Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 14 de mayo de 2012

La gallina mágica

Cuento popular

Al trote largo de su Ñandú avanzaba cierta mañana Juan en dirección al monte, canturreando a media voz una de sus milongas predilectas, cuando se cruzó con su primo hermano el Zorrillo, que acababa de salir de un pajonal cercano, cojeando lastimosamente y con el cuero lleno de tajos, de moretones y de peladuras.
-¿Qué le pasa, pariente? -interrogóle el Zorro sofrenando su pin­go[1]-. ¿Anduvo camorriando por ahí y se dejó estropiar?
-iQué más remedio! -contestó el interpelado con la voz temblorosa de indignación y los ojos centelleantes-. Usté sabe que yo, aunque tengo fama'e malo, no acostumbro a provocar a naides. Salgo siempre de noche a campiar mi sustento y el de mi familia, y vuelvo pa mi cueva antes de que comience a clariar, a fin de evitarme líos con el vecindario, pues nunca falta algún propasao que se ponga a enticar con uno, y como soy medio ligero'e genio y aguanto muy pocas pulgas...
-Así me gusta el crioyo -aprobó con estusiasmo Juan, ofreciéndole a su interlocutor tabaco y chala[2]-. Pique y arme grueso nomás, no haga cumplidos, que estamos en familia. Y mientras tanto vaya contando lo que le aconteció. Quién sabe yo no puedo hacerle alguna pierna pal desquite...
-Pues vea cómo jue la cosa, pariente -empezó a decir el Zorrillo, a la vez que sobaba con lentitud la chala-. Risulta que anoche andaba yo recorriendo los potreros de la estancia'e don Tigre, cuando un derepente me tope con ese albitrario del Perro, que aúra ha dentrao de milico, como usté no inorará...
-Sí, ya tenía noticias d'eso -asintió Juan-. Y, pa serle franco, opino que el puesto le ha caído como aniyo al dedo. Siempre tuvo alma'e milico el condenao.
-Figúrese usté. ¡Andarle cuidando el campo al Tigre, que dende que el mundo es mundo ha sido su enemigo!... ¡Se precisa tupé, mismo! Pero lo cierto es que, como le iba diciendo, se me metió anoche al torzal'[3], dándome la voz de alto en cuanto nos enfrentamos y gritándome que yo era un perdulario, y que m'iba enseñar a respetar la propiedá privada, y otra punta de cosas por el estilo. Le retruqué de igual suerte, por supuesto, pues usté sabe que no tengo pelos en la lengua, y entonces el manotió la lata y se me vino al humo, diciéndome que m'iba a moler los güesos a palos por insubor-dinado. Algún planchazo que otro me pegó, no via a negarlo, pero asina tamién le habrán quedao los ojos a ese indino con el par de rociadas que me di el gusto de echarle.
-Y, ¿cómo diantres se salvó de que lo encajaran en el cepo, pariente? -interrogó con vivo interés el Zorro, que no perdía palabra del relato?
-Gracias a una cueva de mulita[4] que había ayí cerca, y en la que me pude ganar mientras mi contrario se refregaba las vistas. De no haber sido por eso no estaría aúra aquí, contando el cuento.
-¡Cómo cambean las cosas día a día en nuestro país, querido primo! -opinó tras unos instantes de reflexión el Zorro, que en ese interín acababa de idear un plan diabólico-. Antes el crioyo era dueño de andar a su antojo por la tierra orientala, sin que naides le preguntase qué rumbo yevaba, ni qué comía, ni de ande sacaba plata pa los vicios, ni en qué sabía trabajar. Tuito lo que había en los campos y en los montes era del que lo agarrase y no existían señales, ni marcas, ni alambraos, ni milicos, ni ninguna de esas cosas que hoy estropean la vida del pobrerío...
-¡La- verdá! -corroboró el Zorrillo en tono melancólico-. ¡Qué dimu­dao que está este país, amigo!
-iY pobre del que baje el cogote y se deje pisotiar! -Prosiguió Juan-. Hay que endurecer el lomo como hace usté, pariente, y no aflojarles ni la pisada de un chimango a los de arriba. Y al decir de los de arriba digo los que tienen plata, porque la plata es la causante de todos estos males. En su caso de anoche, por ejemplo, cre usté que la culpa la tiene ese adulón del Perro. ¡Pues no señor! El único culpable es el Tigre, que habiendo enyenao sus potreros de hacienda mal habida, y creyendo que los demás son pícaros como él, se ve en la necesidá de vamar a la policía pa que se la vigile. Yévese de mi consejo si quiere hacer justicia, mi estimado primo y amigo: es al Overo[5] viejo y no al Perro al que debe cobrarle esa cuentita...
-¿Sabe que tiene razón? No había pensao en eyo dijo el Zorrillo tras una breve pausa-. Reconozco que soy de pocas luces y que no sirvo pa andarle buscando cinco pieses al gato, como dicen... Pero, dispués de todo, ¿qué puedo hacer yo contra el Tigre, con lo grandote y fortacho que es ese bandido?
-Déjelo por mi cuenta, que yo he de encontrar manera de arreglar bien las cosas. Si en verdá quiere tomarse el desquite véngase conmigo y haga al pie de la letra todo lo que le diga. Salvo que tenga miedo, por supuesto...
-¿Miedo yo? ¡No ha nacido en el mundo naides capaz de asustarme! -compadreó el Zorrillo.
-Pues entonces suba en ancas y vamos aúra mismo. Pero asujétese bien, porque mi pingo tiene mal genio y a ocasiones le da por beyaquiar...
Un instante después trotaban ambos enancados, a pesar de las ruidosas protestas del Ñandú, que como tenía el buche vacío estaba de un humor pésimo y no hacía sino rezongar de continuo, diciendo que él no era "matungo[6] patria", para que todo el mundo se le horquetase en el lomo.
Llegado que hubieron al camino real, Juan sofrenó su enfurruñado flete en un recodo, cerca de la pulpería[7] del Tatú, y echando pie a tierra díjole al Zorrillo:
-Vamos a acampar aquí, pariente, mientras Patas Largas se hace una escapadita hasta el boliche[8] y nos agencea una bolsa vacía. De paso compras alguna cosita pa engambelar el buche, tragamundo -añadió volviéndose hacia el Ñandú y alcanzándole un par de reales-. Pero mové ligero las gambas, porque me palpita que padrino Tigre no tardará en asomar el hocico por ahí.
Acicateado por la halagüeña perspectiva de engullir algo, lo cual cons­tituía la única y constante preocupación de su vida, el zancudo echó a correr a toda velocidad rumbo a la pulpería.
Pocos minutos después estuvo de regreso con la bolsa, que Juan examinó minuciosamente, observándola a contraluz para ver si estaba sana y tironeándola con fuerza a fin de asegurarse de su resistencia.
-Padrino Tigre cruza todas las mañanas por aquí -explicóle el Zorri­llo mientras realizaba dicha operación-. Asigún creo, va al rancho de doña Lechuza, la curandera, que le está haciendo un tratamiento pa cierta quebra­dura de costiyas sufrida el mes pasao, cuando el pobre quiso aprender a volar y le favaron las alas... Pero me parece que va viene cerca porque siento la voz de alarma de mi compadre el Terutero. Prepárese, pariente, y cumpla cayao mis órdenes si quiere que el asunto salga bien.
Apenas había acabado de hablar cuando vio aparecer al Tigre sobre un repecho, jinete en su venado, como siempre, y con el herraje de plata y oro resplandeciendo al sol.
-¡Métase aquí en la bolsa y no se mueva, primo! -ordenó Juan-. Y cuando yo le dea la voz de i"aúra"!, usté proceda, nomás, como Dios manda!
Cumplida su orden, púsose el Zorro de espaldas al camino, y fingiendo no darse cuenta de que el Tigre se acercaba al trote largo, metió el hocico en la bolsa y empezó a lanzar exclamaciones de asombro, cual si estuviera contemplando algún prodigio.
Al advertir la presencia de su enemigo allí tan cerca, al alcance de su rebenque, el Overo desmontó y se aproximó con la mayor cautela, relamién­dose de gusto los bigotes ante la inesperada posibilidad de atraparlo y propinarle, ¡al fin!, tan ansiada paliza.
-¡Caíste, matrero[9]! -le gritó manoteándole la golilla y levantando el "platiao"-. ¡De esta soba no te salva ni Mandinga!
-¡Hágame lo que usté quiera, padrinito! -tartamudeó Juan mientras procuraba ocultar la bolsa tras su cuerpo-. ¡Muélame el lomo a palos, cuéreme vivo, si le parece, pero no me vaya a quitar esta hermosura! ¡Se lo pido por el cariño de madrina Tigra, la pobre, que es tan güena! ¡No me la vaya a quitar!
-¡Valiente cosa! Y, ¿qué porquería escondés ahí?
-¡Una gayina mágica, que en vez de güevos pone onzas de oro puro! Cada vez que uno la mira pone una. Pero hay que mirarla con los ojos abiertos y fijos, pues si se pestañea eya pierde la virtú. ¡Déjemela, padrinito! usté, ¿pa qué la quiere, si le sobre la plata?
-¡Trai p'acá esa bolsa y cerrá el pico, avariento! -rugió el Overo con la voz temblorosa y los ojos brillantes de codicia. Y arrebatándo-sela con un brusco tirón hundió prestamente en ella la cabeza, ávido de comprobar el milagro.
-iAúra, pariente! -gritó entonces Juan.
Y fue tan certero el fétido y corrosivo chorro con que le recibió el Zorrillo, que el Tigre, enceguecido y bramando de dolor, cayó hacia atrás y comenzó a revolcarse desesperadamente en el pasto, mientras su "ahijado", le decía entre grandes risotadas:
-¡Ya ve lo que ganó por ambicioso, padrino! ¡Pero pa otra vez ya sabe: cómprese unas antiparras y un frasco de agua florida, por las dudas!...

078. anonimo (uruguay)

[1] Pingo: Caballo vivo y corredor.
[2] Chala: Espata de maíz cuando está verde o seca; envoltura de cualquier cereal.
[3] Torzal: lazo o maneador formado de una o más tiras de cuero retorcidas.
[4] Mulita: Tatú o armadillo.
[5] Overo: Dícese de los animales que presentan grandes manchas amarillas y blancas, en este caso el tigre.
[6] Matungo: Flacucho. Flojo. Dícese de la Caballería Vieja y débil.
[7] Pulpería: Tienda donde se venden géneros de uso común.
[8] Boliche: Tienda pobre.
[9] Matrero: Bandolero.

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