Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 14 de mayo de 2012

El viejo diablo y el león del monte

de Arratibel

Dícese que una vez vivía en un pueblo una familia muy pobre. Sólo eran el padre, la madre y el hijo. Tenían pocas tierras, y por esto vivían a duras penas.

Criado

El chico se aburrió con este modo de vida, y decidió marcharse a alguna otra parte. Y en efecto, se marchó.
Una mañana, sin decir nada a nadie, cogió un envolto­rio donde llevaba la ropa más indispensable, y camino adelante echó a andar o se puso en marcha, no sabiendo siquiera a dónde se dirigía. Al momento de salir de casa le dijo a la madre:
-Me marcho de aquí, madre.
-¿A dónde, mi pequeño niño? -le respondió la madre medio llorando.
-No lo sé, pero como quiera que sea espero encon­trarme mejor que aquí. Creo que pronto apareceré de nuevo.
-Que sea así -le respondió la madre. Y de este modo se separaron el uno del otro.
El chico fue de pueblo en pueblo durante mucho tiem­po, pues en ninguna parte había trabajo para él. Pero te­nía que vivir, y si quería comer algo, a veces se veía obliga­do a hacer trabajos duros. Cuántas clases de trabajo pro­bó, conoció: el de pastor, yuntero, carbonero, cantero y otros más, pero nunca ninguno que fuera de su gusto. En todos ellos se aburría enseguida.
Por fin, supo que en un monte había un caserío donde el padre y una hija vivían solos, y pensó marcharse allí mismo para ver lo que sucedía.
-¿Qué necesitas, qué buscas aquí? -le preguntó el dueño de aquella casa tan pronto como se acercó el chico. Ese dueño era bastante viejo y muy feo, y además bruto, aparentemente al menos.
-He venido a ver si aquí tienen trabajo para mí -le respondió el chico, bajando la cabeza.
-Aquí lo que sobra es trabajo y no otra cosa -le res­pondió el dueño-. ¿Y tú en qué sabes trabajar?
-Yoo... -le respondió el chico-, eso me lo dirá des­pués de que lo haya probado.
-Está bien, tú. Yy... cuánto sueldo pides -le preguntó aquel hombre bruto.
-Pues no lo sé... Eso lo dirá el trabajo, ¿no? -le res­pondió el chico, levantando la cabeza hacia arriba.
A aquel hombre bruto le agradó el chico, y habiendo estado un poquito como si lo estuviera pensando, le res­pondió así:
-Está bien, tú, está bien, tú, quédate aquí, yyy... no te faltará trabajo y comida.
Y desde aquella misma hora, aquel chico se quedó en aquella casa, como criado. La hija de aquel hombre bruto no era parecida a su padre. Era una muchacha hermosa y dulce e inteligente, que sabía vislumbrar pronto las cosas. El criado y ella se avinieron enseguida. Aquella última temporada el criado estaba acostumbrado a trabajos du­ros, y no le parecía nada difícil la vida de aquella casa. Además, dentro de él estaba naciendo el amor hacia aque­lla hija.
El dueño de la casa, aquel hombre bruto, era totalmen­te malo, además listo, no se le pasaba nada, ya que aquel hombre era el viejo diablo. La hija sabía eso, y le odiaba enormemente a pesar de ser su propio padre.
El viejo diablo, cuando descubrió que el criado y su hija se avenían bien,, decidió echar de casa al criado, a pe­sar de que era buen trabajador y necesario.
Una vez a la hija le habló así:
-Antes también vivimos sin criado, y creo que de nue­vo podríamos vivir de ese modo.
-¿Pero por qué? -le respondió la hija.
-Pues no lo sé... es buen chico y trabajador, pero... pero esta casa no tiene lo suficiente para pagarle a ese...
La hija no le respondió nada, conocía de sobra a su pa­dre, y sabía bien que habría que hacer lo que él quisiera.
La hija se fue a donde el criado lo más pronto que pudo, y le contó todo lo que sucedía, y aunque hasta en­tonces lo había tenido en secreto, entonces le mostró que su padre era un viejo diablo. Entre ambos decidieron ma­tar a aquel viejo diablo, así o asá. ¿Pero cómo matarlo siendo un viejo diablo? No sería nada fácil.
De cuando en cuando la hija le había oído hablar a su padre, cuando estaba de buen humor, que él no moriría y que nadie tampoco lo podría matar, si antes no ocurriría esto y aquello. La hija nunca le prestó gran caso, pero ahora comenzó a pensar en lo que querría decir su padre y en que tenía que arrancársele, así o asá, lo que sobre la muerte le refería. El criado y ella se pusieron de común acuerdo para en adelante portarse lo mejor que podían, sin enfadar al viejo diablo, ya que de ese modo le habían de arrancar cómo habría que matarlo.
Y llegó ese momento. En aquel entonces el viejo diablo se mostraba más bueno y más suave que nunca. Durante el verano solían hacer su pequeña siesta sentados en un banco de la parte delantera de la casa, a la sombra de una higuera.
Una vez, la hija le dijo al chico:
-Hoy, después de la comida, súbete a la higuera, y ponte allí, bien escondido. Yo trataré de hacerle hablar al padre, mientras esté sentado en el banco de debajo. Vere­mos si se le escapa algo.
Hicieron como lo dijeron. Nada más acabar la comida, el chico subió a la higuera, y se puso allí, bien escondido. También el viejo diablo y su hija vinieron a sentarse en el banco. Cuando se sentaron, la hija le preguntó al padre:
-¿Desea que le limpie un poco la cabeza y le peine esos pelos?
-Sí, como tú gustes, chica -le respondió el viejo diablo.
La hija comenzó a limpiarle y peinarle los pelos, y mientras le hablaba sin parar, preguntándole sobre esto y aquello:
-Padre, ¿cuántos años tiene? ¿El abuelo de tal sitio es más joven que usted?, ¿Conoció a los que vivieron en la vieja casa de al lado?
Por fin le preguntó:
-Padre, ¿al menos una vez ha pensado usted que po­dría morir?
-Ja, ja... -le respondió el padre, riéndose-, sí criatu­ra, sí, y además lo he pensado más de una vez. Pero es muy difícil que yo me muera.
-¿Eso por qué, pues? -le preguntó la hija.
Mientras, allí estaba el criado subido a la higuera oyen­do todo.
-Antes también te he dicho algo -comenzó a decirle el viejo diablo-. Yo tengo un hermano en tal monte, que anda en forma de león. Dentro de ese león hay una liebre, y dentro de esa liebre hay una paloma. Esa paloma tiene dentro de sí un huevo, y si alguien no revienta ese huevo aquí -dijo llevándose la mano a la frente- yo no mo­riré.
»Piensa ahora a qué puedo tener yo miedo para morir. Aunque maten al león, saldrá la liebre, y aunque maten a la liebre, saldrá la paloma. Y aunque maten aquella palo­ma, ¿quién sabe que el huevo que lleva dentro de sí me lo tiene que reventar en esta frente mía? Aún no ha nacido quien pueda hacerme eso.
Cuando llegó el otoño, el viejo diablo veía cómo la chi­ca y el chico se entendían bien, y siempre estaba pensando en el momento en que iba a echar de casa al criado.
Así, un día, ya que se habían acabado los trabajos más impor-tantes... le dijo al criado:
-Veo que aquí te necesitamos siempre, pero los traba­jos más importantes de este año los tendremos ya realiza­dos y creo que de aquí en adelante mi hija y yo nos arre­glaremos. Será mejor para ti marcharte a alguna otra par­te donde ganes más que aquí...
-Está bien -le respondió el chico-, yo aquí estaba muy contento, pero ya que así lo desea... mañana mismo me marcharé.
-Cuando tú mismo lo desees -le respondió el viejo diablo, a punto de reventarse de alegría, porque no creía que echaría tan fácilmente a aquel criado.
Tampoco se enfadó el criado. Ya que desde hacía tiem­po estaba esperando a ver cuándo lo despediría aquel vie­jo diablo. No quería marcharse por su propia cuenta, para que aquél no pudiera pensar mal de él. Por eso la chica y él se habían puesto de acuerdo para que fuera el propio diablo quien le dijera que se marchara. También para que luego el chico se marchara a aquel monte donde vivía el león; para que matara al león, a la liebre y a la paloma; y para que, por fin, muriera el viejo diablo, y así casarse los dos... No sería nada fácil hacer todo eso, pero al menos no quedarían sin hacer lo que podían.

El león del monte

Como se ha dicho, a la mañana siguiente el chico salió de aquella casa, aparentemente como si hubiera recibido una gran pena, y como si no supiera a dónde dirigirse, pero estando contento en su interior y habiendo decidido bien a dónde dirigirse.
Aquel monte en el que vivía el león era grande y allí vi­vía poca gente, a excepción de algunos pastores.
Había una casa que tenía un rebaño, y porque el padre era recién muerto, la madre y una hija habían quedado las dos sólo. La hija era una chica mayor y ella misma an­daba pastoreando y haciendo otros trabajos, y tenían la intención de vender el rebaño, al menos que apareciera al­gún buen criado... Estando en eso apareció el chico pi­diendo trabajo... Contentas lo acogieron en casa, y le dije­ron que tendría que pastorear. El chico no deseaba otra cosa.
Desde el día siguiente el nuevo criado empezó a llevar al monte las ovejas. Los primeros días, la chica misma le ayudó para enseñarle a dónde llevar el rebaño y dónde es­taban los lugares de pasto.
-Este monte es grande -le dijo la chica al criado-, pero no podemos llevar el rebaño al lugar donde hay el más abundante pasto. Allí hay un gran león, y deja despe­dazadas todas las ovejas que allí aparecen.
El chico se alegró mucho al oír todas esas cosas, y a continuación le hizo muchas preguntas sobre cuándo más o menos aparecía ese león, sobre lo que opinaban los otros pastores..., y por fin le dijo que él solo bastaba para guardar las ovejas y que, de allí en adelante, se quedara en casa ayudando a la madre y que hiciera aquellos dulces bollos que sólo ella sabía hacer... La chica tenía buena mano para eso, y le prometió que no le faltarían bollos.
Al día siguiente, el chico puso el rebaño por delante y lo condujo a aquel hermoso pastizal donde solía andar el león. Pronto se oyó el rugido del león, semejante al produ­cido por el desenraizamiento de todo el monte. Las ovejas comenzaron a huir, pero el chico las obligó a quedarse. Allí apareció el león como si fuera a despedazar y comer todos los rincones. Pero el chico sabía quién era, y no se asustó. El león se adelantó vivamente enfadado, y, puesto sobre dos patas, se dejó caer sobre el chico. Los dos, mu­tuamente agarrados, empezaron una lucha fuerte, pero ninguno podía someter al otro. Muy cansados, cuando es­tuvieron ya a punto de reventarse, el león dijo:
-iAh..., si aquí yo tuviera una mirada de mi hermano que vive en tal sitio, no tendría miedo de ti...!
-¡Tampoco yo de ti, si tuviera un bollo hecho por la hija de la casa donde ahora vivo yo, y un beso suyo...! -le respondió el chico.
En eso se quedó la lucha de aquel día. El león se mar­chó monte adelante, y el chico, en cambio, cogió las ove­jas y volvió a casa.
La madre y la hija se extrañaron mucho cuando vieron que había traído a casa tan temprano a las ovjeas. Ésas parecían estar alimentadas suficientemente, y el chico en cambio tenía aspecto de muy cansado.
Los días siguientes sucedió igual. Tan pronto como el chico adentraba a las ovejas en el terreno del león, éste aparecía allí lanzando enormes rugidos, y los dos pasaban mucho tiempo luchan-do. El león le repetía lo mismo to­dos los días:
-¡Ah, si aquí yo tuviera una miraba de mi herniano que vive en tal sitio, no tendría miedo de ti!
=iTampoco yo, si tuviera un bollo hecho por la hija de la casa donde ahora vivo y un beso suyo! -le respondió al chico.
El chico traía temprano a las ovejas todos los días, pero suficientemente alimentadas, y la leche también les aumentó. Madre e hija hacían con él todo lo posible que­riendo saber lo que sucedía, pero era inútil, el criado no les decía nada.
Una mañana la hija tomó la decisión de marcharse al monte, sin decir nada a nadie para ver por sí misma lo que allí sucedía. Salió de casa un poco después que el criado con su rebaño, y siempre detrás de él se fue hasta el monte. Se quedó de piedra cuando el criado adentró al rebaño en el terreno del león, y aún más cuando apareció el león y empezó a luchar con el chi­co. La chica no sabía qué hacer, estaba totalmente asus­tada.
El león, como siempre, exclamó después de luchar un rato:
-iAh..., si aquí yo tuviera una mirada de mi hermano que vive en tal sitio, no tendría miedo de ti!
-¡Tampoco yo, si tuviera un bollo hecho por la hija de la casa donde ahora vivo y un beso suyo! -le respondió el chico.
El león se marchó monte adelante, y el chico cogió las ovejas para volver a casa. La chica, en cambio, habiendo visto aquella lucha y habiendo oído aquellas palabras, vino a casa deprisa, pero a nadie dijo nada, ni a la madre ni al chico.
Al día siguiente, el chico como siempre subió al monte habiendo cogido el rebaño, y también la chica detrás de él habiendo cogido el bollo.
Como cada día, después que el león y el chico lucha­ron un rato, el león dijo:
-¡Ah..., si aquí yo tuviera una mirada de mi hermano que vive en tal sitio, no tendría miedo de ti!
-¡Tampoco yo de ti, si tuviera un bollo hecho por la hija de la casa donde ahora vivo y un beso suyo! -le res­pondió el chico. La chica estaba escondida detrás de una roca de los al­rededores, y cuando oyó esas palabras salió deprisa:
-Toma el bollo y toma un beso -diciéndole al chico.
El chico cogió el bollo, le dio a la chica un beso y, lue­go, golpeó con aquel bollo al león, y... allí mismo lo tiró al suelo, muerto... El chico le abrió la tripa, y una hermosa liebre salió de allí mismo y se marchó huyendo deprisa. También el chico se transformó en liebre, y en seguida la alcanzó. También a la liebre le sacó las tripas, y salió una hermosa paloma y se marchó volando, volando. Pero tam­bién el chico se transformó en paloma, y habiéndose mar­chado detrás suyo durante un tiempo, la alcanzó. Cuando mató a la paloma, en su interior había un huevo. El chico cogió aquel huevo, y lo metió en una pequeña caja para que no se rompiera. Luego volvió al lugar donde se había quedado la chica y el rebaño. La chica y él reunieron las ovejas y regresaron a casa contándose cosas mutua­mente.
La hija refirió a la madre todos los acontecimientos y al día siguiente a los pastores de los alrededores también, y todos asom-brados, quedaron contentos cuando supie­ron que estaba muerto aquel viejo león. No sabían cómo dar las gracias a aquel criado simpático. Todos sintieron gran pena, sobre todo la madre y la hija cuando aquel chi­co les dijo que había cumplido con su quehacer y que te­nía que marcharse de allí. Todo lo posible hiciéronle para que se quedara allí, pero fue en balde, el chico les decía que tenía quehaceres más grandes que realizar.
De allí a algunos días, habiendo dejado el rebaño y aquel monte, se fue a casa del viejo diablo con la excusa de comprobar si estaban bien. El viejo diablo, y sobre todo su hija, le acogieron bien diciéndole que durante algunos días estuviese con ellos.
El chico y la chica se hablaron entre ellos mucho, di­ciendo uno al otro lo que les había sucedido y lo que te­nían que hacer. Por fin, pensaron hacer como la vez ante­rior. El chico se escondería en la higuera y, cuando el viejo diablo se durmiera en el banco de abajo, le reventa­ría el huevo en la frente... y lo mataría.
Al día siguiente la hija puso una comida un poco mejor porque el chico estaba allí... Después de haber comido y bebido bien, el chico se levantó de la mesa diciendo que se marchaba a descansar un poco..., pero se subió a la hi­guera del portal y se escondió allí. También el viejo diablo y la hija salieron y se pusieron sentados en el banco de de­bajo la higuera. Después de haber estado un ratito hablan­do, el viejo diablo se quedó dormido.
Entonces el chico se bajó de la higuera callando ca­llandito, cogió en la mano el huevo de la paloma y izas...!, se lo reventó en la frente al viejo diablo. Éste no se desper­tó más. Tal y como él había dicho antes, se quedó muerto.
De allí a un tiempo sucedió que la chica y el chico se casaron. También al padre y a la madre trajeron a ese ca­serío... desde entonces dícese que vivieron muy bien.

Fuente: Joxemartin Apalategui

108. Anónimo (pais vasco)






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