Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 27 de mayo de 2012

La brecha de roldán

Cuenta la leyenda que el famoso Roland, o Rol­dán, era hijo de la princesa Berta, que a su vez era hermana de Carlomagno, y del duque de Angers. Se cree que yendo la princesa, en cierta ocasión, de viaje por tierras de Italia, dio a luz a Roldán, el cual, en el momento de venir al mundo, cayó rodando al suelo -rouland-; de ahí su nombre de Roland.
En estos parajes campestres vivió el niño toda su infancia, en contacto abierto con la naturaleza. Pasados los años, se convirtió en uno de los más famosos caballeros de la época, por su destreza, su porte arrogante y su extraordinaria bravura.
Con su tío Carlomagno marchó un día al históri­co combate que había de dar lugar a la derrota de Roncesvalles, en la que el Emperador, viendo per­dida la batalla y deshecho su ejército, logró huir por los montes. Roldán, como un cadáver más, quedó allí abandonado y herido, sepultado por el cuerpo inerte de su caballo Vigilante, que había caí­do sobre él. Cuando volvió en sí y se dio cuenta de su situación, intentó librarse del enorme peso del animal, y apoyando una de sus manos sobre la roca, logró ponerse en pie con un extraordinario esfuerzo. Dicen que las huellas de sus dedos se con­servan aún marcadas sobre la piedra, como testi­monio de su descomunal fortaleza. Roldán contem­pló unos momentos el terrible panorama y trató de orientarse para buscar el camino que conducía a Francia; pero tuvo que hacerlo con cautela, porque el enemigo estaba aún al acecho. Después de gran­des penalidades, y escondiéndose entre los riscos, Roldán logró llegar hasta el Valle de Ordesa. Una vez allí, sólo tenía que trepar por los empinados ris­cos que cerraban el valle.
Extenuado ya por la fatiga, inició la ascensión, mientras escuchaba a su espalda un rumor de tro­pa, acompañado de fuertes ladridos. Toda una jauría le perseguía, olfateando su camino. Roldán aceleró su marcha y llegó hasta más allá de Cota­cuero. Se creía salvado de momento, cuando de detrás de unos riscos vio surgir las figuras de cua­tro hombres. Creyendo el héroe que aquéllos eran sus persegui-dores, desenvainó su espada Durandar­te, en un supremo esfuerzo, y les cortó a todos la cabeza. Ninguno hizo ademán de defenderse, por­que en realidad no se trataba de la vanguardia de sus persegui-dores, sino de unos cuantos extraviados e indefensos.
Roldán, tras este último esfuerzo, se sitió desfallecer; la debilidad y el agotamiento se iba apoderando poco a poco de sus nervios y de sus músculos. No obstante, al comprobar que la tarde declinaba y que la noche iba a impedirle orientarse, hizo un esfuerzo y llegó con paso lento hasta la base de la montaña que le separaba de Francia. Comenzó a subir, arrastrando ya pesadamente sus pies y sintiendo los latidos de sus sienes, como si las venas quisieran saltarle de la cabeza. Entonces creyó oír, saliendo del fondo del valle, una voz mis­teriosa que le anunciaba su próximo fin si persistía en continuar el camino. Pero Roldán, firme en su propósito, continuó la marcha, que ahora resultaba más pesada, porque una fuerte ráfaga de viento soplaba en dirección contraria. A poco, el cielo, ya oscuro de la noche, se encapotó con negros nubarrones, y una horrible tormenta empezó a caer sobre la montaña, entorpeciendo la marcha de Rol­dán. A lo lejos seguían escuchándose los ladridos de los perros, que parecían acercarse más y más. Poco después Roldán se vio acometido por la jauría, que llevaba gran ventaja a los soldados. Sin mucho esfuerzo, les asestó una serie de certeros golpes y los dejó muertos a todos. Miró hacia abajo y divisó a sus perseguidores, que con paso rápido se dirigían hacia él. Comprendió entonces que no podría hacer frente a un número tan elevado de hombres, y realizando el último alarde, lanzó su espada Durandarte al otro lado de la montaña, para hacer llegar un último saludo de despedida a su patria; pero no logró elevarla a suficiente altura, y, tras de tropezar en la montaña, el arma cayó a sus pies.
Mientras, el rumor de los perseguidores se iba haciendo más claro a cada momento. Roldán, con gesto rápido, volvió a lanzar su espada a gran altura, a fin de hacerle traspasar la montaña; pero de nuevo tropezó, y volvió a caer cerca de él. Desalentado, Roldán intentó una vez más alcanzar su propósito; pero el fracaso se repitió. El héroe, viéndose perdido, volvió a recoger su espada del suelo, y esta vez, con un sobrehumano esfuerzo, la lanzó horizontalmente, con tal violencia, que Durandarte atravesó la montaña y cayó en tierras de Francia, dejando una brecha abierta, por la que Roldán, casi sin sentido, pudo contemplar por últi­ma vez su patria. Inmediatamente cayó sin vida.
Sus perseguidores le encontraron muerto en este histórico lugar del Valle de Ordesa, de Huesca, conocido desde entonces con el nombre de la Bre­cha de Roldán.

013. anonimo (aragon)


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