Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 14 de mayo de 2012

La coyota teodora

Cuento popular

La Teodora, que conocía el secreto de las tinieblas endemoniadas, era esposa de un buen hombre; de ésos sencillos y apacibles que se dedican calladamente a sus pequeñas labores agrícolas.
La pareja vivía muy pobre, pero a pesar de eso siempre había en la cocina abundancia de viandas sabrosas, y la cocinera, que era la misma Teodora, servía variados y jugosos guisos a su esposo.
Este, maravillado de aquellas suculencias, preguntaba a su "cara mitad" sobre la procedencia de los potajes, pero aquella le contes-taba siempre con evasivas o le decía que las compraba o que se las regalaban sus amigas; pero su esposo, a pesar de su sencillez, había entrado en sospechas, pues, se le hacía difícil explicarse la forma en que su señora adquiría aquellos alimentos, ya que no disponía de medios para ellos. Las sospechas aumentaban de día en día y, entonces, su esposo empezó a observarla por las noches y a seguirle sigilosamente los pasos para averiguar la procedencia de aquella abundancia de alimentos.
Desesperaba ya el pobre hombre de alcanzar su objeto. Fue una de las tantas noches, cuando vio que su mujer se levantaba cautelosamente y la oyó pronunciar entre la semioscuridad del cuartucho una serie de oraciones para él desconocidas.
La vio después dar tres vueltas a la derecha y otras tres vueltas a la izquierda, mientras tartajeaba sus mágicas oraciones, e irse convirtiendo poco a poco en una coyota.
Horrorizado ante aquella transformación, se refugió todo tembloroso en su tapesco tartamudeando una serie de oraciones, per-signándose febril­mente y encomendando su alma a san Antonio y a las benditas Animas del Purgatorio.
Al día siguiente notó que, como de costumbre, en la cocina había pollos y gallinas y hasta una chanchita al horno, sin que, al interrogar a su mujer, pudiera ésta dar razonables explicaciones de cómo había obtenido los animalitos mencionados.
Siguió en expectativa el labriego, atisbando por la noche a su mujer, y una de tantas, haciendo uso de las mismas artimañas mágicas, tranformose en coyota. Siguiola él con mucha astucia y así pudo comprobar que su mujer convertida en coyota se metía a los corrales, gallineros y cocinas ajenos a proveerse de lo que le hacía falta en casa.
Espantado el buen hombre de que su mujer fuese bruja de la expresa­da categoría, dispuso ir a donde el señor cura del pueblo, a quien comunicó detalladamente la transformación de su mujer.
El sacerdote, cumpliendo con su obligación de ministro de Cristo, le dio un cordón de san Francisco y un poco de agua bendita, para que en el preciso momento en que la bruja, de regreso de su incursión nocturna, quedara nuevamente transformada en mujer, le diera tres latigazos con el cordón de san Francisco y que le asperjara con el agua bendita, para que así nunca más volviera a convertirse en coyota.
El esposo cumplió con su cometido, según los consejos del sacerdote, pero aconteció, desgraciadamente, que al regreso de su correría, la coyota dio sus tres vueltas rituales, y ya estaba transformándose en mujer nuevamente cuando, anticipándose el hombre, le dio los latigazos que le había indicado y regó el agua bendita sobre el cuerpo monstruo, pues de mujer sólo tenía la cabeza y el pecho y de coyota, el resto del cuerpo, por lo que surtiendo los objetos sagrados los efectos predichos, paróse súbitamente la transformación de la coyota, quedando aquel cuerpo parte mujer y parte bestia.
Sucedió, pues, que la mujer, no habiendo podido recuperar su forma completa y siéndole por eso mismo imposible quedarse en su casa al lado de su esposo y de su hijo, se lanzó a los bosques en donde vaga eternamente, como ejemplo y castigo de brujos y hechiceros.
Se dice que en las noches oscuras se oyen los lastimeros aullidos de la coyota Teodora, entristecida y apesadumbrada por el abandono en que dejó a su esposo y a su hijo.

094. anonimo (honduras)

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