Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 14 de mayo de 2012

Juan bobo .076

Esta era una vez que había un muchacho a quien llamaban Juan Bobo por ser medio tonto, zángano y estúpido.
Un día su madre le mandó al pueblo a comprar tres cosas: carne, melao[1] y unas agujas.
Aparejó la yegüita con las banastas y se fue Juan Bobo al pueblo a cumplir el encargo. Compró el melao y lo echó en las banastas; la carne y las agujas fueron puestas también con el melao en las banastas.
Volvió Juan Bobo a su casa y trajo carne llena de melao, pero no trajo ni agujas ni melao. Ambas cosas se habían perdido en el camino, sobre todo el melao, que además de ser comido por un número inmenso de moscas que acompañaban a Juan Bobo, había ido destilándose constantemente por entre el tejido de las banastas.
Cuando llegó el Bobo y la madre vio lo que había hecho el muy estúpido, le pegaba y le decía:
-¡Animal! ¡Si es que eres un animal! ¿Cómo vas a derramar el melao en las banastas y quieres que llegue aquí? ¡Y las agujas! Tenían que salirse por los agujeros; no eres más que un bruto; no puede mandársete a hacer nada.
-Mamá, no se apure usté -decía Juan Bobo. El melao se lo comieron las señoritas del manto prieto, pero mañana mismo voy a denun­ciarlas donde el señor juez.
-Déjate de tonterías, Bobo; eres más bobo que los bobos. Si no fuera porque te necesito, ya te hubiera botado por esos mundos, porque no sirves para nada; eres, al contrario, una carga.
-Mamá, no se apure usté; mañana denuncio a las señoritas del manto prieto.
-Ve ahora a pedirle la olla de tres patas a la comae[2] para hacer un guiso con la carne. Pero avanza, que no puedo perder el tiempo.
Fue Juan Bobo donde la comae y le pidió la olla. Esta era un caldero de esos que se usaban antes, de hierro, con tres patas y muy grande.
Cogió Juan Bobo la olla y salió con ella. Yendo por el camino que conducía a su casa, puso la olla en el suelo y le decía:
-Mira, ya yo estoy cansado de llevarte, tú tienes tres patas y puedes andar mejor que yo. Camina adelante, que yo voy detrás. 
-Y como la olla se quedara en el mismo sitio, le decía:
-¿Qué te pasa? ¿No sabes el camino? Pues yo me voy adelante; sígueme. 
-Pero la olla no se movía.
-Haragana, eso es lo que tienes; que eres una haragana; te gusta que te lleve al hombro y tú no caminar. Pues está bonito eso, que tú con tres patas y yo con dos te tenga que cargar a ti. No, señor, tú tienes que caminar.
Y con un palo o garrote que llevaba le daba furioso y la empujaba con los pies.
-Anda, anda haragana; avanza, que mamá nos está esperando.
Mas al llegar a un sitio donde el camino se dividía en dos vereditas, a la bajada del cerro, cogió Juan Bobo a la olla perezosa, y poniéndola en una de las veredas, le dijo:
-Oye, tú coges por aquí y andas lo más ligero que puedas. Yo cojo por aquella veredita y ando bien ligero. A ver quién llega primero, tú o yo.
-Bueno, ya estamos -gritaba Juan Bobo del otro camino. A la una, a las dos y a las tres.
Y pies para qué te quiero iba Juan Bobo cuesta abajo que no lo cogía nadie. Fatigado llegó a su casa y seguida fue donde la mamá y le preguntó:
-Mamá, ¿ha llegado ya? ¿Llegó?
-Pero, muchacho, ¿que si llegó quién?
-La olla, mamá, la olla. Nos echamos a ver quién llegaba primero.
-Juan Bobo, te mato; hoy, te mato. No seas estúpido, muchacho. Vete, vete ligero a buscarme esa olla -gritaba la madre furiosa.
El Bobo, furioso, lleno de miedo, fue cerro arriba y se desquitó los improperios que le había dicho la madre contra la olla.
-Lo ves, haragana. No tienes consideración. Por culpa tuya me iba a pegar mamá; por poco me coge si no me vengo ligero. Ahora es que te las voy a cobrar; te debería dar vergüenza, tú con tres patas y yo con dos solamente, y, sin embargo, llegué primero. -Diciéndole esto, le daba de patadas.
Como la vereda estaba en una pendiente, al impulso que recibió de las patadas, rodó la olla cuesta abajo.
-¿Cómo, ahora corres? -decía Juan yéndola detrás. ¿Cogiste miedo? Llegaron por fin Juan Bobo y la olla haragana. Al día siguiente temprano Juan Bobo hablaba con el juez.
-Señor juez -decía, denuncio a las señoritas del manto prieto por
haberse comido el melao.
-¿Quiénes son tales señoritas? -preguntaba el juez.
-Esas, ésas mismas que ve ahí -le contestó; y le señalaba unas cuantas moscas que estaban paradas en una mesa.
-¡Ah!, las señoritas del manto prieto; tú quieres decir las moscas.
-Eso mismo, eso es. Ellas me cogieron el melao. Y quiero vengarme o que me paguen.
-Juan, escucha lo que vas a hacer -decía el juez lleno de risa. Dondequiera que veas una de esas señoritas, con ese mismo garrote que llevas, le das en seguida y las matas. Es muy sencillo, ¿verdad?
-Muy bien, señor juez -y en ese mismo momento, ¡tras!, descargó un golpetazo inmenso sobre la cabeza del desgraciado juez. Se le había parado una señorita del manto prieto sobre la calva.
Juan fue a la cárcel, pero ni aun allí le dejaron tranquilo las provocati­vas señoritas del manto prieto.
Cuento acabao y arroz con melao; a mi compañero que me cuente otro más salao.

Cuento popular

076. anonimo (puerto rico)

[1] Melao; melado: En la fabricación de azúcar de caña, jarabe que se obtiene por preparación del jugo de caña.
[2] Comae: Comadre.

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