-Oye, Mikko, ¿te has comido mi mante­quilla?
-¡Yo! -replicó el Zorro en tono ofendi­do. ¿Cómo habría podido comerme tu man­tequilla, cuando sabes muy bien que he es­tado trabajando a tu lado toda la mañana, a excepción de los momentos en que asistí a los tres bautizos? Con toda seguridad te la has comido tú mismo y no te acuerdas.
-Pues, mira, estoy seguro de que no es así -contestó el Lobo indignado. Y apues­to lo que quieras a que el culpable eres tú.
El Zorro fingió el mayor enojo.
-¡No te permito que digas tal cosa, Pek­ka! -gritó-. Y es preciso aclarar esto -dijo-. Voy a decirte lo que haremos. Tú y yo nos tenderemos al sol y su calor derretirá y hará correr la mantequilla. Si sale de mi ho­cico, yo seré el que se la ha engullido, pero si te ocurre a ti, ya no podrás negar que tú mismo te la has comido. ¿Estás conforme?
El Lobo dió su conformidad y, por con siguiente, ambos se tendieron al sol. Habí trabajado el Lobo con tanta intensidad, que, se sentía fatigadísimo, de modo que, a losl pocos instantes, estaba profundamente dor­mido. Entonces el Zorro se acercó a él, con el mayor silencio, y le restregó un poco de mantequilla en la punta del hocico. El sol la derritió y, como es natural, ante esta prueba, todo el mundo creería que manaba de la na­riz del Lobo.
-¡Eh, Pekka, despierta! -gritóle el Zo­rro. Tienes el hocico untado de mante­quilla.
El Lobo abrió los ojos y se pasó la lengua por el hocico.
-¡Caramba, Mikko! -exclamó sorpren­dido, a más no poder. Es verdad. Bueno, sin duda me he comido la mantequilla sin darme cuenta, aunque te doy mi palabra de que no recuerdo haber hecho tal cosa.
-¡Pues bien -le contestó el Zorro fin­giendo aún cierto enojo, así aprenderás a no dudar de mí!
En cuanto volvieron al claro, el Lobo se dispuso a quemar la maleza que había arran­cado y luego llamó al Zorro para que le ayu­dase a realizar la operación.
-Tú prende fuego -le contestó Mikko, y yo me quedaré vigilando aquí para que no se encienda el bosque.
Conformóse el Lobo, y el Zorro, mientras tanto, echó una siestecita. Cuando se trató de sembrar, Mikko se ofreció para vigilar a los pájaros para que no devorasen las semi­llas, y así el Zorro pudo seguir durmiendo mientras su compañero trabajaba.

LA COSECHA

Llegó la época en que el campo de cebada cultivado por el Lobo y el Zorro, estaba ya a punto para la siega. Los dos amigos se ocuparon en este menester y transportaron el grano a su casa. Pero cuando llegó el momento de la trilla, llamaron a Osmo, el Oso, para que los ayudase.
Este último se prestó de buena gana, y en cuanto iban a empezar la operación, el Zo­rro solicitó un momento de atención para de­liberar acerca de cómo se haría el reparto de la cosecha. Subióse a las vigas del henil del granero y desde allí dijo:
-Yo permaneceré aquí sosteniendo las vigas, con lo cual nos evitaremos un grave peligro. Vosotros dos, mientras tanto, podéis trabajar tranquilos.
Osmo y Pekka empezaron a trabajar con la mayor actividad y, de vez en cuando, el Zorro les arrojaba astutamente alguna asti­lla y cuando ellos, alarmados, le rogaban que tuviese cuidado, él se excusaba diciendo que tenía que hacer los mayores esfuerzos para sostener el peso de las vigas.
Así continuaron las cosas y en cuanto hu­bieron terminado la trilla, el Zorro saltó al suelo, quejándose del esfuerzo realizado.
-Bueno -le dijo Pekka-, ahora se trata de averiguar cómo repartiremos la cosecha.
-Pues voy a decíroslo -les contestó el Zorro. Aquí mismo hay tres montones. El mayor, naturalmente, corresponderá al Oso, que es el más corpulento, el segundo, será tuyo, Pekka, y el más pequeño mío.
El Oso y el Lobo, que eran tontos a más no poder, aceptaron la pro-posición.
Osmo se quedó con un gran montón de paja. Pekka con las ahechaduras y Mikko, el muy sinvergüenza, se quedó con el grano. Luego los tres se dirigieron al molino para hacer moler sus respectivas partes.
Cuando empezó a girar la muela sobre el grano, produjo un ruido muy distinto que al moler la paja. Lo notó el Oso y entonces el Zorro les aconsejó que mezclasen un poco de arena, con lo que, en efecto, el ruido fué muy distinto y tanto el Oso como el Lobo lo con­sideraron muy satisfactorio.


LAS GACHAS

Hecha la molienda, los tres consocios se dispusieron a probar las gachas que saldrían de cada una de las tres partes. A Osmo le re­sultaron negras y nauseabundas y, en extremo disgustado, fué al encuentro de Mikko a pedirle consejo.
El Zorro estaba revolviendo sus propias gachas, que aparecían suaves y blancas.
-¿Qué les habrá pasado a mis gachas?­ -preguntó el Oso. Me han resultado real­mente repugnantes.
-¿Te acordaste de lavar la harina antes de echarla a la olla? -preguntó el Zorro.
-¿Que si he lavado la harina? No. ¿Cómo lo haces?
-¡Muy fácil! La llevas al río y la echas al agua y, cuando ya está limpia, la sacas.
El Oso salió apresuradamente y, tomando la paja molida, la arrojó al río. Como se com­prende, se desparramó sobre la superficie de la corriente y desapareció. Así se quedó Osmo sin su parte de la cosecha.
Pekka, el Lobo, tampoco tuvo suerte con sus gachas y, como el Oso, acudió a Mikko, a fin de pedirle consejo.
-No sé lo que me ha sucedido -dijo, pero no he logrado hacer unas buenas ga­chas. ¡Ojalá me hubieran salido como a ti! Voy a fijarme bien en tu sistema. ¿Me per­mites que ponga mi olla sobre tu fuego? Así imitaré todo lo que tú hagas.
-¡Con mucho gusto! -le contestó el Zo­rro. Cuelga tu olla de esta cadena y así la tuya y la mía hervirán a un tiempo.
-Tus gachas son blancas y agradables­observó el Lobo, y las mías parecen una verdadera porquería.
-Antes de que tú llegases, me encaramé por la cadena y permanecí un rato suspen­dido sobre la olla -observó el Zorro. El calor del fuego derritió la grasa de mi rabo y la hizo caer dentro de la olla. Por eso las gachas tienen tan buen aspecto.
Pekka, que casi era idiota, se apresuró a seguir el consejo. Suspendióse de la cadena y por encima de su olla. Pero no permaneció allí mucho rato, porque las llamas lo socarra­ron y, mal de su grado, se cayó al suelo, dán­dose una tremenda costalada. Por esta razón, todavía en nuestros días, el Lobo siempre tiene dificultades en volverse en redondo, pues tiene un costado dolorido. Y también por eso su pelaje huele a chamusquina.
En cuanto Pekka hubo recobrado el aliento, probó de nuevo sus gachas para ver si ha­bían mejorado, pero no fue así, porque eran tan malas como antes.
-No encuentro ninguna diferencia -dijo. Deja que pruebe las tuyas, Mikko.
El Zorro, disimuladamente, tomó una cu­charada de las gachas del Lobo y la arrojó a su olla.
-Toma tú mismo una cucharada -dijo. Ya verás qué buenas son.
Pekka tomó una cucharada de la parte su­perior de las gachas y, después de saborear­las, observó, disgustado:
-Es muy raro, pero tampoco me gustan tus gachas. Sin duda, tengo mal sabor de boca. Y aun quizá no sea aficionado a este manjar.
Dicho esto emprendió el camino de regre­so, muy desalentado, en tanto que el grandí­simo pillo de Mikko se reía para su sayo, di­ciéndose:
-No comprendo cómo no le gustan las ga­chas a Pekka, porque son estupendas.


002. Anónimo (finlandia)

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