Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 28 de mayo de 2012

El culebrón y el hijo del zar

Había un zar que tenía tres hijos. Una vez el hijo mayor se fue de caza y, en cuanto salió de la ciudad, saltó una liebre por detrás de un matorral y él se fue tras ella de un lado para otro hasta que se escapó la liebre por un molino, y el hijo del zar tras ella, pero en realidad no era una liebre, sino un culebrón que estaba esperando al hijo del zar para comérselo. Des­pués de esto pasaron unos cuantos días y, como el hijo del zar no lle­gaba a casa, empezaron a preguntarse qué es lo que habría sucedi­do. Entonces se fue de caza el hijo mediano, pero en cuanto que salió detrás de la ciudad saltó una liebre de unos matorrales y el hijo del zar se fue tras ella de un lado para otro hasta que se escapó la liebre por aquel mismo molino, y el hijo del zar tras ella, pero en realidad no era una liebre, sino un culebrón que lo estaba esperando para comérselo. Pasaron unos cuantos días y, como no volvía ninguno de los hijos del zar, todo el palacio estaba preocupado. Entonces también se fue de caza el tercer hijo a ver si por casualidad encontraba a sus hermanos. Al salir detrás de la ciudad, de nuevo saltó una liebre por detrás de un matorral y el hijo del zar se fue tras ella de un lado para otro hasta que la liebre se escapó por aquel mismo molino. Pero el hijo del zar no quiso ir tras ella, sino que se marchó en busca de otras piezas diciendo para sí:
-Cuando vuelva, ya te encontraré yo.
Mucho anduvo por las montañas sin encontrar nada, así que regresó a aquel molino y al llegar allí se encontró a una viejecita. La saludó el hijo del zar:
-¡Que Dios te ampare, abuela!
La vieja le devolvió el saludo:
-¡Y que Él sea contigo, hijo!
Luego le preguntó el hijo del zar:
-Abuela, ¿dónde está mi liebre?
Y ella le contestó:
-Hijo mío, no es ésa una liebre, que es un culebrón que destruye y aniquila a mucha gente.
Al oír eso, el hijo del zar se asustó un poco, conque le dice a la vieja:
-¿Qué vamos a hacer ahora? Seguro que mis dos hermanos murieron aquí.
Le contestó la abuela:
-Por Dios que así es; pero no se puede hacer nada, así que vete a casa ya que no estás con ellos tú también.
Entonces le dijo él:
-Abuela, ¿sabes lo que te digo? Sé que tú de buena gana te quitarías de encima este fastidio.
Y la vieja le interrumpió:
-¡Ay, hijo mío, cómo no iba a desearlo! Y de mí también se apoderó. Pero ahora ya no hay salida.
Entonces él prosiguió:
-Escucha bien lo que te voy a decir. Cuando llegue el culebrón, pregúntale adónde va y dónde reside su fuerza, cubre de besos todos los lugares en donde él te diga que ésta se halla, como si te alegraras, hasta que lo descubras y después, cuando yo venga, me lo dirás. Luego el hijo del zar se fue al palacio y la vieja se quedó en el moli­no. Al llegar el culebrón, empezó la vieja a preguntarle:
-Por Dios, ¿dónde te metes? ¿Adónde vas tan lejos? Nunca quie­res decirme adónde vas. Y el culebrón le contesta:
-Ay, abuela, voy muy lejos.
Luego la vieja empezó a adularlo:
-¿Y por qué te vas tan lejos? Dime dónde tienes tu fuerza. Si supiera dónde reside tu fuerza no sé qué haría de alegría, seguro que me ponía a besar aquel lugar.
Con eso le entró la risa al culebrón y le dijo:
-Aquí está mi fuerza, en este hogar.
Inmediatamente la vieja corrió a abrazar y besar el hogar; al verlo, el culebrón se moría de la risa, y le dice:
-¡Mujer loca! No está aquí mi fuerza. Mi fuerza reside en ese árbol que hay delante de casa.
Al punto la vieja se precipitó a abrazar y besar el árbol y al cule­brón otra vez le entró la risa, y le dijo:
-Vuelve en ti, mujer tonta; no está ahí mi fuerza.
Preguntóle la vieja entonces:
-¿Pues dónde está?
Y el culebrón empezó a contarle:
-Mi fuerza está muy lejos, no puedes tú ir allí. Justo en otro reino, en la ciudad del zar, hay un lago, en aquel lago hay un culebrón, en el culebrón un jabalí, en el jabalí una liebre, en la liebre una paloma y en la paloma un gorrión, en ese gorrión está mi fuerza.
Al oír esto, la vieja le dijo:
-De veras que está lejos, eso sí que no puedo besarlo.
Al día siguiente, cuando el culebrón se marchó del molino, el hijo del zar se acercó a la vieja y ella le contó todo lo que le había dicho el culebrón. Luego él se fue a casa y se disfrazó, se vistió ropas de pas­tor y agarró un cayado; así, convertido en pastor, se marchó al mundo. Anda que te anda, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, al final llegó a otro reino, a la ciudad del zar, a los pies de la cual, en el lago, estaba el culebrón. Al llegar a aquella ciudad se puso a preguntar a quién le hacía falta un pastor. Los habitantes le dijeron que al zar le hacía falta. Entonces se fue derecho al zar. Después de ser anuncia­do, lo recibió el zar que le preguntó:
-¿Quieres cuidarme las ovejas?
Él le respondió:
-Sí, zar coronado.
Así que lo empleó el zar, que empezó a darle consejos y a adies­trarlo:
-Hay aquí un lago, y junto al lago, una hierba muy sabrosa; en cuanto sueltas las ovejas, en seguida se van allí y se dispersan en torno al lago, pero cualquier pastor que allí vaya, ése ya no vuelve más; por eso, hijo, te digo que no dejes a las ovejas ir a donde el gusto las guía, sino llévalas a donde tú quieras.
El hijo del zar dio las gracias al zar, se preparó y sacó las ovejas, también tomó consigo dos galgos de los que pueden dar alcance a las liebres y un halcón que era capaz de agarrar a cualquier pájaro, tam­bién se llevó la gaita. Así como soltó las ovejas las dejó ir al lago, ellas nada más llegar allí se esparcieron alrededor del lago, el hijo del zar metió el halcón en un tronco y dejó los perros y la gaita bajo el tron­co, luego se arremangó los calzones y las mangas, se metió en el lago y empezó a gritar:
-¡Eh, culebrón! ¡Eh, culebrón! Sal a mi encuentro para que nos midamos si es que no eres una mujer.
El culebrón respondió:
-Ahora voy, hijo del zar, ahora.
Al poco, hete aquí al culebrón. ¡Es grande, horroroso, repugnan­te! Nada más salir el culebrón, se agarraron por los cinturones y se que­daron así toda la santa mañana hasta el mediodía. Y al mediodía, cuan­do calentaba bien el sol, dice el culebrón:
-Déjame, hijo del zar, que moje esta cabezota mía en el lago para poder lanzarte a las alturas celestes. Y el hijo del zar le responde:
-Venga, culebrón, no te busques triquiñuelas; que si a mí me besara la hija de un zar en la frente, te lanzaría aún más arriba.
El culebrón en seguida se apartó de él y se marchó al lago. Él, por la tarde, se lavó bien y se preparó, se puso el halcón en el hombro, los galgos a su lado y la gaita bajo el brazo, recogió las ovejas y se fue a la ciudad tocando la gaita. Al llegar a la ciudad, todos le salían al paso como si fuera un milagro el que volviese, pues anteriormente ningún pastor había vuelto de aquel lago. Al día siguiente, el hijo del zar se preparó de nuevo y se marchó con las ovejas derecho al lago. El zar envió tras él dos jinetes para que, a escondidas, observaran lo que hacía; éstos se subieron a lo alto de un monte desde donde veían todo. El pastor, al llegar, dejó los galgos y la gaita debajo de aquel tron­co y al halcón lo metió dentro, se arremangó los calzones y las man­gas, se metió en el lago y gritó:
-¡Eh, culebrón! ¡Eh, culebrón! Sal a mi encuentro para que nos midamos otra vez si es que no eres una mujer.
El culebrón le respondió:
-Ahora voy, hijo del zar, ahora mismo.
Al poco, hete aquí al culebrón. ¡Es grande, horroroso, repugnan­te! Y venga a tirarse de los cinturones. Cuando al mediodía calentaba bien el sol, va y dice el culebrón:
-Déjame, hijo del zar, que moje esta cabezota mía en el lago para que pueda lanzarte a las alturas celestes.
Y el hijo del zar le responde:
-Venga, culebrón, no te busques triquiñuelas; que si a mí me besara la hija de un zar en la frente, te lanzaría aún más arriba.
El culebrón en seguida se apartó de él y se marchó al lago. Antes de que anocheciera, el hijo del zar recogió las ovejas como la otra vez y se fue a casa tocando la gaita. Al entrar en la ciudad todos se agita­ron y estaban asombrados de que el pastor volviera a casa todas las tardes, lo que antes nadie había hecho. Estos dos jinetes habían vuel­to a palacio un poco antes que el hijo del zar y le habían contado al zar todo lo que habían visto y oído. Al ver el zar que el pastor se vol­vía a casa, llamó inmediatamente a su hija y le contó todo lo que había, «conque» -le dice- «mañana irás al lago con el pastor para besarlo en la frente». Ella, al oír eso, se echó a llorar y empezó a suplicar a su padre:
-No tienes a nadie en el mundo más que a mí y no te importa que muera.
Entonces el padre se puso a quitarle el miedo y a darle ánimos:
-No te preocupes, hija mía, fíjate cuántos pastores hemos tenido y de los que han ido al lago ni uno ha vuelto, y aquí tienes a éste que por dos días pelea con el culebrón, que todavía no ha podido hacer­le ningún daño. Yo por Dios que confío en que él puede vencer a este culebrón, así que ve mañana con él para que nos pueda liberar de este fastidio que acaba con tanta gente.
Cuando, al amanecer, despuntó el blanco día, amanece el día y asciende el sol, se levanta el pastor, se levanta también la doncella y empiezan a disponerse para ir al lago. El pastor está alegre, más ale­gre que nunca y la doncella real tan triste que derrama lágrimas, pero el pastor la consuela:
-Señora, te suplico que no llores, sólo haz lo que te diga, cuan­do sea el momento, ven corriendo hacia mí, bésame y no te preocu­pes de nada.
Emprendieron al camino y sacaron las ovejas; el pastor iba con­tento por el camino y tocaba alegre la gaita, la doncella iba a su lado y lloraba, él una vez dejó la pipa de la gaita y se volvió a ella:
-No llores, tesoro, no te preocupes por nada.
Cuando llegaron al lago, las ovejas en seguida se dispersaron a su alrededor y el hijo del zar metió el halcón en el tronco y dejó los gal­gos y la gaita junto a él, se arremangó mangas y calzones, se acercó al agua y gritó:
-¡Eh, culebrón! ¡Eh, culebrón! Sal a mi encuentro que nos mida­mos otra vez si no eres una mujer.
El culebrón le respondió:
-Ahora voy, hijo del zar, ahora voy.
Al poco, hete aquí al culebrón. ¡Es grande, horroroso, repugnan­te! En cuanto salió, se agarraron de los cinturones y venga a tirarse de ellos toda la santa mañana. Cuando al mediodía calentaba bien el sol, entonces habló el culebrón:
-Déjame, hijo del zar, que moje esta cabezota mía en el lago para que pueda lanzarte a las alturas celestes.
Y el hijo del zar le responde:
-Vamos, culebrón, no te busques triquiñuelas; si yo tuviera a la hija del zar para besarme en la frente, te lanzaría aún más arriba.
Dicho y hecho, la hija del zar corrió a besarlo en la mejilla, en los ojos y en la frente. Luego atacó al culebrón y lo lanzó a las alturas celestes; al caer después el culebrón al suelo, se deshizo en pedazos y, al romperse, saltó de su interior un jabalí que echó a correr, pero el hijo del zar llamó a los perros pastores:
-¡Agarradlo! ¡No lo dejéis!
Y los perros salieron tras él, lo alcanzaron y en seguida lo despe­dazaron, mas del jabalí saltó una liebre que echó a correr por el campo, entonces el hijo del zar soltó a los galgos:
-¡Cogedla! ¡No la dejéis!
Y los galgos tras la liebre, hasta que la agarraron y al instante la despedazaron, pero de la liebre salió volando una paloma, ahora el hijo del zar soltó al halcón, que cogió a la paloma y la llevó a la mano del hijo del zar. El hijo del zar tomó la paloma, la abrió y en ella había un gorrión, conque lo agarró. Sujetando bien al gorrión, le dijo:
-Ahora dime dónde están mis hermanos.
El gorrión le respondió:
-Te lo diré si no me haces nada. Justo detrás de la ciudad, tu padre tiene un molino y en aquel molino hay tres varas, arranca esas tres varas y dales unos golpes en las raíces; entonces se abrirá una puer­ta de hierro que da paso a una enorme mazmorra, en aquella maz­morra hay mucha gente, viejos y jóvenes, pobres y ricos, pequeños y grandes, casadas y solteras, tantos, que podrías fundar con ellos un reino, allí también están tus hermanos.
Cuando el gorrión le hubo dicho todo esto, el hijo del zar le retor­ció el pescuezo. El zar en persona había ido y se había subido a aquel monte desde el cual los jinetes observaban al pastor, de modo que también él vio lo que sucedía. Después de matar el pastor al culebrón, empezó a extenderse el crepúsculo, así que el pastor se lavó bien, cogió al halcón al hombro, los perros a su vera y la gaita bajo el brazo, tocando reunió las ovejas y se marchó hacia el palacio del zar, la don­cella iba tras él todavía llena de pánico. Al llegar a la ciudad, todos se congregaron como ante un milagro. El zar, que había visto todo su heroísmo desde el monte, lo llamó a su presencia y le dio a su hija, desde allí se fueron a la iglesia, en donde los casaron, y organizaron un banquete que duró una semana. Después, el hijo del zar explicó quién era él y de dónde era, así que el zar y toda la ciudad se alegra­ron aún más, luego el hijo del zar insistió en que quería ir a su casa, el zar le dio una gran escolta y lo equipó para el camino. Cuando lle­garon a aquel molino, el hijo del zar hizo detenerse a su escolta y él entró, arrancó aquellas tres varas y les dio unos golpes en las raíces, en seguida se abrió la puerta de hierro y en aquella mazmorra apare­ció todo un pueblo de Dios. Entonces el hijo del zar ordenó que fue­sen saliendo de uno en uno y que se marcharan a donde les apete­ciera, mientras él esperaba en la puerta. Iban saliendo de uno en uno hasta que, hete aquí a sus hermanos, se abrazaron y se besaron. Cuan­do todo el mundo hubo salido, le dieron las gracias por haberles dado la libertad y cada uno se fue a su casa.
Y él, con sus hermanos y su doncella, se fue a casa de su padre, donde vivió y reinó hasta el fin de sus días.

090. anonimo (balcanes)

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