Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 14 de mayo de 2012

Ahmed de ca'n beduia

Ca'n Beduia es hoy una pequeña porción de terreno rocoso, asomada al acantilado que mira sobre la marina de Valldemossa. No hay casas; una muy pequeña de aperos, guarda los pocos tre­bejos necesarios para el cuidado de la finca y algunos canastos donde se recogen las algarrobas y las almendras, único producto que se obtiene de aquel erial que, si es pobre en frutos del cam­po, es rico por su agreste, tranquila y solitaria belleza. En otro tiempo, bajo el nombre de Ca'n Beduia, de intensas resonancias árabes, se incluían los hoy predios de Son Más y Sa Torre, for­mados por sucesivas segregaciones de la finca principal.
Ahmed vivía en Ca'n Beduia y, a pesar de su condición de esclavo era considerado como uno más de la familia de aparceros que cuidaban la posessió, por su carácter bondadoso, su sumisión y la eficacia que mostraba en todos los trabajos que le encomen­daban. Pero Ahmed no podía olvidarse de aquellas gentes y aque­llas tierras que un día dejara en la lejana Africa, ni tampoco de aquella idea de libertad que acariciaba en sueños, consciente de que su destino estaba fatalmente condicionado a la servidumbre hasta el final de sus días.
También la sequía en este caso llegó para jugar una carta en favor del esclavo moro y también éste, como su homónimo de Pastoritx, debía poseer algún extraño poder, o conocía los desig­nios por los que se rige la naturaleza. Un día, cuando la tierra se resque-brajaba en mil resecas grietas y el campo agonizaba de sed, Ahmed aconsejó a su amo que hiciera arar las sementeras y es­parcer semillas hasta el más pequeño rincón aprovechable. Aque­lla noche y durante dos días más, el cielo derramó sobre las tie­rras de Ca'n Beduia una abundante lluvia.
El amo, agradecido, cumplió la palabra empeñada y devolvió a su esclavo la ansiada libertad. Para nadie, ni para el mismo liberto, fue alegre la despedida; todos querían a Ahmed y era co­mo si éste, en., su partida, se llevara un pedazo de las vidas de todos en su insignificante hatillo.
Pasaron los años y, una noche, cuando las gentes de Ca'n Beduin descan-saban de sus faenas cotidianas alguién golpeó en el portón y una voz nerviosa llegó desde fuera: «Abrid, abrid pron­to, soy Ahmed». El amo descorrió el cerrojo y se encontró frente a frente con su antiguo esclavo que se echó emocionado en sus brazos. Ahmed no tenía tiempo; en pocas palabras explicó que unas galeras le habían desembarcado, junto con un grupo de pi­ratas, en la costa y que éstos sabedores de su antigua condición, le habían encomendado la misión de adelantarse para explorar el terreno y ver si la ocasión era propicia para cometer sus trope­lías. «Por esto -siguió diciendo el moro- cuando dentro de un rato oigáis de nuevo llamar a la puerta no abráis. Yo os llamaré desde fuera y os imploraré que me dejéis entrar pero no abráis, no abráis por nada del mundo». El antiguo esclavo abrazó al amo y dióle un paquete para su esposa, la madona, de la que tan bue­nos recuerdos guardaba.
La puerta se cerró tras Ahmed y los hombres de Ca'n Beduia atrancaron todos los accesos a la casa y se aprestaron, en medio de la más absoluta oscuridad, a la defensa del predio.
Momentos más tarde, la aldaba golpeaba nuevamente y la conocida voz del moro llegaba desde el exterior pidiendo asilo:­
-Abrid, abridme, por favor. Soy Ahmed, ¿no os acordáis de mi? Quiero volver otra vez con vosotros, ¡abridme!, ¿es que no me conocéis?
Inútilmente renovó sus demandas el antiguo esclavo hasta que, al fin, el vozarrón del amo tronó desde dentro: «¡No nos en­gañaréis, moros del demonio! Ahmed se marchó libre hace años. No os abriremos para que entréis a robarnos. ¡Fuera de aquí!».
Los piratas, viendo frustrado su intento, se retiraron y Ahmed con ellos desapareciendo para siempre de Mallorca.
A la mañana siguiente, la madona de Ca'n Beduia abrió el paquete que le entregó su marido y quedó absorta al descubrir su contenido. Un cordoncillo de oro, de dieciséis palmos de largo, era el presente de su antiguo protegido. El cordoncillo de Ahmed ha pasado de generación en generación hasta nuestros días y aún hoy, en ocasiones, es lucido por su actual propietaria. Ella sabe bien que aquella joya es el tributo de un alma buena y agrade­cida.

Fuente: Gabriel Sabrafin

092. Anónimo (balear-mallorca-valldemossa)

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