Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 29 de mayo de 2012

El pelo-vivo y el duende del arroyo

La historia sucedió en la zona del Río Coihueco[1]. Una muchacha que era requerida por el amor de dos jóvenes del pueblo se debatía una tarde entre los sentimientos que uno y otro le provocaban. Se sentía más atraída por uno de ellos, pero éste era quizá el menos conveniente, o al menos así le habían dicho sus familiares. Todos decían que este joven tenía el alma awka[2]. El otro, en cambio, parecía un excelente candidato que le iba a ofrecer küme femnien[3], pero a la muchacha no terminaba de entusiasmarla, si bien tampoco le era indiferente.
En estos cabildeos andaba, mientras sus pasos distraídos la iban alejando del pueblo hacia el lado del río. Cuando se descubrió a la orilla de las aguas del río, decidió darse un baño para que la corriente acariciara su cuerpo y quizá le trajera la claridad acerca de a quién debía elegir, puesto que las familias de ambos candidatos le habían hecho a la suya los mismos ofrecimientos para concretar la unión.
La muchacha, sabiendo que a esas horas de la tarde nadie se acercaría por esos lados, se quitó sus ropas y se internó en las frescas aguas con gran placer. Pero no habían pasado más de unos minutos cuando, a pesar de que era un día de sol resplandeciente, de pronto desde el cielo estalló un sorpresivo llüfken[4]. La muchacha se asustó mucho y quiso salir del río, pero sintió sus piernas tan pesadas como si fueran dos enormes piedras. Ponía todas sus fuerzas en juego, pero con cada paso corto y lento parecía estar arrastrando todo el lecho del río. Empezó a desesperar.
Mientras tanto, en el pueblo todos retornaban sus actividades luego de haber descansado al mediodía. La madre de la muchacha se extrañó de no verla en la casa, pero supuso que habría ido a dar un paseo.
Las horas pasaron, y ya empezaba a caer el sol cuando la ausencia de la muchacha se les presentó como motivo de preocupación. Su padre, sus dos tíos y los padres de los pretendientes de la muchacha se juntaron a la salida del pueblo para ir en busca de algún rastro, pero no se habían alejado más de un kilómetro cuando vieron a la muchacha que regresaba caminando lenta, pesadamente, como si estuviera muy cansada.
Corrieron hacia ella y le preguntaron qué le había sucedido, pero la muchacha apenas si pudo mirarlos con extrañeza, como si le costara reconocerlos. Luego de esos primeros segundos, dijo:
‑Nada... Creo que no me pasó nada... No podía salir del agua... Y me cansé mucho... mucho...
Los hombres se miraron entre sí, intrigados. Pero el padre decidió que lo primero era llevar a su hija al pueblo para que descansara. Luego ya tendrían tiempo de indagar sobre los sucesos de aquella tarde.
La muchacha durmió toda la noche muy profundamente, y a la mañana siguiente no quiso levantarse. Llamaron a la curandera para que la revisara, pero esta mujer no supo qué decir. Fueron entonces a buscar a una machi que vivía en la entrada del valle, a unos tres kilómetros, y le rogaron que viera a la muchacha y les dijera qué le sucedía.
Mientras traían a la machi desde su solitaria morada, uno de los pretendientes de la muchacha ‑el que era considerado awca, y al que todos llamaban por su mote de "Teca"[5] -pidió permiso para visitarla, y se preocupó mucho al verla: ella se mostraba desganada y débil, con su atención por completo dispersa y sin que nada pareciera interesarle en lo más mínimo. "Teca" le habló con palabras dulces y también con firmes palabras de aliento, pero a ella parecía darle lo mismo.
En eso estaba el joven cuando llegaron con la machi los que habían ido a buscarla. "Teca" pidió quedarse a oír las conclusiones del examen de la mujer chamán. Ésta realizó sus ritos, entró en trance moviendo el junllu sobre el cuerpo acostado de la muchacha y dijo oraciones de fuerza, y al cabo de un rato habló así a los presentes:
‑No hay nada para hacer. Esta muchacha es ahora leflay[6], y pronto comenzará a padecer aling[7], y no más de tres noches pasarán antes de que muera. Ya es tarde para salvarla. Un Pelo-Vivo[8] está en su cuerpo. No se lo puede sacar sin matarla, y si no se lo saca, el Pelo‑Vivo la matará, así que como ven no hay salida.
Todos se entristecieron y lamentaron, se angustiaron y desesperaron, pero a nadie se le ocurrió siquiera suponer que podía haber algo fuera de lo que la machi había decretado. Excepto al "Teca": el muchacho reaccionó de inmediato. Salió corriendo de la casa de su amada ‑nadie reparó en ello‑, y sin detenerse en su carrera, llegó hasta un pequeño arroyo que nacía a la vera del río.
Allí buscó una planta de maqui[9] que conocía bien, y comenzó a sacudirla casi como si quisiera arrancarla desde sus raíces.
‑¡Basta, basta! ‑se oyó una vocecita aguda y chillona entre las hojas.
‑Soy yo, che duende.
‑Ya lo sé ‑respondió la vocecita‑. ¿Quién otro sería tan bruto?
El "Teca" sonrió aliviado. Temía que el duende ya no viviera en esa planta. El joven lo había conocido un año atrás, una noche en la que se le había hecho tarde en sus correrías y regresaba al pueblo algo asustado, cuando oyó un grito y vio a un pudú rascando con sus patas delanteras la tierra en el nacimiento de la planta de maqui. La misteriosa vocecita gritaba pidiendo ayuda, y el "Téca" se acercó con miedo pero con una curiosidad inmanejable. Su presencia asustó al pudú, que se alejó rápidamente, y entonces ante el muchacho apareció un diminuto duende que, sin reparar en la sorpresa del "Téca", le agradeció que impidiera que el animalito arrancara de raíz esa planta que era su vivienda. A partir de entonces, el joven y el duende se vieron muchas veces, como verdaderos amigos a pesar de pertenecer a mundos distintos.
‑¿Por qué parecés tan apurado y nervioso? ‑preguntó el duende asomando entre las hojas.
‑Necesito tu ayuda, che duende. Si no podés salvarla vos... no sé qué voy a hacer...
‑¿Salvarla? ¿A quién?
Entonces el muchacho le contó lo que sucedía. Al terminar preguntó muy ansioso:
‑¿Hay algo que puedas hacer?
‑Bueno... podría, pero...
‑¡Hacelo entonces!
‑Bueno, no me grites, que...
Sin dejarlo terminar la frase, el "Téca" de un manotazo tomó al duende en la palma de su mano ‑el ser mágico apenas media poco más que la uña del pulgar del joven y echó a correr de regreso al pueblo. Durante todo el camino se oyó la voz ahogada y quejosa del duende, que protestaba airadamente. Pero, cuando llegaron frente a la casa de la muchacha, "Téca” abrió la palma de su mano y le habló a su amigo mágico con lágrimas en los ojos:
‑Salvala, por favor... No dejés que el Pelo‑Vivo me la quite…
El duende cambió su gesto de fastidio por una expresión muy seria:
‑Si la salvo... ella no va a ser para vos. Ya te expliqué una vez que nadie que sea amigo de un ser mágico puede usarlo en beneficio propio. Y si la salvo para que te cases con ella, ése sería el caso.
‑No me importa nada de mí, che duende ‑dijo el "Téca"‑. Pero ella no se puede morir, ¿entendés? ¡No se puede morir!
El duende asintió con su pequeña cabecita y le indicó al "Téca" que lo llevara ante la muchacha. Al joven le costó convencer a los padres de que le permitieran estar unos momentos a solas con la enferma. No podía revelar la presencia del duende, ni tenía excusa alguna para su pedido. De hecho, el padre de la muchacha ya se había negado de plano y estaba a punto de sacar a empujones al insistente muchacho, pero entonces la madre sintió una extraña sensación en el estómago, lo cual le había sucedido muchas veces y ella ya sabía qué significaba: una intuición que debía seguir. Levantó ambas manos en un gesto de concordia y dijo:
‑Dejalo hacer al "Téca"... Algo en sus ojos me dice que su hacer será bueno... Dejalo hacer...
El padre de la muchacha dudó mucho, pero al final soltó el brazo del "Téca" y salió junto a su mujer.
Emocionado y nervioso, el "Téca" se acercó a la cama donde la muchacha permanecía con los ojos abiertos pero sin ver nada, perdida en un mundo de debilidad que la iba apagando segundo a segundo. Abrió la palma de su mano. El duende contempló unos momentos el rostro de la muchacha.
‑Es un alma hermosa... Ya lo creo que sí... Y sos muy valiente al renunciar a ella... Claro que no tenés opción: preferís que, si no puede ser tuya, al menos sea de otro.
‑Sí... Que viva…
El duende asintió sonriente, y luego se puso serio:
‑¡Bien, al trabajo! Acercame hasta la cara de ella, junto a la nariz...
Así lo hizo el muchacho. En cuanto estuvo en la posición que pidiera, el duende se convirtió en una diminuta bolita de luz y en menos de un segundo desaparecía por uno de los orificios de la nariz de la muchacha. El "Téca" respiró hondo y mantuvo retenido el aire, muy impresionado.
De repente, el cuerpo de la muchacha comenzó a agitarse, como si tuviera pequeñas convulsiones aquí y allá. El "Téca" se aterró y deseó con todas sus fuerzas no haber traído al duende. Su terror aumentó unos segundos después, cuando por debajo de la piel de la muchacha comenzó a marcarse una especie de camino vertiginoso que la recorría de arriba abajo, como si algo en su interior pugnara por salir a través de la carne, una suerte de larga y angosta víbora atrapada que iba y venía desde el cuello hasta los pies.
El "Téca" quiso gritar, pero no pudo. Haciendo un gran esfuerzo logró reaccionar y se abalanzó hacia la muchacha, pero cuando estuvo junto a ella de pronto vio salir por su nariz algo horrendo, disparado hacia fuera con violencia: una suerte de larga tira de hilos viscosos entrelazados, que fue a dar contra una de las paredes con un chasquido horrible y cayó inerte al suelo.
El joven quedó paralizado. Un segundo después, la lucecita maravillosa surgió de la boca de la muchacha y voló hasta su mano, convirtiéndose de nuevo en su amigo mágico.
‑Costó trabajo... Era un Pelo‑Vivo bastante fiero, che... ‑dijo el duende con su vocecita aguda que esta vez mostraba un tono de indisimulable satisfacción. Y agregó‑: Podés llamar a los padres.
Perplejo y aturdido, el "Téca" miró hacia la cama donde ahora la muchacha dormía serenamente, con una expresión relajada y pacífica. Luego, con aprensión, giró su vista hacia el rincón del suelo donde había quedado tirada esa cosa horrible. Ahora no era más que un delgado atado de cabellos pringosos. El muchacho suspiró con enorme alivio. Había logrado salvar la vida de su amada.
Al ver lo sucedido, los padres preguntaron cómo había sido posible que su hija estuviera a salvo. El "Téca" dijo no tener idea, y enseguida agregó:
‑Yo sólo estaba acá, mirándola, y de repente... bueno, ahí la pueden ver.
La madre de la muchacha le sonrió, como diciéndole que no le creía pero le estaría agradecida para siempre. Trajeron de nuevo a la machi, que tampoco supo explicar cómo había sido posible que el Pelo‑Vivo abandonara el cuerpo de la muchacha. Una celebración de tres días en todo el pueblo hizo olvidar las preguntas, ante la alegre realidad de la sanación.
Tiempo después, la muchacha se casó con el otro candidato. El "Téca" siguió amándola en secreto, feliz de tan sólo poder contemplarla de tanto en tanto por las calles del pueblo.
Y sólo se permitió contar la verdad de esta historia cuando fue un anciano de casi 90 años, que había vivido más que la amada imposible y que su marido.


Fuente: Néstor Barrón


066. anonimo (patagon)


[1] El río y el pueblo de Coihueco están en la zona cercana a Chillán, en Chile.
[2] En mapudungun, "rebelde".
[3] En mapudungun, "tenerla en buenas condiciones", o, en este contexto, "darle una buena vida"­
[4] En mapudungun, "relámpago".
[5] En mapudungun, "el bailarín".
[6]En mapudungun, "mujer sin alma"; usado también en el sentido de "mujer va­ga, desidiosa".
[7] En mapudungun, "fiebre".
[8]Este mito es de procedencia araucana; el Pelo‑Vivo es una suerte de víbora sobrenatural del agua, habitante de los caudales profundos, que ataca a las personas que se bañan en un río asfixiándolas o estrangulándolas, o bien introduciéndose en el cuerpo de alguien por alguno de sus orificios naturales o a veces atravesando directamente la carne, provocando entonces una muerte con lenta agonía. Una de las versiones sobre el Pelo‑Vivo dice que se forma a partir de los largos cabellos que alguna mujer mágica ha dejado "en cultivo" en el agua de un río.
[9] Fruto silvestre típico.

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